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<p class="rtejustify"> A fines de mayo, la Policía aprehendió al gerente de la constructora Las Loritas, acusado por estafa múltiple y uso indebido de influencias. La denuncia se extendió a autoridades de la alcaldía paceña porque, además de haberle permitido violar la normativa de construcción en varios edificios, le concedieron, lean esto, el galardón “Prócer Pedro Domingo Murillo”.</p> <p class="rtejustify"> La empresa Las Loritas no sólo atenta contra el paisaje urbano paceño, sino también contra el cruceño y el cochabambino. Su gerente declaró, con la prepotencia de quien tiene mucho dinero y poco tino, que invirtió más de 29 millones de dólares en estas tres ciudades, en la construcción de edificios que a simple vista transgreden la normativa: cantidad máxima de pisos, superficie mínima en departamentos, ventilación e iluminación natural, número de ascensores…</p> <p class="rtejustify"> Pero su detención no resuelve nada. Aquel sujeto con ropa llamativa y fantasías de gángster, que pasea su chatura por discotecas rodeado de guardaespaldas y escorts, no es el único urbicida que está destruyendo nuestras ciudades. Hay muchos más, de variopinto pelaje, todos con cola larga, garras filas y colmillos goteando sangre urbana.</p> <p class="rtejustify"> Abundan, por ejemplo, los empresarios inconscientes que conciben la ciudad como un lienzo en blanco, un desierto donde pueden construir cualquier adefesio sin detenerse a pensar en el impacto que tendrá en su entorno. No les preocupa en lo mínimo que su mamotreto ilegal genere hacinamiento y mala calidad de vida para sus usuarios, contribuya al colapso del alcantarillado o se constituya en un elemento de contaminación visual equiparable a una montaña de basura o una maraña de cables eléctricos. Ellos sólo persiguen la utilidad. Construyen unidades con superficies menores a las permitidas por norma, las registran como oficinas y, tras la última visita del inspector, enroscan las duchas en los baños y las venden como viviendas. Menudos sabandijas, ¿no?</p> <p class="rtejustify"> También son responsables del urbicidio las autoridades corruptas que aprovechan su cargo para enriquecerse, dan curso a edificaciones ilegales a cambio de coimas altísimas que en muchos casos son uno o varios departamentos que registran a nombre de terceros. Disculpen la ingenuidad, pero a mí no deja de sorprenderme que una autoridad electa con voto popular, que se supone se postuló al cargo porque tiene algún cariño por su ciudad y desea su progreso, dedique su tiempo, esfuerzo e imaginación para saquearla y destruirla.</p> <p class="rtejustify"> No está exento de responsabilidad el comprador de estos burdos departamentos que, a todas luces, es un reverendo gil. Mira estupefacto los reels de esos cínicos influencers que los constructores contratan para comercializar sus proyectos, o escucha con la boca abierta el discurso memorizado de las azafatas en las ferias, se deja seducir por sus generosos escotes, primero, y luego por el precio de los inmuebles, por las imágenes en 3D que muestran espacios amoblados y amenities ambientadas al estilo Miami —donde familias de estética danesa salen riendo en una piscina o en un jacuzzi—, y por las apreciaciones subjetivas que giran alrededor del término “buena ubicación”, y finalmente entrega su dinero sin exigir ningún respaldo real que garantice su inversión. Un año después, cuando verifica que el edificio de sus sueños continúa en obra gruesa y con los pies en la ilegalidad, llora, patalea, se crucifica…</p> <p class="rtejustify"> El escándalo de Las Loritas debería servir de impulso para destapar numerosos casos de corrupción de constructores y políticos que estafan al ciudadano y destruyen la ciudad. Debería servirnos también para salir del letargo, reformular nuestro concepto de progreso —que tendría que estar muy alejado, créanme, del hormigón y el ladrillo, de los bocinazos y el esmog, de los chaqueos y la basura— y ser más críticos con las políticas de desarrollo urbano que, hasta ahora, no benefician a nadie más que a los urbicidas.</p>
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