Las cuarentenas de cinco estrellas y un martini
En este tipo cuarentenas, el mayor riesgo probablemente resulte morir de hartazgo o debido a un resbalón en el jacuzzi. Claro que si eso de que demasiados malos deseos de otras gentes atraen la mala suerte resulta cierto, las causas podrían multiplicarse. Son las cuarentenas de quienes pudieron aislarse en mansiones, yates y hoteles exclusivos. Algunos lo hicieron sin siquiera importarles que ayudaban a expandir el virus, y otros, incluso, por obra y gracia de la casualidad.
Quizás hubo quienes debieron sumar a todas sus abundantes provisiones para “sobrevivir a la pandemia” un buen masajeador de orejas. Es el caso, por ejemplo, de Maha Vajiralongkorn, el rey de Tailandia. A mediados de febrero, ante la amenaza del coronavirus, el monarca decidió aislarse del mundo reservando un hotel entero en el sur de Alemania: el Grand Hotel Sonnenbichl, cerca de la frontera con Austria.
El hotel es un clásico resort de invierno alemán. Cuenta con campo de golf, balneario, piscinas y amplios salones con una decoración, todo ello a los pies de una cadena montañosa. Tiene 99 habitaciones repartidas en cinco plantas. Las ordinarias cuestan casi 100 dólares por noche y las suites cerca de 400. Todo el complejo fue alquilado por Vajiralongkorn para uso y disfrute de él y su corte, que incluye una veintena de concubinas mientras dure la cuarentena.
Sin embargo, pese a las duras leyes que castigan a quienes osan hablar contra la monarquía en su país, desató una inocultable ola de críticas. La molestia tendía ya a fines de marzo a convertirse en una campaña bajo el lema: “¿Para qué queremos un monarca?”. Mientras tanto, en esos días, el país resultaba el segundo más afectado por la Covid-19 en el sur de Asia. Pero las ofensas abiertas de opulentos a sus sociedades, con las correspondientes reacciones, se han repetido en diversas partes del planeta.
EL YATE DEL ESCÁNDALO
"La puesta del sol anoche… aislado en la Granadinas para evitar el virus… espero que todo el mundo esté a salvo", escribió David Geffen en Instagram. Ese 20 de marzo, el magnate de la industria discográfica desató reacciones furiosas. Según la publicación Bloomberg, Geffen, de 77 años, tiene un patrimonio neto de 9 mil millones de dólares.
"¡David Geffen tiene una fortuna de más de 8 mil millones de dólares! —respondió Meghan Mc Cain, una de las seguidoras de la cuenta, entre miles— ¡Por el amor de Dios, ayude a este país a conseguir ventiladores, máscaras para nuestros trabajadores de la salud y los suministros médicos que necesitan! O no, sólo quédese en su maldito yate. Esto es simplemente vergonzoso y grotesco".
Pero Geffen, como algunos otros millonarios que también tuvieron la idea de una cuarentena flotante, se hallan advertidos de un riesgo: si bien la nave puede parecer un refugio flotante, existe el riesgo de que un invitado o miembro de la tripulación se enferme. La escapada podría “convertirse rápidamente en una pesadilla de cuarentena”, según la publicación de la industria Superyacht Times. Las compañías de líneas de cruceros ya lo han demostrado. A algunas de sus naves se les ha negado la entrada a puertos ante el brote del virus entre pasajeros y tripulación.
De todas maneras, al parecer, poco se sabrá ya del magnate que escribió por demás. Es poco probable que Geffen vaya a anunciar cuándo pondrá el pie en tierra firme. El multimillonario que desató una tormenta de críticas sobre su apacible retiro cambió el perfil de su cuenta de Instagram a privado. Sin embargo, otros desataron cuarentenas más escandalosas y no sólo en el ciberespacio.
REACCIÓN CONTRA “VACACIONISTAS”
Sucedió nada menos en la culta capital francesa y otras metrópolis europeas. Cuando comenzaron a correr rumores sobre el cierre nacional inminente con el propósito de cortar de raíz el brote de coronavirus, desde París y otras grandes ciudades miles de franceses de clases altas optaron por trasladarse a sus residencias veraniegas colmados de productos. La estampida causó sorpresa, primero, luego alarma y finalmente molestia y hasta protestas en ciudades y pueblos pequeños de las costas y de las islas.
En una crónica dedicada al fenómeno, el New York Times describió cómo, por ejemplo, en Noirmoutier, las tensiones llegaron al extremo de que el Alcalde intentó bloquear el puente que permite el acceso a esa isla de 10 mil habitantes. También señala disputas y agresiones en los supermercados del lugar. De un día para otro, la población se había duplicado y los dueños de residencias lujosas se lanzaban a las playas a tomar el sol, trotar y surfear. En represalia, más de 10 automóviles con placas de París terminaron con los neumáticos pinchados.
En Francia y por toda Europa, los citadinos ricos han abandonado los epicentros de la crisis para dirigirse a sus casas de descanso. Allí la proximidad con el mar o las montañas hace más tolerable el encierro y una conexión a internet aceptable les permite trabajar a distancia. Pero también generan temor debido a la posibilidad de que traigan con ellos el virus a regiones donde hay pocos hospitales capaces de lidiar con un aumento repentino de enfermos y porque ponen en mayor riesgo a los residentes locales, entre quienes, por lo regular, hay más ancianos con recursos limitados.
En Italia, el país europeo con más infecciones y muertes, muchos residentes del norte, región devastada, huyeron al sur. Pesa a no contar con cifras comprobables, algunos funcionarios del sur creen que parte de las infecciones obedecieron a ese flujo del norte. Miembros del consejo regional de Sicilia afirmaron que muchas de las nuevas infecciones se debían al movimiento de casi 40 mil personas que habían llegado de otras regiones.
En España, el expresidente José María Aznar hizo maletas y abandonó Madrid el mismo día que la capital cerró las escuelas y universidades. Se dirigió a su villa de verano en Marbella, el célebre centro vacacional del Mediterráneo. Las redes se colmaron de expresiones nada positivas sobre Aznar.
TINELLI, EN LA MIRA
En Sudamérica también hubo polémica por las cuarentenas a pedir de caviar y martini. Nada menos que el conocido Marcelo Tinelli estuvo en el ojo de la tormenta. El famoso conductor fue acusado por el Gobierno de Chubut de mal utilizar un avión sanitario. Según el diario Clarín, Tinelli pagó una aeronave para que le lleven efectos personales desde Buenos Aires hasta la turística Esquel, ciudad donde pasa la cuarentena. De acuerdo a la Policía, cuando aterrizó el avión en Esquel, el manifiesto de la carga —que decía traer medicamentos— no coincidía con lo que traía el avión. Clarín publicó una nota donde decía que Tinelli había utilizado un vuelo privado haciéndolo pasar por un “vuelo humanitario”.
Así, no exenta de polémicas, la élite global pasa, a su estilo, el histórico encierro. A la cabeza de la desigualdad planetaria, Jeff Bezos guarda la cuarentena en la casa que compró a mediados de febrero por 165 millones de dólares. Hasta ese momento la casa más cara la había pagado Bill Gates con 126 millones, una mansión a llamada Xanadu. Lugar donde el magnate más señalado por los teóricos de la conspiración como causante de la pandemia se halla, probablemente, plácidamente recluido.
Valga citar que no ha sido necesariamente requisito el poseer algunas o muchísimas decenas de millones de dólares para pasar la cuarentena en espacios de cinco o más estrellas. No faltan los golpes de suerte como aquél que le tocó al matrimonio de los sudafricanos Olivia y Raúl de Freitas. Habían volado a Maldivas para hospedarse durante seis días en Cinnamon Velifushi, el resort más lujoso de las islas. Pero la cuarentena cerró la isla y los vuelos. Si salían del paradisiaco resort rodeado de aguas cristalinas, no podían volver. Así que pactaron una sustancial rebaja para su permanencia que, con el paso de los días, derivó en una creciente e incómoda factura.
Pero, excepciones al margen, la huida hacia las casas de descanso ha caldeado los ánimos por algo que la pandemia global hace cada vez más evidente: la creciente brecha entre ricos y pobres. A diferencia de la clase que tiene casonas de descanso u opciones similares, miles de millones se enfrentan a la posibilidad de pasar semanas en cuarentena dentro de espacios reducidos. Algunos han sido despedidos, mientras que otros deben seguir trabajando, en ciertos casos con poca protección, en empleos que les pagan poco.
En su informe sobre desigualdad 2017, la fundación Oxfam llegaba a una lapidaria conclusión: “El 82 por ciento de la riqueza mundial generada durante el pasado año fue a parar a manos del 1 por ciento más rico de la población mundial, mientras el 50 por ciento más pobre —3.700 millones de personas— no se benefició lo más mínimo de dicho crecimiento”. Y la tendencia se ha acentuado en años posteriores.