Venezuela: Maduro cede el control de varias zonas a pandillas y guerrilleros
“¡Salgan de la zona! ¡Saquen a los niños!”, gritaban pandilleros con parlantes mientras caminaban por el barrio de El Cementerio, al noroeste de la capital de Venezuela, la mañana del jueves 8 de julio. La advertencia indicaba a los residentes de la zona que el tiroteo no se detendría pronto.
Para entonces, los habitantes de la barriada tenían más de medio día encerrados en sus casas, muchos tendidos en el suelo para evitar los disparos. En las siguientes 48 horas, El Cementerio y otros cinco barrios cercanos quedaron paralizados por una demostración de potencia de fuego de bandas del crimen organizado, más conocidas como “los muchachos”.
Los enfrentamientos armados entre la policía y un grupo de pandillas de al menos 300 personas en varios barrios del oeste de Caracas son una señal de que Nicolás Maduro está perdiendo el control sobre zonas de Venezuela, que están sufriendo una profunda crisis económica y un largo quiebre del estado de derecho.
Algo similar ocurrió en estados fronterizos, donde rebeldes colombianos que imparten justicia en áreas rurales pasaron semanas luchando contra tropas venezolanas en enfrentamientos en los que murieron una docena de soldados y obligaron a miles pobladores a huir. En el interior de Venezuela, las pandillas locales también controlan territorio y establecen sus leyes.
“Cada vez es más evidente que Maduro está perdiendo el control dentro y fuera de Caracas”, dijo Alexander Campos, investigador de la Universidad Central de Venezuela que estudia la violencia en el país sudamericano. “La capacidad y ambición de los grupos criminales, desde pandillas hasta guerrillas, está creciendo”, agregó.
PANDILLAS TIENEN APOYO DE LA GENTE
Los miembros de las pandillas en Venezuela se ganaron el apoyo de algunos habitantes al repartir comida y organizar fiestas con música en vivo en medio de la devastadora crisis económica.
Adolescentes equipados con radios de onda corta ganan cerca de 100 dólares a la semana, más de 30 veces el salario mínimo, para resguardar los puestos de control en la mayoría de los rincones del vecindario, dijo José Antonio Rengifo, un maestro de 34 años.
En áreas ignoradas por las instituciones estatales, los vecinos se acercan a las bandas para buscar resoluciones a disputas que van desde abuso doméstico hasta robos.