¡Vacunarse ya!
En estos días, aparte del flagelo que significa el maldito virus que tantas vidas ha costado ya, estamos teniendo que enfrentar a un enorme colaborador interno de nuestro principal enemigo. Me refiero a quienes por diversos motivos están en contra de la única medida sensata y posible que existe para combatir el virus que no solo ha matado a tantos, sino que ha cambiado nuestras vidas para peor.
El Gobierno había implementado una norma que obligaba a los ciudadanos —a partir del 1 de enero, o en su defecto del lunes 3— a portar un carnet que certificaba que estos habían recibido sus vacunas, para poder acceder a lugares públicos y a servicios muy importantes. Las protestas no se dejaron esperar, todas descabelladas, aun las que parecen inteligentes, como por ejemplo el artículo del señor Franz Barrios en Página 7, que arguye a favor del derecho de las personas a no ser vacunadas.
La Constitución que tenemos es tan mal hecha que es posible encontrar, si se quiere, un derecho a no ser vacunado. Creo que la forma sensata de enfrentar esta situación es partiendo de las obligaciones que pueden llegar a tener los ciudadanos en momentos de excepción.
Es obvio que resulta imposible vacunar a quien no quiere hacerlo, ¿se imagina usted amigo lector a un batallón militar movilizado para obligar a los habitantes de un pueblito perdido a que se vacunen? ¿o el allanamiento de una casa de la zona sur de La Paz, y el enmanillamiento de la dueña de esa casa para ser conducida a un lugar donde se le pueda colocar una vacuna previo tranquilizante? Ni qué decir sobre una batida a la salida de un culto religioso estilo cristiano, no olvidemos que los cristianos a la antigua hasta se dejaron arrojar a los leones, de puro tercos.
No, no se puede obligar a recibir la vacuna, pero se puede excomulgar a quien con su propia actitud pone en riesgo la salud de toda una comunidad. Más allá de que el suyo sea el riesgo mayor, debe estar consciente de que debe renunciar a la convivencia natural de una sociedad moderna. La restricción de interactuar físicamente si no se está vacunado es una medida sensata.
La pandemia nos ha llevado a una situación de guerra suave, amable si se quiere, hemos tenido que vivir con muertes y con enormes limitaciones, creo que para volver lo más cercanamente posible a la bella vida que teníamos antes, se pueden aceptar situaciones de excepción que conculquen algunos de nuestros derechos. Dicho sea de paso, creo que, además, en lo que respecta a vacunas se debe utilizar como antecedente la obligatoriedad que existe para la vacunación de los infantes.
La variante atroz de nuestro descalabro político, está en el discurso grosero de líderes políticos indígenas, empezando por Felipe Quispe, que ganó las elecciones departamentales ya muerto, y que porfiaba en que la enfermedad no existía entre los indígenas, o el vicepresidente Choquehuanca que hasta hace unos días se negó a vacunarse y siguió diciendo sandeces respecto de una supuesta medicina tradicional. Amén de una posible deuda política del MAS, que habría desinformado y politizado de la peor manera la pandemia para obtener réditos políticos.
Posponer la obligatoriedad del uso del carnet de vacunación ha sido criticado, no estoy seguro de que hubiera sido posible no hacerlo, pero aclaremos, la medida no debe diluirse, y en estas semanas el Gobierno tiene que ocuparse de lanzar una campaña muy importante para convencer a quienes todavía son convencibles, y obviamente facilitar la vacunación.
La vida de los irracionales que no quieren vacunarse tiene que complicarse, eso podría tal vez ayudarles a reconsiderar su actitud. Creo que el presidente de Francia, Macron, tiene una figura clara de lo que se debe hacer en su país y, aunque suene colonial, bien valdría imitarlo. No hay argumentos válidos para no vacunarse, y mucho menos puede ser uno de ellos el oscurantismo religioso.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ