El eco enmudece. Tanto como el incienso envolvente que se pierde en la inmensidad. Tanto como la pequeñez que se cierne sobre cualquiera ante el baldaquino. Tanto como contemplar el féretro de aquel que hace apenas unos días atravesó esa nave central en silla de ruedas para dejarse abrazar por quienes ahora acuden en masa a despedirle.