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<p> En algo hay que distinguirse para que el mundo no nos ignore. La indiferencia y el silencio son mortales: “ódiame por piedad yo te lo pido”. Como aconsejaba el “Hechicero del Ande”, es decir, Franz Tamayo, si no nos ven o no nos oyen, hay que “clavar a martillazos la verdad en las cabezas rebeldes”. En estos días brumosos de humo y de mal humor, Bolivia se muestra como un país de enigmáticos contrastes. De las montañas y del altiplano aún no quiere irse el hielo; en tanto que en el otro lado, el fuego arrasa las praderas verdes de la Madre Tierra.</p> <p> Si se revisa un poco la historia, la tónica imperante en Bolivia siempre ha sido la beligerancia; tal vez por eso invocamos con frecuencia la paz; hasta una ciudad lleva ese nombre y es allí donde menos existe. Un escritor paceño, Carlos Mesa, ha dicho que es una ciudad más bien esquizofrénica; por algo será. Pero los elementos de la naturaleza, como el fuego, el aire y el agua, en proporciones adecuadas, no sólo son inofensivos sino más bien necesarios; sin embargo, en cantidades descontroladas pueden sembrar la muerte.</p> <p> Nada se hace aquí sin pelear. El sentido de vida de ciertas gentes es precisamente el dar y recibir palos; de lo contrario, se quedarían paradas. Son como los toros de lidia, los perros de caza o los gallos de pelea. No se sabe si por contaminación, aquellas se comportan como los fenómenos violentos de la naturaleza o ésta ataca con una crueldad copiada de la conducta humana. El hecho es que hubo en los pasados días graves incendios. Unos fantasmas pirómanos del Tunari saturaron de bióxido de carbono la atmósfera de Cochabamba; otro tanto sucedió en un lugar cercano a la famosa cuesta de Sama en Tarija.</p> <p> Como decíamos, las lenguas de fuego dominan la política, y el humo sirve para muchas cosas. Los campesinos lo utilizan para hacer salir de su madriguera a las vizcachas; con ese mismo recurso desalojaron de su despacho presidencial al Dr. Tomás Frías; desde entonces los caudillos disputan a sangre y fuego la ocupación del Palacio Quemado. Todavía debe recordarse que en los años turbulentos del decenio plurinacional, también se quemaron la prefectura de Cochabamba y la Alcaldía de El Alto, lo cual revela que hay conspicuos seguidores de la piromanía.</p> <p> En estos días memorables, hasta hubo un descubrimiento. Una comisión que quería recorrer por la oscura vía del Tipnis, se topó con algo así como “La nación clandestina”. Lo de Jorge Sanjinés era un film, pero Isinuta es una dramática realidad. Un tal Sinchi–Roca, cacique sucesor de la antigua teocracia socialista de los Incas, notificó que por tratarse de un Super Estado independiente, el ingreso debe ser autorizado por los Apu Mallkus del Conisur. Los viajeros estupefactos creyeron que estaban soñando o que habían equivocado la ruta. Por si las moscas, ante el inminente peligro, se dieron la vuelta.</p> <p> </p> <p> <em><strong>El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia. </strong></em></p> <p> <meta charset="utf-8" /></p> <p dir="ltr"> Más artículos sobre el tema</p> <p dir="ltr"> <a href="https://www.lostiempos.com/actualidad/opinion/20190819/editorial/incendios-fehaciente-prueba-nuestro-extravio">Los incendios, fehaciente prueba de nuestro extravío</a> Editorial</p> <p dir="ltr"> <a href="https://www.lostiempos.com/actualidad/opinion/20190803/columna/llamas-humo-e-hipocresia-ambiental">Entre llamas, humo e hipocresía ambiental</a> Lorena Amurrio Montes</p> <p> </p>
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<p> En algo hay que distinguirse para que el mundo no nos ignore. La indiferencia y el silencio son mortales: “ódiame por piedad yo te lo pido”. Como aconsejaba el “Hechicero del Ande”, es decir, Franz Tamayo, si no nos ven o no nos oyen, hay que “clavar a martillazos la verdad en las cabezas rebeldes”. En estos días brumosos de humo y de mal humor, Bolivia se muestra como un país de enigmáticos contrastes. De las montañas y del altiplano aún no quiere irse el hielo; en tanto que en el otro lado, el fuego arrasa las praderas verdes de la Madre Tierra.</p> <p> Si se revisa un poco la historia, la tónica imperante en Bolivia siempre ha sido la beligerancia; tal vez por eso invocamos con frecuencia la paz; hasta una ciudad lleva ese nombre y es allí donde menos existe. Un escritor paceño, Carlos Mesa, ha dicho que es una ciudad más bien esquizofrénica; por algo será. Pero los elementos de la naturaleza, como el fuego, el aire y el agua, en proporciones adecuadas, no sólo son inofensivos sino más bien necesarios; sin embargo, en cantidades descontroladas pueden sembrar la muerte.</p> <p> Nada se hace aquí sin pelear. El sentido de vida de ciertas gentes es precisamente el dar y recibir palos; de lo contrario, se quedarían paradas. Son como los toros de lidia, los perros de caza o los gallos de pelea. No se sabe si por contaminación, aquellas se comportan como los fenómenos violentos de la naturaleza o ésta ataca con una crueldad copiada de la conducta humana. El hecho es que hubo en los pasados días graves incendios. Unos fantasmas pirómanos del Tunari saturaron de bióxido de carbono la atmósfera de Cochabamba; otro tanto sucedió en un lugar cercano a la famosa cuesta de Sama en Tarija.</p> <p> Como decíamos, las lenguas de fuego dominan la política, y el humo sirve para muchas cosas. Los campesinos lo utilizan para hacer salir de su madriguera a las vizcachas; con ese mismo recurso desalojaron de su despacho presidencial al Dr. Tomás Frías; desde entonces los caudillos disputan a sangre y fuego la ocupación del Palacio Quemado. Todavía debe recordarse que en los años turbulentos del decenio plurinacional, también se quemaron la prefectura de Cochabamba y la Alcaldía de El Alto, lo cual revela que hay conspicuos seguidores de la piromanía.</p> <p> En estos días memorables, hasta hubo un descubrimiento. Una comisión que quería recorrer por la oscura vía del Tipnis, se topó con algo así como “La nación clandestina”. Lo de Jorge Sanjinés era un film, pero Isinuta es una dramática realidad. Un tal Sinchi–Roca, cacique sucesor de la antigua teocracia socialista de los Incas, notificó que por tratarse de un Super Estado independiente, el ingreso debe ser autorizado por los Apu Mallkus del Conisur. Los viajeros estupefactos creyeron que estaban soñando o que habían equivocado la ruta. Por si las moscas, ante el inminente peligro, se dieron la vuelta.</p> <p> </p> <p> <em><strong>El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia. </strong></em></p> <p> <meta charset="utf-8" /></p> <p dir="ltr"> Más artículos sobre el tema</p> <p dir="ltr"> <a href="https://www.lostiempos.com/actualidad/opinion/20190819/editorial/incendios-fehaciente-prueba-nuestro-extravio">Los incendios, fehaciente prueba de nuestro extravío</a> Editorial</p> <p dir="ltr"> <a href="https://www.lostiempos.com/actualidad/opinion/20190803/columna/llamas-humo-e-hipocresia-ambiental">Entre llamas, humo e hipocresía ambiental</a> Lorena Amurrio Montes</p> <p> </p>
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