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<p class="rtejustify" dir="ltr"> La primera vez que escribí una carta, para presentarme como postulante a la universidad, fijé mis coordenadas en base a modelos estrictos y formales de misivas. Había un encabezado de ciudad y fecha, una presentación de nombre y cargo y el inicio cordial y educado de la epístola, junto con un cuerpo debidamente ordenado en ideas, para luego concluir con un “atentamente, su seguro servidor”, firma incluida.</p> <p class="rtejustify" dir="ltr"> Luego irrumpió el correo electrónico en nuestras vidas, allá por la década de los 90, y la mayoría de nosotros tendríamos una media de 25 años y un poco más. El tono y la estructura del lenguaje se mantenía en su formalidad. De hecho, los de esa época ahora bordeamos los 50 años y seguimos conservando en nuestra psiquis aquel tono rígido del lenguaje, un manejo coloquial y ordenado de nuestras comunicaciones.</p> <p class="rtejustify" dir="ltr"> Pero luego, nuestro traje encorbatado se rompe con la llegada de los mensajes cortos a través de <em>Messenger</em>, mensajes de texto y el propósito práctico de nuestra comunicación y su estricto carácter de inmediatez nos inocula un vórtice feroz en nuestro lenguaje. Lo desdibuja y nos desubica. </p> <p class="rtejustify" dir="ltr"> Todo debe ser más corto. Más informal. Más directo. Más acotado. La síntesis nos obliga a pensar en breve, en liliputiense, y nosotros, los de antes, somos los Gulliver aprisionados en tan sólo 120 caracteres. No hay más tiempo. No hay más espacio. No hay más lectores.</p> <p class="rtejustify" dir="ltr"> <em>Twitter</em> llega en 2006. Y nos preguntaba: “¿Qué estás haciendo?”. El resultado era una serie de tuits de carácter introspectivo, que usaban numerosos pronombres en primera persona y verbos en presente. Después, en 2009, el pajarito azul nos cambia la pregunta a ¿qué está pasando?, lo que hizo que nuestros tuits sean más extravertidos, con numerosos pronombres en tercera persona y mayor variedad de formas verbales. </p> <p class="rtejustify" dir="ltr"> El resultado fue un canje en el propósito y en el carácter de nuestro lenguaje. </p> <p class="rtejustify" dir="ltr"> Pero quien defienda que tuitear es fácil, comete un error. Hay una salvedad que debe tomarse en cuenta: la diferencia entre la expresión informal y formal. De hecho, para Gretchen McCulloch, ahora utilizamos la tecnología para “restaurar nuestros cuerpos a la escritura. Para infundir el lenguaje con un significado extratextual, de la misma manera que podríamos mover nuestras manos durante una conversación. ¡Ha llegado la prosa informal e intuitiva!</p> <p class="rtejustify" dir="ltr"> Nosotros, los “preInternet, siempre tendemos a evitar acrónimos. Los llamados “semiInternet”, en cambio, son agresivos casi en extremo (por ejemplo LOL, que hasta ahora, no tengo la más peregrina idea de qué significa) y lo son porque no ven la conversación digital como el lugar para la sutileza tonal. </p> <p class="rtejustify" dir="ltr"> Finalmente están los “====full====Internet”, bajo el alero de la mensajería instantánea, Facebook, WhatsApp, Telegram y ni qué decir de las personas “posteriores a Internet”, que ya ni palabras utilizan y menos orden y estructura. </p> <p class="rtejustify" dir="ltr"> Soy nostálgico y tengo derecho a serlo. Leer las epístolas de Borges, de Cortázar, de Picasso de Virginia Ocampo o de Pizarnik. Conocer su carácter sólo con su forma y estilo de escribir es un verdadero regalo para todos. Por eso, amigo lector, desde mi orilla, siento la necesidad de defender al lenguaje, a su uso debido y respetado. Sin importar la plataforma que se use, no matemos aquello que nos pone en el pináculo de la especie: el poder de la palabra. </p> <p class="rtejustify" dir="ltr"> </p> <p class="rtejustify" dir="ltr"> <strong><em>El autor es comunicador</em></strong></p>
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