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Museos por centros de convenciones o la muerte de una ciudad
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<p class="rtejustify"> Lúgubre es asistir a la muerte lenta de una ciudad otrora hermosa. El “valle florido” da paso a calles desnudas y sofocantes, plagadas de bodrios de cemento sin indicios de una mínima planificación urbanística y estética, y donde el espacio público, al ser rifado al mejor postor, se atesta de la más grosera y abusiva publicidad. Al alzar la vista, cada vez es más difícil solazarse con molles, ceibos o jacarandás; en su lugar, la mirada se aturde con plástica gigantografía.</p> <p class="rtejustify"> Se aseguraba que Cochabamba era la “Capital gastronómica de Bolivia”. Los abuelos rememoran las deliciosas viandas que se servían al compás de las concertinas, charangos o guitarras, tal vez bajo el influjo del néctar de los dioses quechuas, cuando, todavía, la chicha no era adulterada con azúcar y alcohol, y generaba dulces y poéticos desvaríos y no la beodez enajenada y violenta de los alcoholes dañinos. Hoy, la variada gastronomía cochabambina es reemplazada por la invasión de la comida rápida masiva y homogenizadora.</p> <p class="rtejustify"> Hubo un tiempo en que se gestó una cultura alternativa en la “Llajta”, emprendimientos vinculados con el entretenimiento nocturno “bohemio” y muy vinculado al ejercicio de las artes. Lugares en los que era posible escuchar jazz o deleitarse con cine independiente, por ejemplo. La mayoría de esos emprendimientos fueron asesinados poco a poco por la corrupción, oscurantismo, ignorancia y doble moral de las intendencias ediles.</p> <p class="rtejustify"> Efectos del “progreso” y del crecimiento demográfico, me comentan. Sin embargo, se supone que lo más interesante de las ciudades es la diversa oferta de propuestas culturales y de entretenimiento. En Cochabamba parece ocurrir el fenómeno contrario, porque el arrollador influjo mercantil silencia las manifestaciones culturales que no responden a productos concebidos para lucrar, fenómeno que relega a un último plano la calidad artística, la inquietud creativa y la necesidad educativa.</p> <p class="rtejustify"> Es doloroso admitir que las imperfecciones de las democracias muchas veces significan el encumbramiento de gestiones públicas caudillistas, clientelares, corruptas y que, más que resguardar al bien común (como es su mandato), utilizan a los recursos y bienes públicos para destruirlo. Lamentablemente, estas gestiones son en gran parte responsables de la sistemática destrucción de lo mejor de Cochabamba.</p> <p class="rtejustify"> En semejante contexto, entre los humos de los automotores premiados con distribuidores vehiculares, los elefantes blancos en medio de las míticas lagunas de la “Kocha Pampa”, los polifuncionales reemplazando a las áreas verdes, sólo faltaba que uno de los pocos museos que le quedan a la ciudad pretenda ser sacado para construir nada más y nada menos que un fatuo centro de convenciones. ¡Uno más de tantos, porque si bien en Cochabamba faltan bibliotecas y museos, en la misma proporción abundan los centros de convenciones! </p> <p class="rtejustify"> Más de paso, el Museo de Historia Natural Alcide d’Orbigny no solo es un patrimonio cultural, histórico y educativo, sino representa un tesoro natural, corredor biológico y espacio verde de los pocos que sobrevivieron en Cochabamba. El Museo y sus instalaciones permiten la fabulosa oportunidad de unir el resguardo de un área verde con la investigación de sus irremplazables beneficios ambientales. ¿Y justo allí se les ocurre tratar de emplazar otro enorme elefante de cemento?</p> <p class="rtejustify"> Increíble, señores/as. ¿Cómo es posible que los ciudadanos/as de Cochabamba no podamos dormir tranquilos/as y sin la preocupación de que al gobierno municipal de turno se le ocurra atentar (una y otra vez) contra lo poco de patrimonio natural, cultural y educativo que nos va quedando? ¿En qué idioma hay que recordar que en Cochabamba reptamos en calcinante entorno malsano y suicida con evidente déficit de árboles y áreas verdes, y que ya no podemos seguir sacrificándolos por ocurrencias autoritarias? Y para el colmo de colmos, ¿ahora también es “vocación” de Cochabamba el sacar museos? ¡Realmente, señores/as! Cochabamba (y otras ciudades y pueblos de Bolivia cuyos nombres no quiero acordarme, por ahora) inspiran a sacar un concurso que se llame “Premio Odorico Paraguaçu a la peor gestión municipal”.</p>
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<p class="rtejustify"> Lúgubre es asistir a la muerte lenta de una ciudad otrora hermosa. El “valle florido” da paso a calles desnudas y sofocantes, plagadas de bodrios de cemento sin indicios de una mínima planificación urbanística y estética, y donde el espacio público, al ser rifado al mejor postor, se atesta de la más grosera y abusiva publicidad. Al alzar la vista, cada vez es más difícil solazarse con molles, ceibos o jacarandás; en su lugar, la mirada se aturde con plástica gigantografía.</p> <p class="rtejustify"> Se aseguraba que Cochabamba era la “Capital gastronómica de Bolivia”. Los abuelos rememoran las deliciosas viandas que se servían al compás de las concertinas, charangos o guitarras, tal vez bajo el influjo del néctar de los dioses quechuas, cuando, todavía, la chicha no era adulterada con azúcar y alcohol, y generaba dulces y poéticos desvaríos y no la beodez enajenada y violenta de los alcoholes dañinos. Hoy, la variada gastronomía cochabambina es reemplazada por la invasión de la comida rápida masiva y homogenizadora.</p> <p class="rtejustify"> Hubo un tiempo en que se gestó una cultura alternativa en la “Llajta”, emprendimientos vinculados con el entretenimiento nocturno “bohemio” y muy vinculado al ejercicio de las artes. Lugares en los que era posible escuchar jazz o deleitarse con cine independiente, por ejemplo. La mayoría de esos emprendimientos fueron asesinados poco a poco por la corrupción, oscurantismo, ignorancia y doble moral de las intendencias ediles.</p> <p class="rtejustify"> Efectos del “progreso” y del crecimiento demográfico, me comentan. Sin embargo, se supone que lo más interesante de las ciudades es la diversa oferta de propuestas culturales y de entretenimiento. En Cochabamba parece ocurrir el fenómeno contrario, porque el arrollador influjo mercantil silencia las manifestaciones culturales que no responden a productos concebidos para lucrar, fenómeno que relega a un último plano la calidad artística, la inquietud creativa y la necesidad educativa.</p> <p class="rtejustify"> Es doloroso admitir que las imperfecciones de las democracias muchas veces significan el encumbramiento de gestiones públicas caudillistas, clientelares, corruptas y que, más que resguardar al bien común (como es su mandato), utilizan a los recursos y bienes públicos para destruirlo. Lamentablemente, estas gestiones son en gran parte responsables de la sistemática destrucción de lo mejor de Cochabamba.</p> <p class="rtejustify"> En semejante contexto, entre los humos de los automotores premiados con distribuidores vehiculares, los elefantes blancos en medio de las míticas lagunas de la “Kocha Pampa”, los polifuncionales reemplazando a las áreas verdes, sólo faltaba que uno de los pocos museos que le quedan a la ciudad pretenda ser sacado para construir nada más y nada menos que un fatuo centro de convenciones. ¡Uno más de tantos, porque si bien en Cochabamba faltan bibliotecas y museos, en la misma proporción abundan los centros de convenciones! </p> <p class="rtejustify"> Más de paso, el Museo de Historia Natural Alcide d’Orbigny no solo es un patrimonio cultural, histórico y educativo, sino representa un tesoro natural, corredor biológico y espacio verde de los pocos que sobrevivieron en Cochabamba. El Museo y sus instalaciones permiten la fabulosa oportunidad de unir el resguardo de un área verde con la investigación de sus irremplazables beneficios ambientales. ¿Y justo allí se les ocurre tratar de emplazar otro enorme elefante de cemento?</p> <p class="rtejustify"> Increíble, señores/as. ¿Cómo es posible que los ciudadanos/as de Cochabamba no podamos dormir tranquilos/as y sin la preocupación de que al gobierno municipal de turno se le ocurra atentar (una y otra vez) contra lo poco de patrimonio natural, cultural y educativo que nos va quedando? ¿En qué idioma hay que recordar que en Cochabamba reptamos en calcinante entorno malsano y suicida con evidente déficit de árboles y áreas verdes, y que ya no podemos seguir sacrificándolos por ocurrencias autoritarias? Y para el colmo de colmos, ¿ahora también es “vocación” de Cochabamba el sacar museos? ¡Realmente, señores/as! Cochabamba (y otras ciudades y pueblos de Bolivia cuyos nombres no quiero acordarme, por ahora) inspiran a sacar un concurso que se llame “Premio Odorico Paraguaçu a la peor gestión municipal”.</p>
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