Una historia de huevos

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Publicado el 08/05/2016 a las 0h00
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AGROPECUARIA| TRAS LA DEBACLE DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, OLEADAS DE JAPONESES MIGRARON A BOLIVIA Y SE ESTABLECIERON EN OKINAWA Y YAPACANÍ. ESTA ES SU HISTORIA ALIMENTICIA.

El huevo es un alimento rico en proteínas y lípidos. Pese a ello, su consumo en Bolivia no se masificó sino hasta los últimos años cuando, según datos de las asociaciones de avicultores, pasó de 138 per cápita en 2013 a los 150 huevos consumidos anualmente por una persona en 2015. Y aunque los datos oficiales ubican a Yapacaní entre las principales zonas productoras en Bolivia, poco es lo que se dice sobre el aporte japonés al consumo y producción de huevo.

En Bolivia, los varones asimilan a los huevos con los testículos, fundamentalmente por su forma, y por ello se los asocia a todo lo que tenga que ver con esas partes de su anatomía.

En el imaginario masculino, el valor y el coraje son atributos del varón, del que tiene testículos, así que se dice que los actos de valentía requieren de huevos.

Si es así, la decisión que tomaron varias familias japonesas en 1954 de trasladarse a Bolivia debió necesitar de bastantes huevos. Japón continuaba devastado por los efectos de la Segunda Guerra Mundial y sus autoridades coordinaban una migración planificada con el fin de reducir la población de entonces. Bolivia era uno de los países elegidos en América Latina. Durante el primer gobierno de Víctor Paz Estenssoro se acordó el ingreso de una determinada cantidad de familias que recibirían tierras y se establecerían en el oriente boliviano que, por entonces, estaba prácticamente deshabitado.

Pero una cosa era decidir y otra muy distinta cumplir la decisión. La única manera de cubrir los miles de kilómetros que separaban a Japón de Bolivia era siguiendo una larga ruta marítima que partía en el puerto de Yokohama y terminaba en el de Santos, Brasil. Había dos rutas, la del oeste, que cruzaba el Océano Índico, y la del este, que iba por el Pacífico. En ambos casos, la travesía duraba más de 40 días que los migrantes utilizaban en aprender el español y estudiar los datos disponibles del país en el que vivirían.

Una vez en Santos, se descansaba unos días para emprender otro largo viaje con rumbo a Santa Cruz.  Y ni siquiera allí terminaba la travesía porque había que internarse en la selva hasta llegar al lugar que les había asignado el gobierno. Los primeros inmigrantes terminaron su viaje el 15 de agosto de 1954, cuando se establecieron a orillas del Río Grande, en la colonia que bautizaron como Uruma. Era selva pura así que se abrieron paso a punta de machete. En los claros que lograron construyeron precarias casas con pilares de troncos y techos de palmera. Ni bien se habían establecido, se enfrentaron a su siguiente desafío: los bichos. Las que parecían simples picazones se convirtieron en enfermedades y estalló la epidemia. La colonia tuvo que desocuparse y las casas se quemaron para acabar con el virus.

El gobierno boliviano les asignó un nuevo lugar, también cerca del Río Grande, a unos 80 kilómetros al noreste de Santa Cruz de la Sierra. En recuerdo de la prefectura japonesa que dejaron en manos de los estadounidenses, los inmigrantes la bautizaron como Okinawa.

 

MÁS MIGRANTES

Los japoneses establecidos en Okinawa necesitaban comer así que, tras verificar la productividad del suelo en el que vivían, comenzaron a sembrar arroz. Tras cubrir sus necesidades, vieron que podían ofrecer el producto en Santa Cruz pero, para ello, necesitaban un camino así que resolvieron construirlo. Su esfuerzo posibilitó que el consumo del cereal se difunda primero en Santa Cruz y luego se extienda a toda Bolivia.

Mientras los inmigrantes de Okinawa comenzaban a sembrar arroz y algodón, la migración planificada continuaba.

El 15 de mayo de 1955 llegaba otro grupo humano pero a un lugar más distante de Santa Cruz, a 124 kilómetros. Un total de 14 familias que sumaban 88 integrantes se establecían en San Juan de Yapacaní. Al igual que sus predecesores, levantaron sus viviendas con sus propias manos y comenzaron a cultivar arroz.

En agosto de 1956 se firmó un convenio entre los gobiernos de Japón y Bolivia legalizando el ingreso y establecimientos de los inmigrantes que recibieron 25 hectáreas de tierra por familia. En 1957 llegó el grupo más numeroso hasta entonces, 159 personas de 25 familias que estaban resueltos a labrarse un destino en las fértiles tierras del oriente.

 

MÁS PRODUCTOS 

En sus primeros años, los inmigrantes japoneses debieron tolerar tanto el clima como los peligros de la selva. Domaron el monte y, poco a poco, serpientes, tigres y capivaras fueron retrocediendo.

Al verificar la productividad del terreno, comenzaron a diversificar su producción y, además de arroz y algodón, sembraron yuca, maíz y comenzaron a experimentar con un producto desconocido para los bolivianos, la soya.

Se organizaron de tal forma que su producción fue creciendo, al igual que sus tierras. Actualmente, cada familia no posee 25 sino 250 hectáreas en las que se produce variedad de alimentos, incluidos los frutales, y la avicultura que también se masificó en Bolivia gracias al trabajo de los descendientes de los japoneses.

 

Y LOS HUEVOS

Trabajando en sus parcelas en un sistema que admite hasta tres generaciones, en familias en las que hasta los abuelos cumplen una función productiva, los japoneses vieron que las tierras de su alrededor también eran ocupadas por migrantes pero bolivianos. Familias de Potosí, Oruro y Cochabamba también trabajaban parcelas pero, además de la siembra de alimentos, se dedicaban a la ganadería.

Los japoneses y sus hijos admitieron que la crianza de animales era una buena alternativa pero optaron por la avicultura y empezaron a criar gallos y gallinas con el fin de aprovechar sus huevos.

Así, al igual que el arroz y el maíz, los huevos de los japoneses comenzaron a llegar a los mercados de Santa Cruz y de allí salieron con rumbo a los del resto del país. El problema de siempre era la falta de caminos pero ellos los construyeron y se encargaron de su mantenimiento. Con la ayuda de la Federación de Asociaciones de Ultramar, los inmigrantes mantenían y arreglaban las vías hasta que en 2003 se inauguró el esperado tramo asfaltado hasta San Juan de Yapacaní. Fue el paso definitivo hacia la producción masiva de alimentos en la que los huevos jugarían un papel preponderante.

El sistema de trabajo de los japoneses fue el cooperativo que permitió que hacia 1971 se consiga la personería jurídica que dio nacimiento a la Cooperativa Agropecuaria Integral San Juan de Yapacaní (Caisy) mientras que en la otra colonia se consolidó la Cooperativa Agropecuaria Integral Colonias Okinawa Ltda. (Caico). Por su parte, la Federación de Asociaciones de Ultramar fue la base para la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional (JICA, por sus siglas en inglés).

Actualmente, Caico y Caisy son respetadas marcas en la producción de alimentos pero, si de huevos se trata, la segunda no tiene parangón ya que aglutina a 100 socios, que representan 100 granjas productoras de 25 millones de unidades de huevos que representan el 20 por ciento de la producción nacional.

Y como no solo de huevos vive el hombre, los descendientes de los inmigrantes japoneses han importado también sus recetas con las que son capaces de preparar varios platos a base de huevo. Flan, sushi, paellas y ensaladas pueden diversificar la dieta de cualquier familia.

¿Y hay novedades? Siempre. En San Juan de Yapacaní ahora se siembra macadamia, una nuez de arbusto originaria de Indonesia, que sirve para la industria del perfume pero también se puede consumir directamente. En Caisy la procesan para el consumo humano y la cubren de chocolate antes de embolsarla o encajonarla. El producto es innegablemente delicioso y ya puede encontrarse en los supermercados del país.

Como al resto de los productores del oriente boliviano, a los residentes de Okinawa y Yapacaní les ha afectado los embates naturales de los últimos meses pero ellos están acostumbrados a las adversidades así que lo más probable es que los superen con solvencia. Es, al final, la agropecuaria es nomás cuestión de huevos.

 

POLLITOS EN MASA

“Si el pollo es criollo, es de Yapacaní”. La afirmación se desvanece ante la realidad que se vive en las granjas de Caisy pero contiene otras verdades.

Los socios de Caisy crían miles de gallos y gallinas que son los que producen sus famosos huevos. Se selecciona a pisadores (sementales) que se destinan para la reproducción y a las ponedoras que son encajonadas de a dos en largos cobertizos donde ponen huevos durante por lo menos dos años. Al cabo de ese tiempo, su productividad declina así que son vendidas para alimento.” Toda carne de gallina que encuentre en Santa Cruz es gallina de acá —explica divertido uno de los descendientes de japoneses—. Locro, picante o hamburguesa… seguro que salió de acá. Hasta en las salteñas así que no le venden salteñas de pollo sino salteñas de gallina”.

Pero no son gallinas criollas. Aunque la reproducción es natural (a un gallo le asignan unas siete gallinas), los huevos destinados a pollos son enviados a incubadoras de donde salen los pollitos que son alimentados con productos balanceados y crecen con luz artificial. Luego viene la selección y… a poner se dijo. Y después… a la olla se dijo.

 

 

JAPONESES EN BOLIVIA

La importancia de la presencia japonesa en Bolivia dio lugar a la conformación de asociaciones nikkei (nombre con el que se designa a los migrantes de Japón y su descendencia) que no solo existen en Santa Cruz sino también en Pando, Beni y La Paz.

Esas organizaciones son la Asociación de descendientes boliviano-japoneses de Trinidad, la Asociación Boliviano-Japonesa de Rurrenabaque, el Centro Cultural Boliviano Japonés de Riberalta, la Asociación Nikkei de descendientes japoneses de Guayaramerín, la Asociación Nikkei de Pando, la Sociedad Japonesa de La Paz, el Centro Social Japonés de Santa Cruz, la Asociación Boliviano-Japonesa de San Juan de Yapacaní y la Asociación Boliviano-Japonesa de Okinawa.

Los descendientes de japoneses mantienen las tradiciones y cultura de Japón, así como su idioma que es enseñado en las escuelas de sus colonias.

 

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