Cascadas de Apote premian larga caminata

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Publicado el 06/11/2017 a las 0h00
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Las cascadas gemelas de Apote son una especie de premio que espera al final de una caminata de una hora y 20 minutos.

El camino comienza en Pihusi, Apote, a la altura del restaurante “El Molino de Pihusi”, precisamente. Hasta allí se llega en vehículo, o a pie desde la parada del minibús 106, en la plaza de Apote. Puede tomarse un minibús de esa línea en la esquina América y Libertador.

Debajo de la cascada, las imágenes del largo camino se fijan en el lado grato de la memoria y la fatiga se va río abajo, lavada de la piel por esas gotas frías y mayúsculas que parecen venir del cielo, para llenar la poza con el agua cristalina que la rebasa y baja cantando de la montaña.

Hay que subir por el lecho del río, saltando entre las rocas, o por el sendero paralelo al cauce.

El disfrute comienza apenas se emprende la marcha por el lecho del río, aunque los primeros seis minutos de camino el cauce está seco.

Incluso sin agua corriente, el paisaje de la quebrada que comienza acoge al caminante con un abrazo de multitud de tonos de verde, gris, amarillo y jaspes de marrón. Pajas, árboles, arbustos, plantitas, cantos rodados de todos los tamaños… y las laderas de las montañas, especialmente la del lado oeste (a la izquierda), derraman sus colores en medio del silencio punteado por el canto de pájaros invisibles.

De pronto, lo que parece el viento corriendo entre las plantas, resulta ser el agua que discurre muy cerca, allá arriba en el canal artificial que captura toda la del río para llevarla al pueblo y sus sembradíos.

Superado ese punto, el abrazo cromático del paisaje se completa con el deleite auditivo.

El sonido del agua fluyendo entre rocas y plantas no es un simple rumor monótono. No. Es la canción innombrable del agua, que varía y se combina según el grosor del chorro que se escapa entre las piedras, la altura de su caída y la profundidad de su punto de impacto.

El aire aquí es más limpio, libre del filtro gris de la contaminación citadina. A medida que se asciende, su transparencia aumenta. Los colores son más brillantes, sus matices más evidentes. Las siluetas de pajas, arbustos, árboles y cactus, que comienzan a ser más numerosos, se recortan con mayor nitidez contra el cielo o los flancos de las montañas.

Cerca de un cuarto de hora de iniciada la caminata y de manera casi imperceptible, la pendiente del lado izquierdo dejó de ser una. De repente, la mirada en esa dirección ya no puede ascender distraída por el declive, desaparecido.

Vertical y vertiginoso, el alto muro del acantilado interpela, empequeñece al caminante con sus más de 30 metros de piedra a mitad desnuda.

Prendidas a las rocas, enormes matas de helechos, arbustos leñosos y lianas delgadas dejan caer hojas y ramas hacia el vacío, como en un equilibrio precario.

Las bolas de líquenes gris-verdoso-oscuro prendidas a tallos y ramas a intervalos irregulares parecen adornos artificiales.

Al frente, el otro flanco de la quebrada también va poniéndose más severo. Su pendiente disminuye, aunque sin llegar a la vertical ni perder toda su vegetación.

En el lecho del río, los árboles se hacen más numerosos, la mayoría son alisos, los hay viejos y jóvenes, todos exhiben sus oscuras hojas brillantes y saludables. Y los botones próximos a florecer prometen un espectáculo para las próximas semanas.

Las pozas de agua –entre pequeñas y medianas– son más numerosas, lo mismo que los gigantescos cantos rodados.

A la media hora de caminata, la quebrada se estrecha a ambos lados, los flancos de la montaña son verticales y parcialmente cubiertos de helechos, en las estrechas cornisas crecen cactus delgados y largos.

Abajo, en el fondo de la quebrada, ya no es posible mantener los pies secos. Una garganta ancha de cinco metros y larga de unos 15 alberga el torrente y una poza cristalina –de poco más de un metro de profundidad– que cubre toda la superficie. Imposible continuar sin meterse al agua hasta la cintura.

La marcha continúa entre pozas medianas y pequeñas gigantes rocas de diversas formas, y menos árboles. El sendero paralelo al cauce reaparece, pero mucho más estrecho, accidentado y difícil, serpenteando entre las piedras los alisos y sus raíces sólidamente prendidas al terreno casi vertical.

Varias caídas de agua de diversa altura parecen anunciar la cascada, de unos 15 metros, a la que se llega poco después. Hasta ahí la caminata ya lleva algo más de una hora.

El final está cerca. Lo que queda de camino es de cuidado, pues hay que avanzar por el delgado, sinuoso y resbaloso sendero trepa en la ladera de la montaña.

Pocos metros más allá: las cascadas gemelas caen desde una altura de 20 a 25 metros en una poza cristalina que invita a bañarse. El agua no es demasiado fría pero el chapuzón será breve para evitar una posible hipotermia.

Y luego el retorno. Siguiendo un accidentado sendero que arranca a la altura de la torre semiderrumbada, se llega al lomo de la montaña. Al fondo, hacia el sur, la ciudad asoma a través del aire teñido gris claro a causa del esmog.

Después de unos 20 minutos de caminata, entre escasos plantíos de flores, se llega al punto de partida, a pocas cuadras del restaurante “El Molino de Pihusi”.

 

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SIGLOS Y MILENIOS Grabada en la piedra, la fecha de construcción de este molino en ruinas que data de más de tres siglos. Abajo, el agua ha desgastado la roca, durante algunos milenios.
Daniel James

LOS MOLINOS, OTRO PASEO Y OTRA CASCADA

Antes de llegar a la ciudad de Tiquipaya, viniendo de Cochabamba, está lo que se conoce como los Molinos de Chilimarca. Allí se encuentren las ruinas de varios molinos cuya antigüedad remonta a varios siglos, como lo prueba la fecha del año 1668, grabada en una piedra que se observa en una de las ruinas.

Esas ruinas han sido depredadas. Hay una encima de la cual existe un sembradío de papas. Otra conserva sus cuatro paredes gracias al cuidado de los vecinos del lugar.

Más arriba de los derruidos molinos está la comunidad de Cruzani, donde sus habitantes dispersos en los flancos de la montaña son agricultores y aún labran sus parcelas con bueyes que arrastran arado.

Sin embargo, el progreso llega allí en su dimensión más triste: el aire está impregnado del esmog citadino, aun en las partes más elevadas.

A 15 minutos de la plaza de Los Molinos se encuentra una cascada, para llegar, siga el canal de riegos.

 

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SENDERO ENTRE ROCASEs imposible perderse, pues sólo hay dos direcciones posibles: río arriba o río abajo. Se puede caminar saltando entre las rocas o por el sendero paralelo al cauce.
Daniel James

MUCHAS Y MUY VARIADAS

Hay muchas caídas de agua en el trayecto, y de todos los tamaños. Lo mismo, las opciones de esta caminata son variadas. Los más aventureros llegarán hasta el final. Quienes van con niños terminarán su aventura antes de internarse en la parte más salvaje y dura de la quebrada. El disfrute está asegurado en todos los casos.

 

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