Cambio de era, América sin caudillos populistas
Tras casi dos décadas en las que se multiplicaron como pocas veces en el continente, esos líderes, considerados “criaturas de las masas”; ahora escasean, si no son algo parecido a una especie en peligro de extinción. Entre finales del siglo pasado y los primeros tres lustros del nuevo, a la clásica figura de un ya octogenario Fidel Castro empezaron a sumarse carismáticas personalidades dueñas de los actos de masas, apoteósicos recibimientos, encendidos discursos y, adicionalmente, victorias electorales abrumadoras.
En 1998, apareció el venezolano Hugo Chávez con la personalidad, probablemente, más extrovertida y cultivada del conjunto. Se convirtió incluso cuasi en la cabeza de la marcada extroversión que animaba a la mayoría. Sólo debía atemperar sus arranques ante el peso que representaba otra criatura de las masas que debió aguardar más tiempo para hacerse del poder: Luis Inacio Lula da Silva a la cabeza de la nada menos que la novena potencia mundial.
La ola no se detuvo. El ecuatoriano Rafael Correa no se quedaba atrás en cuanto a elocuencia y protagonismo desde 2006. Los Kirchner, Néstor y Cristina, tratando de hacer un nuevo tándem que les asimile a la idea de Perón y Evita, hicieron lo suyo a partir de 2002. Evo Morales extendió la serie hacia el centro sudamericano, con su acento indigenista, también desde 2006. Y José Mujica puso el carisma más fino, empático y humilde en el Uruguay del año 2010. En algún momento, la chilena Michelle Bachelet también rompió los moldes y puso su acento populista. Y el exsacerdote paraguayo Fernando Lugo vio frustrada su, en algún momento, entusiasta feligresía.
Los sobrevivientes
En Centroamérica, irrumpió Daniel Ortega, en el propio 2006, y para una larga data. Mientras que en medio de los proyectos o retardados o frustrados, en México, Andrés Manuel López Obrador debió acopiar paciencia para llegar a una fiesta de animosidad que, cuando le tocó el turno, en 2018, ya había pasado. Hoy ambos ejercen el poder, son prácticamente los únicos sobrevivientes en cuanto a estilo y tendencia.
Sin embargo, Ortega continúa en el poder con una imagen absolutamente devaluada en medio de una de las peores crisis que enfrente Nicaragua en su historia. López Obrador tampoco ha podido salir indemne de sus tres años en la presidencia mexicana y ha perdido notorios créditos. Y a la hora de hablar de caudillos, de esos mandatarios elocuentes y sorpresivos, por ahora sólo ha surgido una sola novedad: el salvadoreño Nayib Bukele.
Pero la excepción del joven Bukele, tiene 39 años, suma extrañas características. Su línea política ha oscilado por confusos y sorprendentes cambios que le llevaron del izquierdista Farabundo Martí de Liberación Nacional a la Gran Alianza de Unidad. Se proclamó como de izquierda radical, pero una vez en el Gobierno llamó dictadores a los presidentes de Cuba y Venezuela. Tuvo además acercamientos con el EEUU de Donald Trump y con gobiernos como el de Taiwán.
Su identidad política aún es motivo de profundos debates mientras su popularidad se ha mantenido estable. Quizás hoy resulte la única figura latinoamericana que marque la especie de “reallities” políticos que marcaron a la pasada era de caudillos. Esa en la que Chávez, Correa o Evo animaban fiestas o programas televisivos y radiales, o salían con discursos afiebrados a denostar y corregir públicamente a rivales políticos, periodistas o propios funcionarios.
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Sin figuras a futuro
Hacia el futuro, la única figura que parece tener relativamente encaminado un nuevo asomo al poder resulta Lula da Silva. Ha sido liberado ya de sus ataduras judiciales y va venciendo en las encuestas al presidente Jair Bolsonaro, alguien que apostó al caudillismo de derecha, pero sufre un duro retroceso en los apoyos. Para 2022, están anunciadas las elecciones presidenciales en el coloso sudamericano.
Por lo demás el continente ingresó en una etapa de liderazgos opacos y hasta timoratos. El propio retorno a la vicepresidencia argentina de Cristina Fernández de Kirchner sumó un carácter poder tras las sombras, en lugar de líder ante las masas. No sólo las cualidades de los nuevos mandatarios se notan distintas, sino también las condiciones en las que llegaron al poder resultan altamente adversas. La pandemia y la crisis económica les impiden jugar a grandes escenarios, algo con lo que de principio y excepcionalmente supo moverse Bukele.
Y la última apuesta populista de izquierda que toca las puertas del poder se halla en Perú. Pero, pese a todo el esfuerzo de campaña y marqueteo, Pedro Castillo apenas logró el apoyo del 22 por ciento de la población peruana. Mientras tanto, allí donde los discursos y carismas más elaborados brillaron en los últimos años del cambio de siglo y los primeros del actual, prácticamente no queda nada. Los relevos de Fidel Castro y de Hugo Chávez resultan prácticamente sus respectivas antítesis.
Las causas del populismo
Y al margen de las personalidades, más de un estudioso ha sumado otra de las características predominantes en varios de los procesos populistas. En varios casos no se tomaron el camino de la moderación y el respeto a las leyes. La tendencia coincidió más con el autoritarismo. De ello han dado pruebas críticas Ortega y el sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro. Mientras que Rafael Correa y Evo Morales se fueron del poder notablemente desfigurados en lo político.
“El populismo por definición es una democracia personalista, no una democracia de instituciones, apelando a la democracia participativa —ha definido la politóloga peruana María Inés Rivera—. Lo cual sin duda representa un defecto porque la democracia se forma de una consolidación de instituciones. Este fenómeno se ha convertido en la forma de gobernar de varios países de la región latinoamericana y el resultado ha degenerado en autoritarismos. Tras la caída de la Unión Soviética la ideología de izquierda debía consolidarse en una forma de poder, fue bajo el populismo y con sus líderes carismáticos que lo logró”.
A la hora de definir el estilo y su función Rivera añade: “El populismo tiende a presentarse con sus líderes como el salvador de las respectivas crisis que viven las sociedades, pero esto choca con la realidad, ya que las necesidades de estos países están lejos de ser cubiertas”.
Pero también los analistas han advertido las condiciones sociales que impulsaron e impulsan el populismo en América Latina. Condiciones que han basado olas de no sólo caudillos de izquierda, sino de otras tendencias. Se cuentan al menos tres olas: la primera, el nacional-populismo de los años 40 y 50, protagonizadas por Juan Domingo Perón o Getulio Vargas en Brasil. Una segunda ola fue marcada por el neopopulismo de derechas con Carlos Menem en Argentina o Fujimori en Perú. Y la tercera, emergió con el populismo de izquierda del siglo XXI en Argentina con Néstor Kirchner, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Hugo Chávez en Venezuela.
Según analistas como Susanne Gratiuis, los latinoamericanos resultan proclives al populismo en determinadas coyunturas porque tienen una cultura política de redes clientelares y las políticas sociales no son un derecho de los ciudadanos, sino un regalo a cambio de apoyo político. Adicionalmente, la mayoría son Estados débiles y vulnerables que ofrecen muy pocos servicios a los ciudadanos. Y, además, diversas coyunturas de crisis surgen de Gobiernos elitistas que no crean ciudadanía política o social, ni una democracia representativa e inclusiva.