Carnaval boliviano, un solo corazón
Una vez más, febrero llega con el sonido de la música nacional. El retumbar de los tambores hace que el pavimento tiemble, el sonido de la dulce zampoña viaja por los aires y escuchamos las alegres voces cantando versos familiares y conocidos. En las plazas, los bailarines ensayan, tras meses de preparación que nos llevan al gran evento. Con el resplandeciente sol del verano tardío, las fiestas empiezan. Las calles se visten de colores, de trajes fantásticos y de años de tradición, completamente integrada en nuestra vida. El corazón se alegra, porque sabe que llega el Carnaval.
A lo lejos, los bailarines empiezan sus recorridos, con el espíritu en alto y los músicos ofreciendo el ritmo y el compás. Y así, con naturalidad y elegancia, la cultura revive, camina por las mismas calles que nosotros caminamos. Las leyendas y mitos que hemos heredado se manifiestan frente a nuestros ojos. La misma historia de nuestro país se levanta desde el pasado para recordarnos, una vez más, de dónde venimos.
En el Carnaval, el pasado y el presente se unen, el arte y la tradición bailan juntas y la cultura hace una aparición.
Las festividades del Carnaval en Bolivia han trascendido un simple significado religioso para convertirse en una representación viva de nuestras raíces y culturas. Las entradas de Santa Cruz, con sus brillantes y vivos colores, las alegres y preciosas festividades de Tarija, la Anata Andina, auténtica y original, el fiero Carnaval de Oruro, Obra Maestra del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y el icónico Corso de Corsos de Cochabamba, todos ellos son una representación viva de aquello que consideramos nuestro, propio y boliviano. Una muestra de nuestra cultura tal y como la percibimos. El tesoro que no está en nuestras montañas o valles, sino que se encuentra en el mismo corazón de todos nosotros.
El Carnaval en nuestro país es el resultado de la fuerza y la voluntad de las culturas originarias, de su lucha contra la desaparición. Es la sincretización absoluta de dos mundos distintos. Es la manera que tenemos de apropiarnos de la historia, hacerla nuestra y contarla bajo nuestros propios términos.
Los cascabeles del caporal nos hablan de los viejos sufrimientos del pueblo, de la rebelión hecha burla y del orgullo imbatible del espíritu boliviano. En los colores del tinku, vemos la fuerza y la tradición que se esconden detrás de cada nota, de cada paso y prenda. En el paso del moreno, vemos los cientos de años de costumbre que hay en un baile. En el fuego de la diablada, vemos a la religión convertida en arte, sentimos la protección que la tierra siempre ha otorgado a aquellos que la respetan. Y así, cada baile representa aquello que nos hace únicos.
Estas fiestas no son solamente un desfile. No son algo sencillo, como un concurso de baile o una muestra de técnica. El Carnaval, más allá del significado religioso que pueda tener para quienes participan en él, es un vehículo de preservación. Es un método para evitar la pérdida de nuestras costumbres, de nuestra música y de los bailes que surgieron a lo largo de nuestra historia. Es una narrativa que nos lleva desde nuestro más remoto pasado hasta las realidades más contemporáneas. Así, el Carnaval boliviano, en todo su esplendor, es casi un museo vivo, inmersivo, donde el público es capaz de interactuar directamente con aquello que consideramos nuestra cultura.
Y esa cultura debe ser respetada y apreciada por lo que es.
Esta vez, el Carnaval llega después de años de dificultades, problemas y momentos complicados para el país y para cada uno de nosotros. Dejemos que nuestras canciones sean un bálsamo para los espíritus cansados. Que la alegría y la viveza del carnaval nos lleven a disfrutar de nuestro arte y cultura de la manera más sana posible. Experimentemos la esencia misma de los bailes, cantando los versos y acompañando a los bailarines en sus recorridos. Y en ese momento, entendamos que estamos viviendo algo completamente único, un sentimiento desconocido para aquellos que están faltos de amor por su cultura, por la historia y por la belleza de la cual somos capaces.
Para Una Gran Nación, este Carnaval es la prueba de que, más allá de las diferencias que podamos tener, somos un solo pueblo. Diverso, variado y enorme, pero uno al fin. Porque en el momento en que empiece la música y todos entonemos al unísono, será un solo corazón el que lata: el corazón de Una Gran Nación.