Herminio Pedraza a la luz de otro sol
Herminio Pedraza llegó al mundo en Santa Cruz de la Sierra el 15 de noviembre de 1935, poco después de que la Guerra del Chaco hubiese terminado. Nadie podía augurar en aquellos días que Pedraza sería un capítulo aparte en la historia de la vibración de los colores en la pintura boliviana. Lenta y continua experimentación pictórica. Investigación del secreto de los colores, las texturas y sus vibraciones. Todo ello fue Pedraza. El representante de una línea pictórica que en la historia del arte boliviano sólo ha tenido un miembro hasta la fecha: él mismo.
Pedraza tuvo que haber leído al monje taoísta Chuang Tzú. No me parece tan difícil que así haya sido desde que su esposa Trini y una de sus hijas, Sarah, me comentaron hace años que Pedraza era muy afecto a la lectura de libros de religiones, que solía practicar la meditación y que mostraba interés con frecuencia por las corrientes místicas, habiendo adoptado además un estilo de vida vegetariano muy en contacto con la naturaleza. Se cuenta incluso que viajaba una vez al año a Buenos Aires junto con su esposa para visitar a su guía espiritual. Tito Kuramotto, en cambio, amigo personal de Pedraza y también pintor clave de aquella generación, me comentó que a Pedraza no le gustaba tanto leer, “prefería que uno le contase lo que había leído y él lo pillaba al tiro”. Yo sigo creyendo que había algo de rebelde taoísta en Pedraza.
En su etapa de madurez artística, la limitación estricta que Pedraza se puso fue clara: la pintura es ante todo un fenómeno visual, el tema es un pretexto. Lo que el pintor se propone es dejar en libertad a la pintura. Las formas son las que hablan, no las intenciones ni las ideas del artista.
Las relaciones entre Pedraza y el arte popular deben buscarse en el nivel más profundo, no sólo en las formas, sino en las creencias subterráneas que las animan. Los objetos y las prácticas culturales populares no son sólo formas que se vuelven la temática de los cuadros de Pedraza, sino que adquieren el sentido de un canal de transmisión que lo unen con el mundo de su infancia. Incluso con el mundo de su amada Trini, que al morir sus padres tuvo que abandonar su pueblo natal para vivir en la ciudad. Por tanto, el valor es afectivo y existencial. Como escribió alguna vez el mexicano Octavio Paz, el artista es el hombre que no ha sepultado enteramente a su niñez. Las formas populares son algo así como venas de irrigación. Por ellas asciende la sabia ancestral, las creencias originales, el pensamiento inconsciente pero no incoherente que anima al mundo mágico. Irrigación. Circulación del soplo primordial. Una sola energía recorre todo. De la piedra al hombre. Del hombre al árbol. Del árbol a la cabellera de la mujer. De la mujer al astro. Pedraza ha bebido el agua de este manantial y conoce el secreto. Pura inmanencia expresiva.
En Santa Cruz de la Sierra, formó parte de una generación intermedia, junto con sus amigos Tito Kuramotto y Marcelo Callaú, Olga Ribera, Carmen Villazón, Herbert Román y el muralista Lorgio Vaca. No formaron entre ellos una escuela ni una tendencia, pues eran diversos y encontrados temperamentos, por lo que cada uno caminó en su propia dirección. Los impulsaba a todos el deseo de encontrar nuevas formas de expresión plástica, adecuadas a los insólitos cambios que vivía su entorno, pero sin traicionar el legado de sus predecesores. Entre todos ellos, Pedraza era el que transmitía un aire más salvaje, quizá rústico, indomable, pero también sentimental y a la vez de alta sensibilidad.





















