¿Quiénes son los defensores del estatismo?
El programa político del liberalismo clásico propone un Gobierno limitado, un Estado mínimo en palabras de Robert Nozick, un Gobierno que trabaje sobre sus principales funciones: justicia con la resolución de disputas, seguridad con la preservación de la paz y defensa del individuo y su propiedad, e infraestructura con la construcción y mantenimiento de espacios públicos; cerrando las demás oficinas, eliminando ministerios, viceministerios, direcciones, oficialías, etcétera, devolviendo al sector privado todas las demás funciones desde educación, agricultura, minería, comercio, vivienda, cultura, deportes, trabajo, transportes, servicios, comunicación, previsión social, asuntos de género e indígenas, etcétera.
En cambio, los estatistas ya sea en su vertiente socialista o mercantilista, no sólo quieren conservar el Estado paquidérmico sino aumentarlo de manera desproporcionada hasta crear un ejército de empleados supernumerarios que intervengan de manera paternalista en todos los aspectos de la acción humana, de la cuna a la tumba.
Ahora, imaginemos que un político liberal auténtico llegara al poder. Su plan de trabajo se concentraría en disminuir y limitar el gasto público para reducir el cobro de impuestos y barreras burocráticas, así beneficiar a los emprendedores. Para fortalecer institucionalmente al Estado de derecho en sus principales funciones (justicia, seguridad e infraestructura) tendría que eliminar las otras actividades arrebatadas al sector privado. Cabe preguntarse: ¿Quiénes se opondrían a semejante programa político, quiénes son los defensores del estatismo?
De manera resumida, provisional y sin ánimo de generalizar, creemos que los primeros en oponerse, serían los servidores públicos y beneficiarios de pago de sueldos y salarios de las arcas del Estado, los empleados públicos activos que entran por favoritismo o nepotismo antes que méritos, que trabajan sin incentivos y a desgano, esperando su jubilación para incluir a sus familiares en la administración pública; en segundo lugar, están los pseudoempresarios mercantilistas que no compiten en el mercado ni con precios ni calidad, sino que esperan las relaciones y negociados del clientelismo o prostitución política, favores, privilegios, monopolios, licitaciones y subvenciones, tienen su fortuna gracias a lazos de sangre o amistad, esperan adjudicarse proyectos o licitaciones otorgando comisiones a quienes le beneficiaron. En tercer lugar están los socialistas estatistas, sean marxistas o nacionalistas, adoctrinados en la fe de que el Estado es el correctivo de todo problema. Sean académicos o activistas, son defensores del Gobierno en todas las políticas de corte demagógico y proteccionismo económico nacionalista, son antiimperialistas, anticapitalistas, antiglobalización, profundamente reaccionarios y conservadores, avalan, promueven y protegen privilegios de los sindicatos, corporaciones o negocios mercantilistas, siempre que tengan “conciencia de clase”. Una vez en Gobierno su arrogancia racional lo pone como “ingeniero social” capaz intelectualmente de construir y planear toda la acción humana desde donde manipulan las palancas y botones del poder estatal mediante el intervencionismo. En cuarto lugar, tenemos las corporaciones, gremios, sindicatos que como los mercantilistas, no quieren perder privilegios laborales o concesiones, oligopolios, monopolios, licencias, y beneficios que perciben gracias a pactos políticos clientelares; finalmente, tenemos jubilados y rentistas de la función pública que han recibido y dejan como herencia este sistema.
Como vemos, la libertad tiene bastantes enemigos.
El autor es representante del Instituto Libertad, Capitalismo y Empresa (ILCE).
Columnas de LUIS CHRISTIAN RIVAS SALAZAR