La posverdad sobre la intangibilidad del Tipnis
Aunque todavía no está incluido en la RAE, el termino posverdad es recurrente en los ámbitos mediáticos, sobre todo en los medios escritos, editoriales y artículos de opinión. Proviene del nuevo término en inglés post truth y está de moda. Hace referencia a la apariencia. Busca entretener y distraer para no descubrir la verdad. En otras palabras, son falsas verdades construidas. Está presente en todas partes, claro, de manera privilegiada en la política, donde es moneda corriente. Como falsa verdad, empero, tiene pies cortos. Tarde o temprano la verdad, que sale a flote, sepulta a la posverdad.
El actual régimen azul está revestido de un conjunto de posverdades, pues tiene mucho que aparentar. Su espíritu está en la derecha pero tiene que aparentar de izquierda. Por los hábitos de consumo “imitativo burgués” que ostentan sus ministras y ministros, son fieles devotos del sistema capitalista, pero tienen que aparentar como antimperialistas y anticapitalistas. Para mostrar y difundir intensamente estas falsas verdades, sin escrúpulo alguno, utilizan exorbitantes presupuestos estatales. A estas alturas, habiendo perdido legitimidad y credibilidad, da la impresión que su principal sustento reside en las falsas verdades. En esa lista de posverdades, hay una de antología: Ernesto Fidel, nunca existió, todo fue invento de la derecha.
Ahora bien, sobre el Tipnis, obviamente, han tenido que construir, cínicamente, un sinfín de falsas verdades. La falsa verdad “más significante” radica en la cuestión del “desarrollo”. Sostienen, con intensa difusión, que los pueblos indígenas originarios del parque no pueden quedar excluidos por siempre y tienen derecho a los “beneficios” del desarrollo que, eventualmente, la carretera les otorgaría. Tendrían con ello acceso a mercados, así como a los servicios de salud y educación. La carretera transformaría sus vidas; los que se oponen, entonces, serían enemigos de los pueblos indígenas asentados en el parque y “portavoces de un colonialismo capitalista” (García Linera dixit). ¡Qué ironía!
La estrategia de esta falsa verdad pretende convencer a los “incautos” que la petición para promulgar la ley que elimina la intangibilidad del Tipnis, tiene origen en las propias comunidades y que es el resultado de una “consulta previa e informada”. Si todo hubiese sido normal, como ellos exclaman, no se habrían denunciado con tanto nerviosismo y desesperación para aprobar y promulgar la ley. Ciertamente, la verdad acechaba amenazando colocar en riesgo su tozudo proyecto político.
Ahora bien, como dijimos al inicio, tarde o temprano, la verdad sale a flote y pone todo en su sitio, matando al eufemismo moderno de la mentira. Nomás, es cuestión de tiempo.
El entrañable amor a la Madre Tierra, al medio ambiente y la defensa de la Pachamana es una falsa verdad cínica. Fue construida para posesionar al presidente Morales como el más conspicuo líder mundial de la conservación del planeta. Las dos cumbres sobre la Madre Tierra realizadas en Tiquipaya, el 2010 y el 2015, tuvieron exprofesamente ese propósito. Sin embargo, en una suerte de “estriptís”, la promulgación de la ley que elimina la intangibilidad del Tipnis los desnuda a sol abierto. La construcción de esa carretera es tan o más abominable aún que el abandono de Trump del acuerdo de París, con la diferencia de que este último no apela a las posverdades,
Esa disposición pone de manifiesto también que el Estado y sus leyes, sus recursos y políticas han sido capturados por una perniciosa elite que olvidó el interés general y el bien colectivo, pues gobierna y decide para los intereses de unos pocos. Más allá de su narrativa, está claro que la carretera por el Tipnis beneficiará a las organizaciones corporativas que lo sustentan: a los cocaleros y los “interculturales”. Estos últimos, ávidos depredadores, avasallan brutalmente los derechos de los pueblos indígenas originarios del parque. Claro, también beneficiará a la nomenclatura masista afincada en la burocracia estatal. Ellos decidirán los proyectos, los recursos, las adjudicaciones y los contratos.
Está demostrado que la elite azul utiliza al Estado y sus recursos exclusivamente para sus fines. De ahí la angurria del poder eterno. Prescindiendo de las posverdades, esa es la deriva del “proceso de cambio”.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón.
Columnas de ROLANDO TELLERÍA A.