El Derecho
pocas veces he sido tan feliz como estudiando Derecho. Además, con la fortuna de la edad que me encaminaba a la ciudadanía (veintiún años, en ese entonces). Sus conceptos básicos, esenciales para vivir en sociedad, en cualquiera de este mundo, terminaron definiendo mi forma de ser, la visión que he podido desarrollar respecto a la vida y hasta modelaron mi conducta a la hora de escribir mis novelas y cuentos. Yo soy un abogado, aunque sin ejercicio en tribunales, diariamente. Inclusive cuando duermo.
¿Por qué no se enseña “Introducción al Derecho” en el último año de secundaria? Diecisiete o dieciocho años son ideales para aprender nociones indispensables para ser un buen ciudadano (dieciocho años, ahora). Esta es la materia imperdible para constituirse en una persona absolutamente firme en cuanta determinación se vaya a asumir. No sólo eso: es la materia clave para emitir una opinión digna de ser debatida. Para hablar con propiedad, es lo que quiero decir.
Mi reconocimiento al Derecho es tan sentido que me permito sugerir, a la gente mayor, que busque textos de “Introducción al…” y se siente en un buen lugar, con un buen café, o té, o mate, para empezar su estudio. Ha de darme la razón. No es posible ejercer a cabalidad la ciudadanía si faltan sus conceptos. Cualquiera de ellos. Pero también porque el Derecho es toda la vida que desarrollamos en lo civil, o comercial, familiar, penal, etcétera. La actividad que nos interese, desde el deporte y la espiritualidad, hasta el negocio y la política, tiene como columna vertebral el Derecho. Cuando se quiebra uno de sus huesos, es muy probable que se caiga todo el armazón.
Sin embargo, la gente formada en su estudio tiene menos probabilidades que le ocurra ese accidente. Cuando un abogado delinque (que es lo que el lector me está preguntando con sonrisa irónica) tiene el agravante pesado de su profesión. El juez es más severo con él, por supuesto. O debería serlo.
Mi intención no está en dirigir a la juventud a sus facultades. Claro que no. De ninguna manera porque ya tengamos bastantes abogados en la sociedad (siempre hay espacio libre para los destacados), sino porque en democracia la juventud es más dueña de su vida, y yo lo comprendo como también respeto. Mi intención es que el joven se forme. El mayor, también. ¿Acaso no hemos sido felices aprendiendo a leer y escribir? ¿Acaso sumar, restar, multiplicar y dividir no nos ha maravillado? Pues, con esa intensidad hemos de disfrutar aprendiendo las nociones generales del Derecho, como si el mismo Ciro Félix Trigo nos estuviera hablando al otro lado de la mesa. O el notable profesor Taborga Bazoberry. O Pablo Dermizaky. O el actual y apreciado José Antonio Rivera Santibáñez. Esta es la apuesta: yo digo que van a disfrutar plenamente de su estudio.
Qué pena que el ejercicio de la abogacía se haya desprestigiado. Por más que se intente confundir acerca de las causas de esta calamidad, obvio que el mal se encuentra en la formación académica y en la común y ansiada práctica en el bufete. Era norma que las facultades de Derecho tuvieran de docentes a sus intelectuales. A los tratadistas. Todo un plantel de enorme y prestigiosa presencia, de categoría ética incontrastable. Los bufetes clásicos pregonaban buena fe, decencia, transparencia, y ayudaban a administrar justicia sin pensar en su bolsillo. Al menos, sin exagerar. Así se formaba el estudiante, en la teoría y en la práctica. La realidad indica que ahora ya no es así. El estudio ha descendido de nivel. La práctica se ha ordinarizado. La administración de justicia es de temer.
Esta realidad actual merma entusiasmo en su estudio. Sin embargo, es ahora que debemos recuperar para la sociedad el Derecho. Se impone que nos aproximemos a su elemental introducción para conocer su valor. A no dudar que es imposible organizar nuestro país, nuestro tiempo, y esperar optimistas un futuro mejor si el Derecho, la abogacía y los tribunales son la noticia de la mediocridad y la corrupción. Es el gran tema que nos interesa a todos los bolivianos y que, sin embargo, nos enfrenta sin solución posible desde lo político. Ninguna gestión de gobierno ha de estar bien hecha si no da con la solución. Esa es su capital importancia.
Yo releo códigos con la misma pasión que releo La Chaskañawi, esa extraordinaria novela que sólo entendemos los bolivianos.
El autor es escritor
Columnas de GONZALO LEMA