Como nunca, tan lejos del mar
De pronto la ilusión se convirtió en pesadilla. No se esperaba semejante batacazo. Con miras al 19, se tenía que renovar la maltrecha imagen del caudillo; con el triunfo comenzaría una nueva época. ¡Qué linda circunstancia! Un ampuloso séquito de turistas le acompañó. Una caravana de vehículos lujosos transitó por las calles de La Haya; pocos se enteraron de quién era el magnate. Entre los convidados de piedra estaban también varios de los “ex”. Todo estaba listo para celebrar el triunfo con ruidosa algarabía.
Fueron a recoger un espléndido laurel de victoria, y se tocaron con la amarga sentenc ia de una derrota. Chile, más cauteloso, ni siquiera destacó una delegación especial. En La Moneda, esperaron el resultado con desdeñosa frialdad. Unos días antes, Morales ensayó un gesto persuasivo y “fraterno”; pero la presidenta Bachelet ya respondió a una propuesta similar: “si quieres hablar del mar, retira tu demanda; también podemos hablar de la agenda, pero excluyendo el tema marítimo, puesto que tú llevaste eso a La Haya”.
Después de la catástrofe, el buen sentido, incluso el sentido común, aconsejaba que antes de decir una palabra, Morales debía reunirse en La Paz con todo el equipo jurídico, con más sus agentes y sus voceros, para analizar exhaustivamente el fallo. El Presidente merecía una explicación, y el país, de parte de Morales, también. Se podía decir hacia fuera: “No estamos de acuerdo, pero acataremos el fallo. Buscaremos por otros medios el acercamiento para el diálogo; entre tanto, ratificamos nuestra mano fraterna al pueblo chileno y a su gobierno”.
La destemplanza emocional es siempre mala consejera. Hace olvidar cosas y anubla el entendimiento. El presidente y su canciller se dispararon por su cuenta. El tal Pary, que no acaba de comprender su labor, dijo con soberbia: “Bolivia no tiene nada que cumplir del fallo”. Y Morales descargó su desprecio contra el tribunal de La Haya: “Estos subalternos de las Naciones Unidas, ¿qué función cumplen para garantizar la paz social en el mundo? Esa es la duda que tenemos”. desconociendo el resultado, los escuderos de Palacio aún repiten: “ningún presidente de Bolivia puso a Chile en el banquillo”. Ahora parece que eso mismo es más bien para Morales, ante el tribunal supremo de la historia.
Recobrando la serenidad, la gente se pregunta: ¡Pero, qué pasó! ¿No era acaso un equipo jurídico “compacto”, con excelente preparación e impecable desempeño? En opinión de varios expertos, el tribunal demolió uno por uno todos los alegatos de Bolivia. Por su parte, y como saliendo al paso de la indignación colectiva, Morales manifestó: “Yo asumo toda la responsabilidad”. Hace años, un ministro nos enseñó que cuando se trata de un asunto serio, “responsabilidad” no es una palabra vacía: “Señor subsecretario, si usted incurre en ese error, debe asumir su responsabilidad. Se lo exigiré con su cargo. Tendrá que irse”.
Se jugó a dos cartas. La solapada y perdidosa decía: “sólo con la permanencia de Evo en el poder será posible llegar otra vez al Pacífico. Ahora, según la versión que se difunde desde Santiago, ni siquiera el diálogo se puede entablar si las condiciones políticas de Bolivia no cambian. Así son las cosas.
El autor es escritor.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS