¿Y si volvemos a ser periodistas?
A propósito de la agresión sufrida por el periodista Jaime Iturri en un restaurante en Cochabamba por parte de un energúmeno que lo acusaba de trabajar a favor del gobierno, se ha desatado en el gremio una polémica entre quienes han condenado el acto, denominado “escrache”, y quienes lo han justificado e, incluso, elogiado.
Este tipo de agresiones surgió, en la historia corta, en Argentina a principios de siglo, cuando parte de su población hastiada de la incapacidad de los actores políticos de encontrar caminos para superar la profunda crisis económica y política que ese país atravesaba, logró imponer el “que se vayan todos” y agredir a cuanta autoridad y dirigente político encontraban en espacios públicos.
Pero, salvo “error u omisión” no hay antecedentes respecto a “escrachar” a una persona por pensar diferente, menos si es periodista, como ha sido el caso de Iturri. Peor aún, en situación en la que no podía defenderse porque, además, el agresor pidió que se filmara su escrache (tomas que luego difundió a través de las redes).
Yo condeno esta agresión y la califico de profundamente antidemocrática. Pero, leyendo las reacciones que ha desatado he tratado de reflexionar sobre cuáles serían las causas para que los periodistas puedan convertirse en personajes públicos y objeto de un escrache.
Creo que los colegas que más se prestan a ello son los conductores de los medios audiovisuales, particularmente televisión. Estos, hombres y mujeres, llegan a establecer lazos virtuales de comunicación con sus audiencias y, consciente o inconscientemente, dejan de ser sólo periodistas. Los periodistas de los medios escritos más bien trabajan en forma anónima, situación que, por el uso intensivo de las redes sociales, está cambiando, pues poco a poco se hacen conocidos (aquí viene un corte: hay muchos periodistas que han sido seducidos por la política y han decidido ingresar en esa arena; por tanto, ya no son objeto de este análisis).
Además, desde hace varios años, los periodistas han ido invadiendo espacios que nos les corresponde, porque políticos y autoridades los fueron abandonando. Así, no sólo que opinan a diestra y siniestra y sobre todo evento, sino que la gente se ha dado cuenta de que si tiene algún problema en la administración estatal, en cualquiera de los órganos existentes, un camino para obtener atención es llevar su problema a los medios, pues una vez que este difunde su caso los servidores públicos y administradores de justicia aceleran los trámites.
En ese escenario, muchos periodistas se sienten empoderados y están autoconvencidos de ser una especie de “robin hoods” de la sociedad y ¡huay! de la autoridad o dirigente que no toma en cuenta sus comentarios, cuando no sentencias.
Así, pareciera que hemos olvidado nuestra responsabilidad fundamental: informar debidamente a la ciudadanía, y dejar en los espacios de opinión lo que nos mandan el corazón y el hígado. El oficio del periodismo exige una serie de requisitos para informar de la mejor manera posible: buscar la verdad de los hechos, presentar los criterios de las partes involucradas, consultar a expertos y hacer un debido seguimiento de los acontecimientos.
Y al olvidar esos requisitos, crece la tendencia a calificar, en la información, los hechos y adecuarlos a lo que los periodistas que los cubren creen (sin prueba) que ha sucedido. Y esto no ocurre sólo en el duro ámbito de la política o de lo que se cree son los “intereses del país”, predomina también en la información sobre violencia doméstica, medioambiente, economía, deporte…
De ahí que algunos ciudadanos intolerantes, hombres y mujeres, en un ambiente polarizado como el que se vive (que es otro factor para que aumente la intolerancia), crean que pueden agredir a algún periodista porque no les gusta lo que dice a través del medio en que trabaja.
Parte del remedio contra esta realidad de agresividad es que los periodistas recuperemos nuestra identidad y volvamos a hacer periodismo. La otra parte es recuperar los principios indispensables del sistema democrático, que garantizan la pacífica convivencia ciudadana.
No es fácil, pues, resolver el entuerto.
El autor fue director de Los Tiempos entre 2010-2018
Columnas de JUAN CRISTÓBAL SORUCO QUIROGA