Cien a uno
Me recetaron píldoras porque estoy medio diabético, contaba a mis amigos al explicar por qué no bebo ron: solo un whisky aguado ocasional en vaso largo con mucho hielo, remedo del “highball” de otros tiempos. Mi cuñado neurólogo en São Paulo dijo que mi situación es improbable: o eres diabético o no, igual que una muchacha no puede estar “medio” embarazada; se es o no se es, se está o no se está, aunque parezcan frases Hamletianas.
Sea como fuere, sin ser experto en la materia meto la cuchara respecto al pozo profundo en Boyui. Alardeaba un ministro de que a sus 8.000 metros, será el más profundo de esta parte del mundo; entonces estaban en 7.600 metros, creo. Lo que es a mí, poco me importa si llegan perforando a Mongolia, menos todavía ingresar a la era de “megacampos profundos”. Hay gas o no hay gas, por lo menos para honrar contratos. “That is the question” aseveraba Hamlet.
Hoy el futuro luce incierto en los clientes “grandes”. Explorar es costoso y tiene mucho de suerte achuntar a un bolsón de gas o un lago de petróleo allá en lo insondable. El Brasil de Bolsonaro apuesta por campos marítimos en su Presal, y el que fuera el mayor proyecto boliviano –el gasoducto Santa Cruz-São Paulo– tal vez bombeará menos. Puede que no tenga mayor implicancia que en Vaca Muerta perforen 100 pozos y nosotros solo uno. Tal vez desnuda el abismo de poder económico de Argentina y Bolivia, esta última que pronto sería como Suiza según algún sabihondo impostor. Lo cierto es que pareciera que el futuro nacional pende de un pozo y el resto es mera conjetura.
Dicen que el pueblo es sabio; yo diría que fue jingoísta al clamar “ni una sola molécula de gas por Chile”. Hoy sondean que vaya por Perú, que avanzó en su puerto LNG de Melchorita luego de que las palomitas petroleras volaron espantadas allí por la mentirosa “nacionalización de hidrocarburos”; quizá intuían el desarrollo exponencial mundial en construir barcos metaneros. Hoy, que el demagogo Evo tropezó en La Haya y el mar por el norte de Chile es una quimera, ojala Boyui fuera un “mar de gas” que mar es mar, aunque sea chiquito y gaseoso, como bolsones de la Vintage Petroleum en el Chaco.
La relación 100 a uno es adecuada para cavilar sobre la corrupción. Sin caer en deleite necio porque mal de muchos es consuelo de tontos, bastan titulares diarios para reflexionar sobre el tema. Las noticias optimistas son escasas, usualmente pintan de rosa alguna gestión; inquietan las malas nuevas sobre avivadas corruptas.
La juntucha de un “abogánster” que revertía fallos judiciales, por supuesto que por unos quintos y uno que otro sopapo, pringó a policías, jueces y fiscales; hay que revisar si todos se tatuaron el logo incriminador. ¿Cómo va a haber aprecio ciudadano sobre la Policía, si generales, coroneles y personal clave trucan exámenes de admisión a institutos cuyos egresados deben corretear maleantes?
Pensaba que Sacaba era un municipio límpido, hasta que los desfalcos salieron a la luz. Las empresas de agua y energía eléctrica favorecen a asentados ilegales en parques y arborizadas franjas de protección: luego lloran cuando desastres naturales les perjudican. Igual que el Canciller, la presidenta del TSE no se saca el bombín inglés ni para “hacer del cuerpo”, pero anda estreñida para censurar abuso de datos favorables al prorroguista Evo, que, en el pasado, hasta quitaron personería jurídica a algún opositor. ¿Qué tal la telenovela del oficialista Defensor del Pueblo?
No tendremos mar, pero la marejada de casos de corrupción refleja el campeonato corrupto que ha ganado la gestión de 13 años de Evo Morales. Para muestra, basta que hasta hoy se conozca a los “coimisioneros” de la construcción de caminos, que fueran cínicamente citados con seudónimos en notorios emails de la pudrición hace años.
Por eso critico los 13 años de gestión de Evo Morales, que en mi criterio ha retornado a las argucias divisionistas del pueblo boliviano, una de las cuales es la hipócrita balcanización del país en treinta y tantas “nacionalidades”. Oculta el hecho de que somos mayoritariamente mestizos, así el Gobierno tienda la alfombra roja a “indígenas originario campesinos” leales a ultranza y corruptos: que lo digan los cocaleros yungueños y los indígenas de tierras bajas del Tipnis. Más aún, tal vez debemos colocar en la cuenta del otario, dice el tango, que el régimen de Evo Morales despilfarró cuantiosos recursos de altos precios del gas natural y los minerales. Tenemos palacios y museos megalómanos, pero se mueren los enfermos por falta de remedios y hospitales. Ni el 350 por ciento más de tajada para propaganda del ministerio de Informaciones, comparado a lo gastado en períodos democráticos pobretones, oculta que el gobierno de Evo Morales ha sido otra década perdida, como dice alguno.
¿Será que en las espaldas de los bolivianos se pueden sembrar nabos?
El autor es antropólogo
win1943@gmail.com
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO