Cochabamba y su Corso de Corsos
Hace casi 50 años, cuando cuando comenzaba la década de los los años 70, un grupo de radialistas cochabambinos tuvo la iniciativa de convocar al primer Corso de Corsos. Fue en lo fundamental una iniciativa privada que poco a poco fue ganándose el respaldo de las principales instituciones de la ciudad. Año tras año fue creciendo hasta llegar a ser uno de los principales elementos de los festejos carnavaleros. Y no sólo en nuestra ciudad, pues fue proyectándose hasta alcanzar una dimensión nacional.
Con el Corso de Corsos de Cochabamba se cierra el paréntesis que anualmente se abre para salir de la rutina cotidiana. A su alrededor se vuelve a concentrar gran parte de la atención y de las energías, si no de la mayoría, por lo menos de una porción muy grande de la población que, con entusiasmo, se suma al festejo. Y no sólo porque se siente identificada con uno de los principales espacios culturales y recreativos del Departamento, sino también por el movimiento económico que se genera como efecto multiplicador de las actividades, directa e indirectamente, relacionadas con el desfile de las comparsas.
Sin embargo, y a pesar de lo cierto que es lo anteriormente dicho, no es menos cierto que hay otra parte de la población cochabambina, que ve con creciente antipatía todo el movimiento y ruido que trae consigo todo este despliegue carnavalero. Nada, felizmente, que no se pueda soportar con un poco de paciencia, a modo de ejercitar una de las cualidades que más falta hace en la sociedad actual, como es la tolerancia y el respeto a los gustos ajenos.
Debemos insistir también en la necesidad de que la responsabilidad con los propios actos y sus consecuencias sea adoptada como una norma, por ser complemento indispensable de la libertad. La moderación y la búsqueda de racional esparcimiento no es incompatible con la mesura. Se puede y debe evitar los excesos, particularmente los relacionados con el consumo de alcohol, causa principal de los peores resultados.
Muy ligada a lo anterior está la necesidad de construir una cultura de respeto y buen trato hacia quienes nos rodean y visitan. Desde un punto de vista práctico, debemos recordar que una condición básica para que una ciudad logre su objetivo de hacer del turismo una fuente de crecimiento e ingresos, es que sus habitantes sepan ser buenos anfitriones, aunque no sean directos beneficiarios del negocio turístico.
Es cierto que las autoridades tienen la obligación de garantizar la seguridad, la integridad y la propiedad de la ciudadanía, pero bien haríamos desde la sociedad en contribuir a dicha tarea con las precauciones antes mencionadas.