Cuba y la aburrida polarización fanática de siempre
Cuando veo ciertos contenidos que últimamente proliferan en las redes, me transporto a los nefastos tiempos de la Guerra Fría y la Doctrina de Seguridad Nacional. La Doctrina de Seguridad Nacional tuvo la característica de esparcir un discurso maniqueo anticomunista a partir del desconocimiento y la repetición de huecas consignas de odio extremo. Al mismo tiempo, la expresión política de la Doctrina de Seguridad Nacional en América Latina –las genocidas dictaduras militares de los años 60 y 70– bajo ese reduccionismo dogmático, metió en la bolsa de los perseguidos “comunistas” a corrientes políticas complejas y distintas, como la social democracia, el anarquismo, el pacifismo, el feminismo, etc.
Por otra parte, actualmente se configuró la contracara de ese anticomunismo vacío, el también dogmático, militarista y reduccionista “socialismo del siglo XXI”, que parece igualmente practicar el deporte de colocar en la misma bolsa procesos, contextos y coyunturas distintas (Colombia, Chile, Bolivia, Brasil, Cuba, etc.), cuando las izquierdas se inscriben en las especificidades nacionales de sus países y en coyunturas históricas puntuales. En demasiadas ocasiones se conforman con ser repetidores del culto acrítico de la imagen y palabra de caudillos de turno.
Eso es justamente lo que está ocurriendo en el análisis de Cuba, la Revolución cubana y los acontecimientos que hoy ocurren en ese país, entonces he aquí unas breves líneas no maniqueas, fanáticas o polarizadas sobre la Revolución Cubana, sus alcances y contradicciones.
1. La Revolución cubana tuvo su razón de ser. Como el resto de América Latina, Cuba se fundó como un Estado basado en arcaicos modos de producción esclavistas o feudales en los que una élite minoritaria se regodeaba en lujos mientras a una mayoría de la población le eran negados los derechos básicos. Más aún, antes de la Revolución cubana, Cuba se debatía en una de las dictaduras autocráticas más atroces de América Latina, la dictadura de Batista, catalogada como un “sultanismo”, es decir, un régimen autoritario ultra caudillista y violento. Semejantes condiciones eran una verdadera olla de presión que estalló con la Revolución cubana.
2. El problema con esa revolución fue algo que también aconteció con sus antecesoras latinoamericanas, la Revolución mexicana de 1910 y la Revolución boliviana de 1952. No pudieron desligarse de las taras históricas del pasado y, en muchos aspectos, terminaron convirtiéndose en lo que combatieron. En el caso de la Revolución cubana, el centralismo, militarismo y autoritarismo del castrismo significaron el cercenamiento de derechos civiles y políticos fundamentales como la libertad de expresión, de filiación política, de credo religioso, etc. Ni qué decir de su manifiesta homofobia y otras violaciones de derechos humanos. Sin contar que con la Revolución cubana la desigualdad injusta no desapareció, sino que se configuraron nuevos privilegiados ligados al partido gobernante. Además, cuando uno creería que con las “revoluciones” nos libraríamos de las taras monárquicas y autocráticas, sucede que los Castro y Cía. no sólo se aferraron al poder indefinidamente, ¡sino que hasta hicieron nada más y nada menos que sucesión hereditaria!
3. A pesar de esa dura realidad que desdice las dulces utopías, la Revolución cubana también tuvo logros, materializados en un mayor acceso de su población a derechos esenciales como salud y educación de calidad. En una América Latina en la que la mayoría de países tienen tremenda deuda con salud y educación accesibles, en ello, Cuba, a pesar de todo, lleva una buena delantera. ¡Qué pena que estos logros relacionados con derechos económicos y sociales (derechos de segunda generación) se oscurezcan con la violación de otros como las libertades fundamentales (derechos de primera generación)!
4. Como el resto de países latinoamericanos, Cuba también es un país que se ve afectado por los intereses geopolíticos mundiales. No se puede negar que la élite del poder en EEUU se acostumbró a inmiscuirse despóticamente en América Latina; y los que más padecieron esa intervención fueron los países de Centroamérica y el Caribe. Así, en pleno contexto de Guerra Fría (1959), por supuesto que la Revolución cubana generó ronchas al poder gringo, más aún cuando Castro y Cía. pasaron del nacionalismo martiano al marxismo leninista. De ahí que Cuba sufre un longevo embargo desde su vecino, una de las principales potencias mundiales. ¿Y ello acaso no perturba el “normal” desenvolvimiento de países que históricamente hemos sido absolutamente dependientes al ser productores de materias primas? ¿Tal vez el imperfecto modelo cubano hubiera dado mejores resultados sin que ningún vecino grandulón (y sus amigos) lo tomaran del coto?
En suma, lo que está sucediendo hoy en Cuba requiere de análisis más cautos, profundos y menos repetitivos y dicotómicos. Como todo. Pero sabemos que es pedir peras al olmo a la fanaticada de una u otra trinchera de la polarización maniquea, ¿no?
La autora es socióloga
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA