Confesiones de un cineasta sobre Bernardo Bertolucci
Macos Loayza
Cineasta
Sin duda, Bernardo Bertolucci fue uno de los maestros que más impacto tuvo en nuestra generación. De sus más de 20 trabajos, debo confesar que no alcancé a ver todos y en los últimos le perdí paciencia. Debo confesar también que no terminé de ver “900”, para muchos su obra cumbre, y no por desméritos de la película, sino por mis propias debilidades y prejuicios. Confesar al fin, que en cada nueva obra se me confirmaba la impresión de que cada vez más le ganaba la palidez de tanto buscar el gran impacto o el escándalo, es decir que cada vez más sus películas llegaban cansadas. Tal vez la última valiosa sea “Cautivos de amor”, tal vez el mejor de sus trabajos tardíos, la más literaria de sus películas o más bien, la más literaria de sus adaptaciones, sobre una obra de James Lasdun, un viaje de un matrimonio donde cada uno se pierde en el amor a su modo. Olvida que es su versión de mayo del 68. Pero que dejó huella en innumerables trabajos como por ejemplo, “Søren”.
“El último emperador” apostó por el cine paradoja que sabe resolver, quitándole toda la entraña, el tuétano y la grasa, como si perdiera la confianza en la perspicacia del espectador.
Su versión de Edipo desde el punto de vista de la madre, adaptado a la modernidad, ya empezó a mostrar su intención de hablar en los pliegues y se dedicó más a remarcar todo, hasta los símbolos.
“El último tango en París” tiene todo en su justo lugar, con un “Gato” Barbieri preciso, un Storaro en su plenitud y sobre todo el cine al servicio de la soledad y el vacío de las relaciones, pero después de años y, pasado el escándalo que armó, hace unos meses en medio de la campaña #Metoo, Bernardo Bertolucci, tal vez abrumado por la culpa, que atenúa pero no lo redime, terminó confesando que en el rodaje se realizó un imperdonable acto de estrupo justificado por el bien de la escena, por el bien de la película, eran otros tiempos pero eso no alcanza, parafraseando a uno de sus referentes Rosellini, el otro fue Pasolini, que dijo que un espíritu libre no puede aprender como esclavo, podemos decir que “ninguna obra de arte se puede hacer como un hijo de puta”, nada lo justifica, por eso creo que no se pueda volver a ver la cinta sin llenarse de ira.
Si bien eso duele, queda “El conformista”, su obra que más huella dejó, creo, donde si bien técnicamente es imperfecta y el tiempo ha empezado a golpearlo, está creo, lo mejor de Bertolucci. Está intacta esa intención de hacer estallar, o incendiar en cada plano el lenguaje y la gramática cinematográfica, si es que cabe el concepto de lenguaje, ese afán de escribir en los pliegues, en las bisagras, en los reflejos. En las luces y sobre todo en las sombras, en los silencios y el fuera de campo.
“Su versión de Edipo desde el punto de vista de la madre, adaptado a la modernidad, ya empezó a mostrar su intención de hablar en los pliegues y se dedicó más a remarcar todo, hasta los símbolos”