Rodrigo Hasbún “Para mí los personajes son el vínculo crucial entre la literatura y la vida”
G. Munckel
Los Tiempos
Rodrigo Hasbún (1981) es un escritor cochabambino radicado en Houston, EEUU. Publicó los libros de cuentos “Cinco” (2006), “Los días más felices” (2011) y “Cuatro” (2014), así como las novelas “El lugar del cuerpo” (2007) y “Los afectos” (2015), esta última fue traducida a más de 10 idiomas. En 2007, el Hay Festival y Bogotá Capital Mundial del Libro lo eligieron como uno de los 39 escritores menores de 39 años más importantes de Latinoamérica y, en 2010, la revista Granta lo seleccionó como uno de los 22 mejores escritores jóvenes en español.
Un encuentro fortuito en un café, mientras Hasbún estaba de paso por la ciudad, dio lugar a esta entrevista.
—¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Cuánto tiempo te toma escribir una historia?, ¿cuánto pulirla hasta que la consideras terminada?
Por lo general escribo las primeras versiones más o menos rápido —los cuentos en unas cuantas sentadas, las novelas en dos o tres meses— y luego las dejo crecer y volverse mejores en revisiones que sí toman más tiempo. Creo que recién en esa segunda etapa empiezo a encontrar los libros, que a menudo están ocultos debajo de mucha cosa inútil. Es un proceso de escarbamiento y obsesión en el que a veces hace falta leer cien veces una misma página para entender por qué no funciona o porque sí. Por eso trabajo sin prisa, confiando en que la distancia que ofrece el tiempo casi siempre resulta beneficiosa.
—Tus cuentos y novelas se alejan de lo que podría denominarse narrativa boliviana tradicional (digamos costumbrista, social o política, por mencionar algunas corrientes), sin embargo, en estos últimos años surgieron más escritores que comparten —en menor o mayor medida— esa tendencia. ¿Qué opinas de ese nuevo panorama literario? ¿A qué crees que se debe?
En los últimos 10 o 15 años la literatura boliviana se ha liberado de algunas expectativas o consignas, se ha desentendido al fin de una idea fija, inflexible y más bien conservadora de que la literatura boliviana “debe ser esto” y de que bajo ningún punto de vista “puede ser eso otro” también. Ahora más que nunca hay una saludable diversidad de propuestas y un mayor riesgo formal. El asunto es ver si todo eso logra sostenerse a lo largo del tiempo, si desemboca en obras cada vez más ambiciosas. En un país que ofrece una infraestructura tan precaria a sus escritores y artistas, ese es uno de los desafíos más difíciles: sacar horas de donde sea y persistir, a pesar de todo.
—Vivir en el exterior implica un alto grado de bilingüismo. ¿No te sientes tentado —como Nabokov, entre otros— por la idea de escribir en otro idioma, de explorar los territorios de una lengua que no es la tuya?
Hay una gran tradición de escritores mutantes que se reinventaron en una lengua ajena, y admiro mucho a varios de ellos, sobre todo a Beckett y a Agota Kristof. Pero yo no sería capaz de dar ese salto, no solo porque mi inglés no es lo suficientemente bueno sino además porque creo que mi memoria y mi imaginación están demasiado ancladas en el español.
—¿Cómo es ser un narrador que escribe en español en un país donde se habla en un idioma diferente?
Estados Unidos es un país cada vez más latinoamericano, aunque todavía nos cueste pensarlo en esos términos. Me fui hace nueve años y en ese tiempo mi vida ha sucedido sobre todo en español. Hay más de 50 millones de hispanohablantes allá, más hispanohablantes que en casi cualquier otro país latinoamericano. Houston, donde vivo ahora, es una ciudad especialmente hispana. Ahí me dedico a dar talleres de escritura y en una misma mesa coincide gente llegada de todas partes: paraguayos y argentinos, colombianos y mexicanos, peruanos… Así que incluso laboralmente estoy más en contacto con el español que con el inglés. Por otra parte, claro, tener que enfrentarme con cierta regularidad a un idioma ajeno me obliga a mirar más atentamente al mío, me obliga a intentar entender mejor cómo funciona, y eso no dejo de agradecerlo como escritor.
—Los diarios aparecen con cierta frecuencia en tu obra y además tengo entendido que no sólo hiciste tu tesis de doctorado sobre el tema, sino que llevas uno propio desde hace años. ¿Qué relación encuentras entre los diarios y la literatura? ¿Cuál es el papel que les das en tus historias y hasta qué punto están relacionados con el tuyo?
Siento una enorme debilidad por los diarios. Es un tipo de escritura que me hace creer más que ninguna otra en la escritura como tal, sobre todo porque sucede a espaldas a la industria editorial, respondiendo a otro tipo de impulsos, a otro tipo de necesidad. Me intriga eso: que los diaristas no saquen ningún beneficio económico inmediato de sus diarios, y que no los compartan con nadie aunque los lleven durante décadas. Luego, por supuesto, si esos diarios llegan a publicarse, sucede una transformación que también me intriga: lo que eran apuntes sueltos, personales, de pronto se vuelven literatura. En ese sentido, cuando ya están publicados, los diarios no me parecen documentos históricos fiables ni testimonios precisos sino un lugar donde los escritores pueden escarbar libremente en ciertos territorios, a menudo usándose a sí mismos como motivo de la exploración. En el camino salen artefactos interesantísimos, de una belleza abrumadora.
En cuanto a mi diario, lo pienso sobre todo como una especie de álbum de uso privado. Ahí voy dejando migajas que algún día me ayudarán a viajar mejor hacia atrás.
—Algunos de tus personajes pasan de un libro al siguiente. ¿Qué te hace volver a ellos y darles continuidad?
Un poco como en la vida, quiero saber qué fue de tal personaje o de tal otro, qué sucedió con ellos a lo largo de los años. Para mí los personajes son el vínculo crucial entre la literatura y la vida, y la literatura que no explota ese vínculo de forma directa me interesa poco. En esto me siento muy cercano a eso que decía Natalia Ginzburg de que “los libros auténticos operan el prodigio de devolvernos el amor por la vida”. Los libros que más me devuelven el amor por la vida trabajan de cerca con la memoria, con ciertas recurrencias, con personajes que aparecen una y otra vez, y no tanto con la imaginación o lo inaudito.
—He notado que si bien tus historias transcurren dentro, en la intimidad, de los personajes, en “Los afectos”, sin dejar del todo ese plano íntimo, pareces dar un paso hacia afuera, hacia historias más grandes. ¿Qué te hizo dar ese paso?
No lo sé, no fue un paso premeditado. Pero quizá simplemente responde al hecho de que ya no soy tan joven, y de que a medida que uno crece pierde interés en uno mismo y empieza a mirar más hacia los otros, hacia qué tipo de decisiones toman, hacia cómo viven.
—¿Se puede vivir de escribir, o al menos de la literatura? ¿Aquí o afuera?
Son muy pocos los que pueden vivir exclusivamente de la escritura. Escritores latinoamericanos que lo hagan deben ser cuatro o cinco. Los demás estamos obligados a dedicarnos a otras cosas, o a movernos en los alrededores, dando clases o talleres, haciendo periodismo o labores editoriales, etc. La escritura exige tiempo (para la escritura misma pero también para que emerja) y para los escritores es difícil preservarlo. Volviendo a lo que mencionaba antes, hay países como México o Chile con políticas culturales serias donde los escritores y los artistas reciben apoyo por medio de becas de creación o residencias o cosas así. En Bolivia no es algo que siquiera esté en discusión.
—Por último, ¿en qué proyectos trabajas ahora?
Estoy escribiendo una nueva novela. Y también ando reuniendo ponencias y ensayos que fui publicando por aquí y por allá para un librito de no-ficción que tal vez aparezca este año.
“Los libros que más me devuelven el amor por la vida trabajan de cerca con la memoria,
con ciertas recurrencias, con personajes que aparecen una y otra vez, y no tanto con la
imaginación o lo inaudito”“Siento una enorme debilidad por los diarios. Es un tipo de escritura que me hace creer más que ninguna otra en la escritura como tal”
OTRAS ARTES
Experiencia del autor en el cine
Dos textos de Rodrigo Hasbún fueron llevados al cine con guiones coescritos por él. Entre ellos, el cuento “Carretera”, publicado en su primer libro “Cinco” (2006), que fue la base para el guion de la película “Los Viejos” (2011) de Martín Boulocq. Esta guionización obtuvo el Premio de Guion de Literatura y Cine Petrobras.