Mejía, el exmilitar que abrazó al jazz como su fiel compañero
Luis Moscoso Mejía es uno de los músicos más populares de Santa Cruz. Su nombre aparece en varios medios de comunicación del país, en afiches de importantes festivales de jazz, en boliches anunciando su presentación y, hoy, como todos los viernes, está nuevamente en la vitrina de anuncios de Lorca, un boliche nocturno, en plena esquina de la plaza 24 de Septiembre.
Son las 22:00, el clima es húmedo y el techo del escenario es el cielo nuboso. Todo turista podría asegurar una posible lluvia, pero no el maestro, quien conoce al clima como a su instrumento. “La noche está bella para jazzear”, dirá antes de empezar el concierto. Llega silencioso con una maleta en mano, en ella está su “yunta” (compañero) con la que interpreta melodías de jazz y música popular algunos fines de semana.
La elegancia siempre ha caracterizado a Mejía, algo que aprendió cuando formó parte de la milicia por más de 30 años. Un saco blanco cubre su camisa guinda, es probablemente el artista más elegante de la noche.
Está ansioso por el show. Los músicos se instalan y afinan. Comienzan interpretando “Saint Louis Blues” de Louis Armstrong.
Luis Moscoso Mejía es su nombre, pero la mayoría lo conoce como “Luchito Mejía” (Mejía por honrar a su madre). A los 5 años tuvo su primer encuentro con la música, ya que solía acompañar con la mandolina en la estudiantina de su padre Moisés
En su juventud estudió en la Escuela Militar de Música del Ejército Tcnl. Adrián Patiño (La Paz) y en 1954 egresó con el grado de sargento inicial. Aprendió a tocar música nacional, aunque paralelamente sacaba piezas populares. En el 56, el jazz lo visitó cuando escuchó a una big band en un boliche. Unos meses después, formó parte de ese ensamble.
El concierto continúa. Llega la parte en la que Luchito improvisa. Está con los ojos cerrados como si se adentrara a un universo donde sólo él y la música existen y lo demás no tiene relevancia. Melodías brotan de esa trompeta. Termina su solo. La gente aplaude. Continúa con los ojos cerrados.
Antes del 60, ingresó a la Fuerza Aérea; años después fue director de la orquesta de esa institución. En el día estaba en la milicia y en la noche era un músico de bares tocando sea cual fuese el repertorio, pero de preferencia el jazz.
“Basin Street Blues”, “Hello Dolly”, “All of Me”, “Mack the Knife”, “Love”, “In the Mood” y “Cantina Band” son las piezas que forman parte del repertorio de este viernes en la ciudad cruceña. Lucho tiene seguridad al momento de interpretarlas, es sólido como un cazador que sostiene el rifle firme entre las manos y cada disparo son notas que cautivan a su público.
El evento de esta noche no es su mejor concierto. Lo recordará como uno más. Su mejor presentación fue en Panamá y aún oye la ovación de su público de entonces. Antes del 90 viajó a un festival de jazz del país mencionado. Fue como invitado acompañado de su proyecto Lucho Mejía y los jazzman (conformado por Guido Moscoso, Lalo Loza y Víctor Córdoba) y su repertorio estaba conformado por piezas de Paco Albiol. “Mi sueño se cumplió. Sentir el sonido de los aplausos y otros gritaban porque les encantó la actuación. Sentí que para eso había vivido sólo para ese instante”, contará después de finalizar el espectáculo.
En escena, sólo abre los ojos cuando termina la canción. Es de pocas palabras. Deja que su instrumento hable por él. Desde el público se oyen halagos hacia el maestro y él sólo sonríe. Limpia sus labios y la boquilla de su trompeta con una franela que colgaba en su muslo. Inicia la siguiente pieza.
Mejía visitó innumerables veces Cochabamba. Incluso formó un ensamble con Carlos Salazar, Drazen Stahuljak y Pajarito Caballero, entre otros músicos que destacaron en la escena cochala. Después de 1992, año en que se jubiló de la milicia como el grado de capitán, se instaló por completo en Santa Cruz. Allí inició diferentes proyectos musicales, tanto del jazz como música popular.
Toca ahora la última pieza del concierto (“Black and Blue”, de Lous Armstrong) y Mejía chasqueaba cada dos y cuatro del tiempo. Es la parte de su solo. Lo hace magistral. La gente aplaude antes de que lo termine. Él lo ignora y continúa. Termina la canción. Él y los músicos que lo acompañaron se ponen de pie para el público. Llueven los aplausos. Desciende de la tarima, guarda su instrumento y se dirige a una mesa cercana.
“La música es mi refugio, es todo para mí. No sé qué haría si no la interpretaría”, comparte esas palabras a quienes lo acompañan en la mesa. Si por él fuese, todos los días estaría tocando sea cual fuese el género. Es por eso que quienes lo conocen saben que Mejía espera ansiosamente los viernes porque Lorca se ha convertido en su segunda casa, donde es libre de todo y se zambulle por completo en el jazz.
"El jazz es mi yunta, es mi compañera, mi amiga fiel, es mi refugio, es mi todo. No sé qué haría si no estaría de lleno en esto. Ha sido difícil el camino que elegí, pero no me arrepiento". Luis Moscoso Mejía. Trompetista