“EN MEDIO DE LA NADA”
En medio de la nada a veces nos encontramos en el transitar de la vida; sentimos que la misma termina cuando enterramos a alguien amado; cuando nos divorciamos habiéndonos jurado amor eterno; cuando el médico nos dá el diagnóstico que no esperábamos; cuando la empresa que en dos generaciones se cimentó, necesitó mucho menos tiempo para desmoronarse ó sencillamente cuando no tenemos qué decir a quien confidentemente nos cuenta su triste historia.
Sobran los ejemplos que nos permiten entender esa indescriptible sensación: en medio de la nada. Sensación que la vivimos cuando se corta la luz y todo, absolutamente todo está oscuro alrededor nuestro…, es entonces, donde nos angustiamos y buscamos la manera de reemplazarla (velas, encendedores, chispas) entendiendo que es es casi invivible permanecer en la oscuridad.
Oscuridad en la cual habitamos y convivimos muchas veces a plena luz del día cuando no encontramos razón para abrazar o sencillamente para sonreir; o cuando tenemos la oportunidad de ayudar y decidimos ignorar; o tal vez la posibilidad de sólo escuchar pero preferimos hablar; y qué tal cuando tenemos tanto porque agradecer y nos limitamos a callar. La oscuridad en la que decidimos vivir nos brinda generosamente esa experiencia de estar “en medio de la nada” y reitero se la vive a plena luz del día durante la vida especialmente cuando no se encuentra razón para vivir y menos para morir (la segunda es más seria que la primera).
En medio de la nada, también se encontraban los reyes magos (así se los conoce a estos tres sabios) que fueron buscando en la oscuridad el destello de una estrella que provenía del oriente…”¿dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mt.2:2). Estando en medio de la nada, encontraron y siguieron una estrella, la luz de ella iluminaba el camino y donde se detuvo, se detuvieron. Gozosos, sólo se postraron, adoraron y abriendo sus tesoros, ofrecieron sus presentes (regalos): oro, incienso y mirra.
Ofrecieron regalos, ¡caramba! sin imaginarse que el mayor regalo lo estaban recibiendo ellos y lo tenían delante (muchos de nosotros aún vivimos con esa miopía y por consiguiente en esa oscuridad).
Treinta años después ese niño se convirtió en hombre y se autodenominó con toda la autoridad conferida como “la luz del mundo” (Jn.8:12), en otras palabras, llegó para iluminar nuestra existencia y sacarnos del medio de la nada; esa luz que irradia nos muestra nuestra fragilidad humana, nos permite vernos como somos, nos confronta, nos desnuda.
Desnudez que incomoda (no somos tan buenos como aparentamos); desnudez que revela nuestra negada dependencia (sin El o lejos de El casi nada somos y lo reconocemos aunque en privado cuando salimos del cementerio, del médico, del abogado o del banco); desnudez que obliga a admitir la necesidad de ayuda sobrenatural – mejor dicho divina – (miramos el cielo cuando estamos rascando la tierra en mejores condiciones nos cuesta hacerlo) y desnudez que gime desde las entrañas cada fin de año vivir en amor, en perdón, en reconciliación, en esperanza y en paz el año entero… además todo eso, con salud.
Jean Carla Saba de Aliss
Pedagoga Social /Life Coaching