Yo predigo que seremos más ricos en el futuro
Tim Harford
Ésta es la temporada en la que los periodistas hacen sus predicciones para este año. Estas conjeturas son las botanas del mundo intelectual: tentadoras, agradables, pero manifiestamente poco saludables.
Así que permítanme intentar una tarea más elevada, y una que no tendrá consecuencias. Me gustaría describir la economía no en el año 2018, sino en el año 2118.
No soy el primero en intentar un pronóstico a cien años. John Maynard Keynes lo hizo en su ensayo de 1930, “Posibilidades económicas para nuestros nietos”, señalando que, en promedio, podríamos esperar ser ocho veces más ricos en 2030 que un siglo antes. Nos quedaremos cortos de esa predicción, pero no por mucho. Haré un pronóstico más conservador: seremos cinco veces más ricos en 2118 de lo que somos hoy.
Eso situaría el ingreso global en alrededor de 80 mil dólares por persona (aproximadamente el doble del salario promedio actual en Reino Unido hoy) y los ingresos en las principales economías serán más de 250 mil dólares anuales por persona en dinero de hoy.
Este pronóstico omite y probablemente subestima la diversión que uno podría obtener con 250 mil dólares dentro de un siglo. El economista Timothy Taylor a veces pide a sus alumnos que reflexionen sobre si preferirían tener unos cómodos 70 mil dólares en la actualidad o unos estupendos 70 mil en 1900.
En el papel, esto es una obviedad: 70 mil en 1900 era una suma mucho mayor, pero el asunto se reduce a si uno preferiría tener sirvientes, estatus y una mansión... o teléfonos inteligentes, juegos de computadora, aire acondicionado, penicilina, viajes aéreos y pizza para llevar. En general, la mayoría de los estudiantes decide que preferiría tecnología moderna que opulencia obsoleta.
Del mismo modo, 250 mil anuales en 2118 seguramente comprarán maravillas que hoy no se podrían obtener por ninguna suma. Un nuevo libro, “Soonish”, de Kelly y Zach Weinersmith, plantea una guía traviesa de las posibilidades: construcción ultrabarata, cortesía de materiales inteligentes y enjambres de robots; y combustibles y productos químicos a granel ultrabaratos, producidos por microorganismos modificados genéticamente. Podremos imprimir órganos de reemplazo, tragar píldoras que corrijan errores genéticos y curar cánceres con facilidad.
¿Es esta predicción panglosiana? Quizás, pero no supone un siglo de paz y armonía. Es más cautelosa que el pronóstico de Keynes, desde el cual el mundo ha sido testigo de terribles pérdidas de vidas humanas en el Holocausto, el Gran Salto Adelante de Mao, la segunda guerra mundial y otros desastres. Debemos esperar fervientemente que las atrocidades del siglo XX nunca se repitan, pero este pronóstico simplemente asume que las enormidades futuras no amenazarán a la raza humana como un todo. Cualquier guerra nuclear o biológica tendría que ser un asunto local.
La otra gran interrogante sobre este pronóstico es si el planeta en sí puede sostener un crecimiento económico continuo. Mucho depende de cómo se produzca este crecimiento. Si esto significa quemar más combustibles fósiles, consumir cada vez más materias primas y cultivar más tierras de manera intensiva, estamos en problemas.
Afortunadamente, el crecimiento económico se está separando del uso de los recursos, no en todas partes y no en todos los aspectos, pero lo suficiente como para dar motivos de esperanza. En Reino Unido, por ejemplo, el consumo de energía por persona alcanzó su punto máximo en 1973.
Necesitamos regulaciones ambientales más inteligentes, pero incluso sin ellas, la búsqueda pura de ganancias impulsa a los productores a lograr más mediante el uso de menos. Esto se destaca en el informe de 2015 de Jesse Ausubel, “Nature Rebounds” (el repunte de la naturaleza), que documenta la creciente eficiencia con la que Estados Unidos usa tierras de cultivo, agua y energía. En algunos casos (no todos), las ganancias de eficiencia son tan grandes que el uso absoluto de estos recursos está en declive incluso mientras el crecimiento económico continúa.
Nada de esto sería suficiente si la población mundial todavía estuviera creciendo a tasas que causaron alarma en la década de 1960, pero no es así; el crecimiento de la población ha estado en constante disminución durante medio siglo. Si la cantidad de personas en el planeta se estabiliza y la eficiencia con la que usamos los recursos aumenta, no hay nada inverosímil sobre un aumento continuo del nivel de vida.
Una última gran pregunta es cómo se distribuirá esta riqueza. En un perspicaz ensayo de 1996, Paul Krugman predijo que no habría “robots plomeros” en 2096. Estuve de acuerdo con él en ese momento. Ya no estoy tan seguro.
Parece bastante plausible que, dentro de 100 años (y quizás mucho antes) los plomeros y taxistas (y muchos periodistas, también) simplemente no tengan nada serio que contribuir al mercado laboral. Si es así, tendremos que abandonar el modelo actual del estado de bienestar a favor de uno en el que el desempleo no será estigmatizado y los desempleados no vivirán en condiciones de pobreza. En vez de eso, el desempleo será una opción de estilo de vida perfectamente respetable. Eso requerirá algún tipo de ingreso universal para todos.
Sin duda, mi pronóstico será erróneo, aunque espero que pasen algunas décadas antes de que su necedad sea innegable. Quizás para 2118, la humanidad habrá sido reemplazada por un software hiperinteligente. Quizás las cucarachas o la viruela habrán tomado el centro del escenario. Pero me parece que, si podemos seguir adelante, nuestros bisnietos tal vez tengan motivos para agradecernos.