Derroche en tiempos de crisis
Siempre, pero con mayor razón en tiempos de crisis, es necesario que los gobernantes den muestras de coherencia entre lo que dicen y lo que hacen cuando de establecer las prioridades se trata
Durante los últimos días, más precisamente desde el 6 de agosto, cuando el presidente Evo Morales dio al país su mensaje anual con motivo de las fiestas patrias, se ha instalado en la opinión pública la consciencia de que ha terminado la época de la bonanza económica como consecuencia de la caída del precio internacional del petróleo, y por consiguiente del gas que exportamos. Por eso, habrá que hacer algunos ajustes importantes en la manera como hasta ahora han sido administrados los recursos económicos del país.
El reconocimiento en filas gubernamentales de tal realidad ha sido recibido tanto por reconocidos expertos en materia económica como por la ciudadanía en general, con más alivio que preocupación. Es que inspira más confianza un Gobierno que se atreve a mirar y afrontar los hechos, por indeseables que estos sean, que uno que se empecina en negarlos y en mantener vivas ilusiones, como aquella según la que la economía boliviana, a diferencia de las demás, estaría “blindada” contra la crisis.
Esa valoración positiva de las muestras de franqueza y realismo que suelen dar algunas autoridades gubernamentales, que contrasta con el rechazo que provocan las fantasiosas declaraciones de buenos deseos sin fundamentos reales, se explica en gran medida porque si hay algo que ha aprendido el pueblo boliviano durante los últimos 30 años, desde que nuestro país fue víctima de un descalabro económico mayúsculo, es que la estabilidad económica es algo con lo que ningún Gobierno debe jugar.
Son esos antecedentes, que ya forman parte de la cultura económica de nuestro país, los que explican en gran medida la relativa responsabilidad con que durante los últimos 10 años se han administrado las cuentas fiscales y la política económica en general, muy lejos de errores como los que condujeron a Venezuela y Argentina a resultados tan diferentes a pesar de la similitud de las circunstancias.
Sin embargo, para que los malos augurios sobre el futuro de la economía nacional no se plasmen en corrientes de pesimismo y desesperanza, es indispensable que la convocatoria a aunar esfuerzos y administrar mejor lo que tenemos sea respaldada por ejemplos muy convincentes. Es indispensable, por ejemplo, que cuando se habla de austeridad y de “amarrarse los cinturones”, se lo haga con la autoridad moral necesaria para que esas palabras no suenen a demagogia sino a una propuesta y a un plan de acción cuya seriedad y sinceridad estén fuera de dudas.
Oportunidades para predicar con el ejemplo y dar en los hechos muestras de sinceridad no faltan ni faltarán. En realidad, todos los días se presenta alguna ocasión para que el Gobierno central —y también los departamentales y los municipales— den muestras de coherencia entre lo que dicen y lo que hacen cuando de establecer las prioridades en sus respectivas agendas y presupuestos se trata.
No tiene sentido, por ejemplo, recurrir al argumento de la obligatoria austeridad cuando de negarse a atender demandas sociales se trata, si al mismo tiempo se incurre en gastos dispendiosos, como por ejemplo la creación de una “Escuela Antiimperialista” cuya naturaleza y razón de ser tiene todo el aspecto de una patraña ideológica, de esas que condujeron a desastres como el venezolano.


















