El voto anticorrupción
Con la invocación de Dios, las promesas de transformar su país y respetar la Constitución, se impuso en la segunda vuelta, Jair Bolsonaro, será posesionado como presidente de Brasil en enero de 2019, y gobernará hasta 2023. A tiempo de celebrar su victoria, el presidente electo advirtió que Brasil no podía seguir flirteando con el comunismo, socialismo, populismo y con el extremismo de la izquierda.
Aunque existen varias teorías sobre el triunfo del excapitán del ejército, comparto aquella que atribuye este batacazo al voto anticorrupción, antiizquierda y todo lo que supone el socialismo del siglo XXI. En el vecino país, la corrupción ha sido más significativa no sólo por la dimensión de los escándalos sino también porque ha tenido como consecuencia directa arrastrar al país más grande de Sudamérica a la peor crisis económica y política de su historia.
Las sentencias condenatorias contra Ignacio Lula Da Silva, vienen a confirmar que, a diferencia de nuestro país, en Brasil la justicia es independiente e imparcial y ha tenido la capacidad y eficiencia de resolver este caso vinculado a la emblemática Petrobras y ha condenado y puesto en prisión no sólo a la cabeza de este grupo empresarial, Marcelo Odebrecht, sino también al mismísimo Lula.
El caso “Lava Jato” ha sido la mayor operación en la lucha contra la corrupción en la historia de Brasil, que desnudó la complicidad del poder político, en el saqueo de más de 2.000 millones de dólares de la petrolera, y evidenció que al interior de la emblemática empresa brasilera existía un “Estado de corrupción” o cultura general permisiva que se encargaba de fomentar las prácticas corruptas a todo nivel. Esta cultura permisiva no sólo expande los efectos de la corrupción, sino que la convierte en un mal endémico, donde toda la organización corrupta tiende a influir en la conducta de las personas que la integran.
Las condenas y detenciones de las cabezas de todo este cártel mafioso, confirman que las prácticas corruptas se encuentran globalizadas y socavan tanto las estructuras del sistema capitalista como del sistema socialista, incluyendo a los países y líderes del denominado socialismo del siglo XXI. Y dadas sus múltiples vinculaciones internacionales, estas prácticas han dejado de ser un problema nacional para convertirse en un cáncer general, que degrada sistemáticamente las instituciones y los valores esenciales de nuestra civilización.
Sin embargo, es la primera vez en la historia judicial brasileña que se pone al rojo vivo un escándalo de proporciones, no sólo por las formas y los montos de dinero pagados a ejecutivos de Petrobras y prominentes dirigentes políticos del entorno de Lula, sino que evidencia los efectos devastadores de este cáncer social. En general, los vínculos entre la corrupción, la delincuencia organizada y sus múltiples manifestaciones como el blanqueo de dinero, el narcotráfico, el contrabando, el tráfico de armas, etc., ponen en peligro la estabilidad de las instituciones democráticas, el desarrollo y el respeto a la ley, a la seguridad y a vivir en paz.
Tal es la gravedad de este fenómeno delictivo que la Organización de las Naciones Unidas considera que la corrupción constituye un fenómeno universal que afecta a todas las sociedades y economías y, al mismo tiempo, demanda la cooperación internacional para prevenir y luchar contra sus causas y múltiples consecuencias. El sistemático trabajo de la ONU, pone de manifiesto no sólo la gravedad del problema, sino también la necesidad de tomar conciencia de los riesgos que suponen las prácticas corruptas, y advierte que se requiere un enfoque amplio y multidisciplinario para prevenir y combatir eficazmente la corrupción.
La corrupción generalizada distorsiona y contamina el sistema económico y financiero, y tiene efectos negativos en los niveles de inversión, crecimiento, igualdad y bienestar de la población. Aparte de sus connotaciones éticas y sociales, la corrupción tieneun costo social en la medida en que las decisiones son ejecutadas por funcionarios públicos sin tomar en cuenta las consecuencias adversas (externalidades negativas) que ellas tienen sobre la comunidad. La corrupción, así, trastoca e invierte los valores esenciales como la transparencia, la honestidad, la vocación de servicio, etc. y genera una bronca colectiva que supo encarnar, en este caso, Jair Bolsonaro en Brasil.
El autor es jurista y autor de varios libros.
Columnas de WILLIAM HERRERA ÁÑEZ