Las lecciones del Perú
La segunda vuelta de las elecciones para presidente del Perú está provocando un suspenso inusitado debido a lo ajustado de los resultados que definirán, por un estrecho margen porcentual, quién gobernará el vecino país durante los próximos cinco años: Keiko Fujimori, la hija del encarcelado expresidente, o Pedro del Castillo, el profesor de primaria y sindicalista que incursiona en la política por primera vez con éxito.
Sea cual fuese el resultado final, lo que evidencian las urnas es un país partido en dos mitades, prácticamente iguales, en términos sociales y de expectativas ciudadanas. En términos políticos, el triunfo significará también un desafío mayúsculo pues ninguno de los posibles jefes de Estado cuenta con una bancada propia fuerte en el Parlamento peruano, y, sobre todo, tendrá que encontrar la manera de conciliar a una población polarizada, como lo evidencia la votación del domingo, y administrar un país próspero pero muy golpeado por la pandemia y maltrecho por la inestabilidad política del último lustro.
Perú llegó a este proceso electoral en medio de una severa crisis política que consumió cuatro presidentes y dos Congresos en lo que va del actual período quinquenal de gobierno, y con una fragmentación de la representación política que derivó en la postulación de 18 candidatos presidenciales, la segunda cifra más alta en la historia del país.
De hecho, Castillo y Fujimori pasaron a la segunda vuelta tras haber reunido entre los dos menos de un tercio de los votos válidos el 11 de abril.
Esa crisis se agravó por el impacto económico de la pandemia de coronavirus, que llevó a Perú a sufrir en 2020 una de las mayores contracciones en todo el mundo y la primera que sufre en dos décadas.
Así, el veredicto final de las urnas y la manera cómo ejerza su gobierno el nuevo presidente que asume esas funciones en 50 días –cuando el Perú celebra el bicentenario de su independencia– tendrán una trascendencia que especial que desborda las fronteras de ese país.
En efecto –de manera similar que en otros países sudamericanos–, la democracia peruana y la representatividad de su clase política, atraviesa una suerte de desgaste y se enfrenta a una urgente necesidad de reinvención en sus estrategias para conseguir la gobernanza que le permita superar esas difíciles circunstancias, ahora agravadas por la pandemia y sus consecuencias económicas y sociales.
Resulta entonces que el suspenso provocado por la segunda vuelta del domingo –no solo en el mismo Perú sino en todos los países del subcontinente– tendrá su contraparte en el ejemplo que nos da la democracia peruana y en las lecciones del desempeño de su próximo Gobierno.