Para llorar (reloaded)
A veces me pregunto qué le ven mis amigos extranjeros a esta ciudad, conozco a muchos que regresan a la “llajta” cual si adolecieran de un extraño embrujo. No obstante, me remito a mi niñez, cuando fui criada entre las maravillas naturales que presentaba el valle y comprendo el sortilegio que envolvía a este rincón del planeta. Así, me inunda la saudade de parajes en los que abundaban los colores psicodélicos de los jacarandás, la magnificencia de los chilijchis, la majestuosidad de las tipas y los molles, la generosidad de las higueras, la humilde belleza de las hierbas silvestres.
Sin embargo, no queda más que lamentar que tales remembranzas son apenas eso: recuerdos perdidos en alguna neurona nostálgica, ya que hoy padecemos las consecuencias de una guerra declarada contra los árboles, la vegetación y todo lo que implique naturaleza.
En ese sentido, los datos son alarmantes. En el mejor de los casos, en la ciudad de Cochabamba existen tres árboles por cuadra y un 3% de áreas verdes (¡díganme si tales cifras no generan incontenibles ganas de llorar!), una circunstancia que, de seguro, es replicada en el resto de municipios del departamento, dado que las praxis arboricidas y ecocidas son común denominador en este país.
Es decir que nosotros, como colectividad, trastocamos a este valle, otrora privilegiado, en una horrible selva de cemento y sofocante desierto. Nosotros convertimos el “hermoso verdor” de los ríos en nauseabundos basureros y cloacas abiertas, hemos liquidado, paulatinamente, a las lagunas de la famosa “Kochapampa”. Nosotros no priorizamos el resguardo, ni siquiera por elemental sobrevivencia, de los pocos pulmones verdes que sobreviven, los que insistimos en atiborrar de concreto, humo y mugre al hipócritamente vanagloriado Parque Tunari.
De esa forma, con el llanto y la rabia queriendo anegar cada poro del cuerpo, cuestiono qué nos llevó a semejante situación y ensayo las siguientes hipótesis:
- Es insoslayable la responsabilidad institucional y gubernamental. Desde que se impuso el fatuo e iluso modelo de “progreso” como sinónimo de “topadora”, todas las gestiones se han dedicado a encementar Cochabamba arrasando con el medioambiente. Asimismo, al rebosar la corrupción, la demagogia, la politiquería, el cortoplacismo, la ausencia de un mínimo de institucionalidad y gobernanza en la función pública, eso ha resultado en una pésima planificación urbana y en un peor manejo del crecimiento demográfico.
- La mayoría de la población no concibe una minúscula noción de bien común, no sentimos como propio lo que nos vuelve parte de una comunidad. Las secuelas: botamos la basura a las calles, destruimos la infraestructura de parques y plazas, desperdigamos lo más contaminante e inmundo de los desechos en ríos y lagunas. Antes que el bien común, prima el afán de acumulación de loteadores, los “comodatos” entre gallos y medianoche, los intereses mezquinos de los que procuran lucrar con y mediante los espacios y bienes públicos, la miserable y mal informada “comodidad” de ciudadanos que atribuyen a los árboles y seres vivos “leyendas negras”, cuando sucede absolutamente lo contrario. ¡Y pensar que tanto nos llenamos la boca con el “comunitarismo”!
- La primacía de una cultura ecocida y antropocéntrica que ha asimilado lo más nefasto de la concepción de “civilización” y en la que la naturaleza es sinónimo de “atraso”, “barbarie”, como si la humanidad no hubiera aprendido, a estas alturas y con mucho dolor, suficientes lecciones al respecto.
Como para ilustrar con creces el contexto descrito, hoy mismo en el municipio de Cochabamba se priorizan proyectos de inversión pública al estilo de nada más y nada menos que carísimos distribuidores vehiculares como el que se pretende edificar en la intersección de la Blanco Galindo y Perú. En su camino se encuentra una de las pocas áreas verdes de la zona y por lo menos 150 árboles. Adivine usted qué es más importante para el gobierno municipal y qué es lo primero que se busca sacar del paso.
Así, al cavilar en soluciones, hay momentos en los que celajes pesimistas se imponen y se me ocurre que tal vez lo que necesite este valle es un trasplante de gente o, por lo menos, de gobernantes.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA