“La montaña es como mi abuelo, es como alguien que tiene vida, (antes de escalar) le pongo hojitas de coca, con un poco de alcohol y le pido permiso. Es para nosotros algo sagrado, nos da vida, agua, sembramos y vivimos en ella. No puedo dejar de visitarla, (si no voy) yo siento que la extraño”, dice Analía Gonzales, de 37 años. Ella forma parte del grupo de cholitas escaladoras que ahora sueñan con llegar al Everest, la montaña más alta del mundo, lo que puede costar más 70 mil euros por persona, dinero que tratan de reunir para cumplir su meta.