La calle y los guerreros que la indiferencia mata

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Publicado el 04/04/2022 a las 9h00
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Sobrevivir, cueste lo que cueste. Luchar, con uñas y dientes, con lo que haya a mano. Resistir el hambre, el frío, el suelo duro, el dolor, las heridas, la falta de sueño, los golpes. Olvidar todo lo que fue la vida anterior, incluso lo que pasó el día anterior. Comer lo que haya o lo que se halle. Ya no importan la ropa limpia, los zapatos brillantes, lo que sirva para proteger el cuerpo vale. Lo que importa es resistir y avanzar hasta que la “guerra” acabe. 

¿Acaso no son esos los implícitos principios que animan a aquellas personas, sobre todo niños, niñas y jóvenes que viven en las calles? Esa es la cotidianidad de los más de 4.000 bolivianos que viven en esa ruda condición. “La guerra”, así han bautizado ellos mismos a su vida de apreturas, dolores, marginación y drogas.  

En 2014, año en que el Instituto Nacional de Estadística realizó un censo de este sector social, sumaban 3.768. De ellos 2.751 eran varones; 975, mujeres, y del total 1.400 eran niños y niñas. Pero aquel censo sólo abarcó las nueve capitales departamentales más El Alto. En varias ciudades intermedias, como Huanuni, Quillacollo o Montero, el fenómeno ha aparecido o ha crecido. Por eso, muy probablemente en el septenio que pasó el número haya superado de manera holgada los cuatro millares e incluso la cifra llegue hoy mucho más lejos.  

“Vivir en la calle, vivir en indigencia, es vivir en una guerra permanente —dice Lloyd Jacobs, director nacional del Centro Solidaridad Vida—. No por nada así se la nombra: ‘la guerra’. ‘Estoy viniendo de la guerra, estoy yendo a guerrear’, quiere decir: ‘Estoy yendo a la calle’”. 

¿Cómo llegan?

¿Cómo llegan a la “guerra”? Básicamente, explican las fuentes entrevistadas, por la desestructuración de sus hogares. Son abandonados, echados o huyen de sus casas. Entonces, sólo les queda ser cooptados por los grupos que organizaron quienes llegaron, así como ellos, a las calles primero. Grupos que, en esta guerra, tienen sus propias normas y estructuras.   

“Hay códigos de lealtad, por ejemplo, los del ‘torrante’ (terrenos donde se reúnen estas personas, en La Paz) son bien estrictos —explica Jacobs—. Mucha gente piensa que los adictos nos convertimos en individuos completamente inconscientes y amorales, no. Se trata de la preservación del grupo. En el ‘torrante’, la norma es muy clara y específica. Normalmente no va de la mano con la norma otra. Aquí no es tanto ruido, (…) robarle al ‘torrante’, por ejemplo, es traición que se paga”. 

Si en La Paz son los “torrantes”, en Cochabamba son “los hoteles plaza” y en Santa Cruz las denominadas “favelas”. Constituyen una microsociedad que se crea en esos márgenes situados en terrenos baldíos, plazuelas marginales, bosquecillos, canales de desagüe y quebradas periurbanas. Microsociedad que, a decir de Jacobs, “se crea ahí, no necesariamente como producto exclusivo de las sustancias prohibidas que consumen. Es una microsociedad donde mucha gente encuentra acompañamiento, reconocimiento, respeto, amor, pero bajo las condiciones que se puede esperar de esto, ahí abajo”. 

Frente a la Policía

Pero la guerra no ha dado tregua en estos tiempos ni en las zonas de, si vale la expresión, “confort” que estos guerreros tienen. El crecimiento urbano, los robos de bagatela y las quejas de vecinos y comerciantes derivaron en escenas repetidas en buena parte del país. Autoridades ediles y policiales organizaron sonados operativos para desplazarlos. Pero con ello, sólo complejizaron los problemas. Más violencia, más dispersión, más conflictos que antes, fueron los principales resultados.   

Daniela Acosta, una conocida activista, cita lo sucedido en la sede de gobierno: “Aquí en La Paz han desestructurado la mayoría de los ‘torrantes’ que había, especialmente en zonas donde los chicos se sentían seguros, digo entre comillas. En la zona sur, por ejemplo, los policías intervinieron uno que estaba en Obrajes, quemaron absolutamente todo y pusieron un muro para que ya no puedan ingresar al lugar. Entonces, los chicos de ese ‘torrante’ se han dispersado y han subido hacia todo lo que es avenida del Poeta y el Prado (centro paceño). Pero entre grupos hay conflictos, entonces en ese tiempo muchos de los chicos han empezado a dormir en los cajeros automáticos. Ya no había como un concepto de ‘torrante’ común, sino que los chicos empezaron a buscar lugares calientes donde dormir”. 

En Santa Cruz, en noviembre de 2021, decenas de vehículos de las mencionadas instituciones, colmadas de agentes, incurrieron en el bosquecillo del cordón ecológico. Luego destruyeron las precarias carpas y casuchas de esta área verde hoy ubicada muy cerca de zonas residenciales exclusivas y modernos centros comerciales. A semejanza de lo sucedido en otras ciudades, se llevaron arrestados a aquellas mujeres, varones y niños en situación de calle. En algunos casos los trasladaron hasta zonas muy lejanas y los dispersaron, en otros, ocho horas de arresto y otra vez… a la calle.   

No fueron pocas las palizas que vecinos o comerciantes, cansados de demandar desalojos a las autoridades, propinaron a estas personas que huelen a alcohol, clefa o tinner. Sucedió, por ejemplo, en Cochabamba, también en noviembre. Una turba de comerciantes armados con palos salió a despejar la zona de en las proximidades de la avenida Aroma y la calle Agustín López. La Policía llegó y se llevó a los agredidos para detenerlos, por ocho horas. 

Frente a las mafias

Sin embargo, la “guerra” no sólo se agravó por el crecimiento urbano y las dificultades de autorreubicación de quienes viven en situación de calle. Dos factores claves se sumaron, especialmente en Cochabamba y Santa Cruz: inmigrantes extranjeros y marcado incremento del narcotráfico. Una combinación explosiva que ha multiplicado los conflictos y la violencia, los tipos de consumo de estupefacientes y las víctimas. 

“Llegaron grupos de inmigrantes extranjeros, sobre todo venezolanos, también en situación de calle —explica Víctor Hugo Arellano, consultor especializado en el trabajo con poblaciones en situación de calle y parte del programa Estrellas en la calle-Coyer Wiñaña—. Ellos son más violentos, incluso, a diferencia de los chicos de acá, apelan al uso de machetes y hasta armas de fuego. Entonces, empezaron a enfrentarse. Se llegó al extremo de que en una oportunidad capturaron a uno de los líderes locales, lo golpearon terriblemente y luego lo quemaron”.    

Pero la “guerra” no sólo abrió frentes con violentos recién llegados, sino que se complicó por el conocido nuevo auge del narcotráfico en Bolivia. Un fenómeno que no sólo se circunscribe a la fabricación y “exportación” de cocaína o marihuana, sino a un creciente y variado consumo interno. Ello ha derivado en un boom del microtráfico de estupefacientes, sus circuitos y organizaciones de proveedores. Y en ese negocio las personas en condición de calle constituyen un importante mercado. Según el censo de 2014, 85 por ciento de esta población consume drogas.

El consumo, en varios casos convertido en adicción, más la falta de recursos, hacen que la relación con sus proveedores resulte extremadamente peligrosa. “Una vez que estas personas toman un niño para que sea su dealer (vendedor), es muy difícil que el niño salga —explica Daniela Acosta—. Ellos no dicen quién es su proveedor principal y, por ejemplo, en La Paz, sé que hay cuatro redes diferentes que manejan por zonas. Estas personas también están involucradas con quienes se dedican al proxenetismo, la trata y tráfico o son dueños de prostíbulos que también venden estas sustancias. Cuando el o la joven no pueden pagar la totalidad de lo que se les da, se les pasa a que paguen de otra manera: en los prostíbulos”. 

Todas las fuentes consultadas coinciden en que se ha producido una notable proliferación de drogas y vendedores. El fenómeno derivó también en disputa de zonas y, por tanto, en violentos enfrentamientos donde suelen involucrarse los, por lo general, pequeños “dealers”. Obviamente, la oferta y el consumo impulsa a quienes viven en condición de calle a buscar recursos económicos a como dé lugar. 

“Antes, en Cochabamba, en Cercado, había un solo grupo que se dedicaba al microtráfico y que dominaba a todos los demás grupos —dice Víctor Arellano—. A partir del microtráfico de la pasta base de cocaína, ahora hay una especie de guerra de territorio por varios grupos. En el tiempo de la pandemia, por datos que recogimos, la demanda se disparó, y no solo hablamos de poblaciones en situación de calle. (…) Hay más demanda, y no es porque ellos están consumiendo más. La población en situación de calle no es tan grande, sino son las personas que consumen drogas que aumentaron porque no hay acciones a nivel preventivo”. 

Frente a las drogas

Y la oferta no deja de sorprender a quienes trabajan en esta área. “Lo que está cambiando muchísimo son las drogas que se están administrando, aparte de la clefa que es una clásica —dice Jacobs—. Creo que hay 72 nuevas drogas en el mundo y muchas de esas ya están acá en Bolivia. El Khat, el Ice, el éxtasis se han puesto muy de moda, el LCD se está poniendo otra vez muy de moda. Lamentablemente, también muchas de estas plantas como la ayahuasca, el San Pedro, las psilocibinas, son medicinas ancestrales están nuevamente prostituyendo mucho en su uso”.

- ¿Y cómo consiguen dinero para pagar por la droga? ¿No son acaso muchas algo caras para ellos? ¿Prostitución, robos, mendicidad?, se le pregunta a Jacobs. 

“La droga no es cara en Bolivia, es más, es lo único que en estos años ha bajado de precio —responde—. Hace 40 años cuando caí en el vicio, un sobre de cocaína me costaba 15 dólares, ahora se lo halla hasta en 7. Ahora bien, ellos hacen todo eso que tú dices para obtener su droga que es su necesidad, la que consideran su “medicina” para sus problemas. Pero claro, consumen mucha clefa, tinner, mucha marihuana y, sobre todo, la droga que más daño hace en Bolivia, mucho alcohol”.  

Huelga citar las consecuencias que la mayoría de las “medicinas” causan en quienes tuvieron la desgracia de llegar a “la guerra”. Sabido es que, especialmente los inhalantes, resultan discapacitantes ya a nivel del sistema motor por los daños que causan al cerebro, los riñones y el sistema circulatorio. La frase es repetida entre los entrevistados: “La clefa, por ejemplo, te quema, te cocina el cerebro”. Produce un daño veloz y profundo”.  

Solos otra vez

Y son guerreros que en diversos casos empezaron esta vida a sus seis u ocho años. Son guerreros que, como dice un orientador que es exadicto, exalcohólico y exnarcotraficante del centro Peniel, dirigido por el pastor Michael Mondino, “hoy la situación está descontrolada en Santa Cruz, ya no abastecen los centros de acogida”. Luego añade: “Es muy difícil salir de esa vida. Primero, porque el Estado no ayuda a una reinserción completa en la sociedad; segundo, porque la sociedad no quiere acercarse a ayudarlos y les teme exageradamente. Y, tercero, porque luego de esa ayuda debe nacer en la persona una voluntad muy grande para no recaer”.  

Y eso lo ratifican Acosta, Arellano y Jacobs. “Es la sociedad quien tiene que acercarse y aprender a ayudarles y a acogerlos, no a rechazarlos —resume Daniela—. Hay que darles ayuda más que limosna. Ellos sienten que primero fue su gente, su familia quien los rechazó. Luego, cuando huyeron o fueron echados de esas vidas terribles en sus hogares, en las calles es la sociedad quien los rechaza. Entonces, ¿qué opción les queda?”.

Prácticamente sin derechos reconocidos, sin identidades, sin protección, por ahora, al parecer para ellos la opción es “la guerra”.      

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