Tras la llaves
El Día Internacional del Refugiado se celebra el 20 de junio. Esta fecha fue designada por las Naciones Unidas para reconocer el coraje de las personas que se han visto obligadas a huir de sus países debido a conflictos, persecución o violaciones de derechos humanos. ¡Qué fácil se hizo marcar fechas en el calendario! En especial como esta, dícese, para celebrar.
No puedo imaginar qué sentirían los millones de sirios, venezolanos, afganos, ucranianos, sudsudaneses, y ni qué decir palestinos -solo menciono algunos ejemplos de los muchos existentes -si leyeran lo que hoy oso escribir, haciendo alusión a un ¿“día de celebración”? ¿Qué se puede celebrar si sales escapando de casa? Dejaron todo porque su vida o libertad estaban en peligro debido a las guerras, persecuciones, desastres ocasionados por ataques, abusos, violencias o pésimas condiciones económicas, a todos ellos no les queda más que buscar protección en otro lugar porque quedarse en su terreno atenta contra su seguridad.
Desde la comodidad de nuestras casas, vemos las noticias que nos hablan de perspectivas basadas en la empatía y los derechos humanos para con los refugiados, quienes merecen dignidad y la oportunidad de reconstruir sus vidas, desde ya, debería ser una obligación moral el recibirlos con amor, respeto y compasión, pero ese no es el punto ahora. Vuelvo a la narrativa del reporte televisivo que insta a trabajar colectivamente para encontrar soluciones justas que promuevan la paz en las regiones en conflicto… suena bien, pero sólo suena, no se hace casi nada y eso rasga el corazón cuando vemos, paradójicamente hablando, miles de muertes invisibles. Solamente en 2024 fueron 20.000 decesos de niños palestinos, sumamos los 2.000 ucranianos y los otros miles de sirios o afganos y al final… números y estadísticas frías, sin nombres y menos rostros. Estos números nos hablan de quienes no lograron salir para celebrar este día, es decir, no lograron ser llamados “refugiados”. Pero ellos, tienen madres que posiblemente el 20 de junio sea celebrado por ellas (ironía añadida).
Déjenme contarles qué podrían hacer algunas madres venezolanas en ese día, pues tal vez, comer mango, ya que es un fruto muy común allá y simboliza la perseverancia y la esperanza en un futuro mejor. O las mamis afganas ponerse una burka azul, simbolizando la identidad y la lucha por su libertad en medio de tanta adversidad. Algo parecido posiblemente hagan las sirias, recordarán la rosa de Damasco como flor emblemática que representa la resistencia en medio de la devastación y la guerra.
Y tras las llaves de las madres palestinas, yace el símbolo poderoso y emotivo que representa el derecho al retorno a sus hogares de los cuales fueron desplazadas, es increíble como conservan durante décadas las llaves originales de sus casas como señal de esperanza y revindicación del derecho a regresar algún día a ella.
En todos estos ejemplos vemos emblemas de identidad, memoria, añoranza, dolor, resistencia, esperanza y refugio en los mensajes que emiten cada uno de estos simbolismos.
Pienso, pidiendo disculpas porque es fácil escribir y difícil actuar, que debemos escuchar sus voces, ponernos dos minutos en el lugar de cualquiera de esas personas/mujeres en este caso que enterraron hijos, abandonaron hogares y perdieron sus sueños.
Tras el mango, la burka azul, la rosa de Damasco y ni qué decir las grandes, antiguas y ensarradas llaves palestinas existe mucha historia que añoraría sea conocida y no sólo celebrada.