El desempleo ilustrado, los títulos se devalúan en Bolivia

Economía creativa Evolución en Cochabamba
Publicado el 05/06/2023 a las 9h01
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Un misterio parece acrecentarse en Bolivia: ¿dónde irán a trabajar los jóvenes que cada año se gradúan como profesionales? ¿Sus flamantes y vistosos títulos les ayudarán a abrir las puertas que tanto soñaron ellos o sus progenitores?

Cuantitativamente, la respuesta resulta ilustrativa. Hay una tendencia que se acentuó en los últimos años y especialmente tras la crisis sanitaria de 2020: en Bolivia, la oferta de empleo para nuevos profesionales, según evaluaciones recientes, apenas alcanza a un cuarto del total. 

No es un problema coyuntural. Las evaluaciones lo advertían desde hace ya varios años. Según datos del Comité Ejecutivo de la Universidad Boliviana (CEUB), en 2021, se titularon 33.262 estudiantes en las 14 universidades del sistema. La cifra, del último año registrado hasta hoy, mantiene la tasa de incremento y el promedio del último lustro, excepto el año de la pandemia. Baste añadir que en 2018 se titularon 30.167 alumnos y en 2019 sumaron 30.868. 

Por su parte las universidades privadas, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística (INE), hacia 2019 (último registro), llegaban a 8.112 titulados. Es decir, los dos sistemas universitarios nacionales, en este lustro, entregan anualmente a la sociedad boliviana más de 41 mil profesionales. Sin embargo, si ésa constituye la oferta al país, la demanda se muestra crónicamente mezquina. Ya en 2015, estudios realizados por la Fundación Para la Productividad (Fundapro) y el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario, (Cedla) alertaron: “47 por ciento de los egresados no consigue trabajo en 18 meses y sólo la mitad de quienes lo hallan trabajan en áreas relacionadas a su profesión”. 

Valga recordar que por entonces Bolivia vivía los años pico de la denominada bonanza del gas con una holgada situación económica. El problema de la oferta de titulados frente a la demanda del mercado laboral parece haberse agravado marcadamente en los últimos años. El investigador Gonzalo Colque, de la Fundación Tierra, avanza en estos días un estudio sobre la materia y advierte una proporción aún más marcada: “Frente a los más de 40 mil titulados del sistema universitario la oferta laboral bordea las 10 mil plazas”. 

Titulados desempleados

Diversos especialistas en la materia alertan sobre el fenómeno. “Bolivia está viviendo un mayor divorcio entre la oferta de jóvenes profesionales y la demanda laboral —explica el investigador asociado del Cedla Bruno Rojas Callejas—. Es una separación que se ha ido agudizando con el paso del tiempo. Ha generado una elevada tasa de desempleo ilustrado, este desempleo afecta a personas en general que tienen mayor nivel educativo, pero particularmente a jóvenes. En concreto afecta a personas que tienen 25 y 29 años”. 

Rojas señala que el fenómeno se pudo constatar con mayor fuerza en los años previos a la pandemia. Entonces la tasa global de desempleo ilustrado bordeaba el 15 por ciento frente a una tasa nacional de desempleo del 5 por ciento. O sea, en el pasado lustro, cualquier profesional, pero, sobre todo, los profesionales jóvenes tenían significativas dificultades para encontrar empleo. Y, valga reiterarlo, eran tiempos donde aún se gozaba de la mentada bonanza gasífera. Luego las cosas se agravaron porque en 2020, crisis pandémica mediante, la tasa de desempleo ilustrado subió al 33 por ciento. 

Talentos desperdiciados

Los problemas para los profesionales, sobre todo jóvenes, no concluyen ahí porque no necesariamente el alivio llega cuando hallan empleo. “Otro fenómeno que se nota y explica la situación crítica del profesional boliviano es el subempleo —añade Rojas—. Ya en el año 2019, antes de la pandemia, el subempleo rondaba el 20 por ciento. Es decir, jóvenes profesionales que trabajaban en lo que sea o, quizás, en áreas cercanas a las que se formaron, pero de manera temporal. El subempleo en 2020, según datos del INE, llegó a un 49,5 por ciento”.

Técnica y crudamente, el subempleo se define como la subutilización de las capacidades, del tiempo y la formación que una persona ha alcanzado. En otras palabras, subempleo significa trabajar algunas horas en el día y algunos días en la semana. Por lo tanto, significa también ingresos económicos insuficientes para la subsistencia, con todas las consecuencias que ello acarrea. Sin duda, el costo no sólo afecta individualmente a los titulados y sus entornos, sino al conjunto de la sociedad. Así lo advierte el pedagogo Elio Torrez Menur, actualmente consultor en un proyecto de reinserción educativa.

“Hay ejemplos de gente muy talentosa que batalla contra este sistema de profesionalización light que tiene el país —cita Torrez—. Conocí a un joven que empezó prácticamente escribiendo la tesis de un amigo que andaba saturado de trabajo. A medida que el joven no hallaba empleo estable, alternaba sus labores, escribiendo, a nombre de otros, tesis, incluso de maestría. Se aplicó a áreas distintas y escribió para economistas, para lingüistas, les hizo libros a un par de señores que querían completar sus vidas con ‘sus’ obras consagratorias. En otro país, seguro hubiera sido un doctor muy reconocido, acá era un ‘escritor de tesis’ para quienes no podían hacerlas”.

El analista asegura conocer ejemplos como para una antología de la inventiva boliviana. Pero también destaca el caso de alguien que estudió para diplomático. Cuenta que, tras las crisis que se suscitaron en esa área en las décadas pasadas, aquel profesional se dedicó a realizar lecturas especializadas. “Manejaba tres idiomas, bajaba o se hacía enviar información sobre diversos campos que luego explicaba o resumía a sus clientes. Hasta algunos ministros llegaron indirectamente a apelar a su talento. Lo apodaban ‘el lector’. Al cabo de unos años se fue a vivir al extranjero”. 

Fuga de cerebros

Es decir, la otra opción para superar el desempleo ilustrado en Bolivia. Sin duda, no son pocos los casos de jóvenes profesionales que, aprovechando su vitalidad, optan por buscar, literalmente, otros horizontes bajo dos opciones. “Hay una emigración de jóvenes profesionales inducida desde el exterior a través de becas —explica Torrez—. Es una especie de robo diplomático de cerebros, se llevan a los mejores. Por eso no es raro escuchar noticias que informan sobre ingenieros, matemáticos o médicos bolivianos que destacan en importantes instituciones de otros países”. 

La otra forma de emigración resulta la clásica y, a veces, ruda búsqueda de contactos, ofertas y posibilidades. “Entonces vemos a auditores bolivianos que están trabajando de albañiles en Australia o ingenieros que hacen Uber o sirven en un McDonalds en Estados Unidos”, añade Torrez. En esos casos, de compleja cuantificación, la utilidad del título queda relegada a las esperanzas en alcanzar nivelaciones académicas y luego competir en esos mercados. Mercados que en Bolivia parecen estar aún más cerrados. 

Puertas cerradas

“Cada vez se hace más dificultoso que los jóvenes accedan a una fuente de trabajo, incluso a cuenta propia —subraya Bruno Rojas—. Sea como asalariado o no asalariado igualmente resulta difícil. Dos investigaciones del Cedla establecieron que seis de cada 10 jóvenes, no necesariamente profesionales, en el área urbana trabajaban como asalariados. Entonces cuatro trabajaban en condición de no asalariados. Otro estudio, realizado en La Paz y El Alto, señalaba que seis de cada 10 empresas, de todo tamaño, requerían jóvenes para puestos de menor calificación laboral. Es decir, si el joven es profesional o está en formación universitaria, los puestos que les ofrecían eran como mensajeros, obreros, vendedores, operarios, promotores...”. 

Es más, una de las más conocidas, masivas y, al mismo tiempo, polémicas fuentes de empleo tampoco tiene entre sus prioridades a los jóvenes profesionales. La administración pública, con sus más de 540 mil puestos, prácticamente no emplea profesionales y menos que sean jóvenes. “El Cedla, el año 2015, estableció que, por ejemplo, menos del uno por ciento de los funcionarios públicos de El Alto eran jóvenes profesionales. En el caso de La Paz llegaba a casi el 7 por ciento. En general, el Estado no genera empleos para jóvenes profesionales. Se ha limitado a lanzar programas marginales como el caso de ‘Mi primer empleo’”. 

Tanto Rojas como Torrez también cuestionan el llamado “emprendedurismo” como oferta viable para los recién titulados. Aseguran que, por lo general, se traduce en más empleo precario o subempleo. Asimismo, citan el fenómeno de un creciente repliegue de la oferta joven y la emergencia de fenómenos como los “ninis”, es decir, quienes “ni” estudian “ni” trabajan. El abandono del mercado laboral también se suma combinado con la dependencia de los núcleos familiares.

Adicionalmente consideran que son urgentes cambios estructurales tanto en las políticas laborales del Estado y la empresa privada como en la organización del sistema universitario. 

Universidades desubicadas

“No es posible que tengamos un sistema educativo donde anualmente se gradúen más de 40 mil profesionales mientras que la capacidad de absorción laboral sea de 10 mil — remarca Gonzalo Colque—. Se desatan una ola de problemas que también implica a las universidades que no han hecho evaluaciones de las necesidades y capacidades del mercado laboral. El sistema universitario se ha convertido en un sistema alejado de la realidad nacional. Se invierte una gran cantidad de dinero en la formación de profesionales, pero esa formación no se traduce en fuentes de empleo. No se traduce en profesionales con empleo aportando a la economía del país”.

Tanto Colque como Torrez recuerdan, como añadidura, que la calidad académica de las universidades bolivianas figura entre las más pobres del planeta. De hecho, ninguna universidad boliviana se halla ubicada entre los primeros 130 puestos de Latinoamérica ni entre los 1.200 del mundo en los rankings internacionales. 

“Se estudia como refugio, se busca título, además, por una cuestión socialmente muy delicada de status —dice Torrez—. En Bolivia muchas familias sienten vergüenza de que los hijos no hayan sacado su título, pero luego no saben qué hacer con él”. Colque recuerda otro resorte: “Es algo muy fuerte eso del status. Mucha gente que ha migrado del campo a la ciudad dice que no quieren que sus hijos sean como ellos, quieren que sean profesionales. Y la gente invierte sus ahorros familiares en la formación de profesionales que luego no ejercen”. 

Valga añadir un masivo detalle adicional. Si la cuantificación se amplía a quienes egresan, es decir, no se titulan, y a quienes salen de institutos técnicos, la cifra de jóvenes en busca de empleo ya llegaba en 2019 a 172 mil. Todo, en un país donde más del 70 por ciento de la población laboral activa trabaja en la economía informal. ¿Dónde irán a trabajar?

 

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