Homosexualidad y credos
Un campeón de boxeo proclama que los gay son “peor que animales”. Un iraquí fanático y fundamentalista islámico dice que hay que empalarlos vivos como escarmiento y corrección.
Diga usted lector; ¿esta manera de pensar va con el siglo XXI? Porque hay gente que todavía considera la homosexualidad como una aberrante y perversa deformación del ser humano.
Las religiones, al no poder explicar ciertos hechos de la naturaleza, los señalan como designios divinos, malos y buenos. Para los israelitas, por ejemplo, bendito el hombre que tiene mucha riqueza, maldito quien no posee nada o poco. Hubo grandes civilizaciones del pasado que incorporaron la práctica homosexual al grado de su civilización y desarrollo. Hubo otros pueblos emergentes y bárbaros que no permitieron vivir a los que manifestaban tendencias hacía el propio sexo. Esto se viene repitiendo a lo largo de toda la historia, hasta hoy, por eso no sorprende encontrar intolerancia rabiosa y homofobia fanática.
La censura religiosa católica ha sido cruel en el pasado, considerando la homosexualidad como una aberración de la naturaleza, una condena divina al que es así. Se suponía que era una opción elegida erróneamente y que podía ser rectificada por un drástico tratamiento que incluía choques eléctricos y otros a cuál más crueles y de consecuencias funestas.
El desarrollo de la ciencia permitió reconocer que la homosexualidad no es una perversión, que no puede ni debe ser corregida porque NADIE ELIGE SER HOMOSEXUAL, se llega a serlo por razones biológicas (carga genética) y/o por razones biográficas (la historia personal). La homosexualidad es una realidad pre moral (como nacer con los ojos claros). Se es libre en cuanto el modo de vivir la homosexualidad (celibato), pero No en cuanto a serlo o no. Eso ya es un paso que da la iglesia, reconocer el problema pero para vivir castrado.
La Organización Mundial de la Salud ((1990) sostiene que no se trata de una patología (enfermedad) sino de una VARIANTE de la sexualidad y por lo mismo del comportamiento humano. Tan igual como las variantes de tamaño, color, pelo, etc. Hay menos albinos, pero los hay, o pelirrojos en este hemisferio del mundo y no son considerados una aberración.
El tema de la discusión acerca de la homosexualidad en América Latina, lleva una década o dos, pero su realidad es antigua, tal vez tanto como su censura. Los primeros misioneros condenaban los actos sodomitas en las costumbres de los pueblos que iban conquistando por la espada y la imposición de la fe cristiana. La censura religiosa envió a crueles castigos y a la muerte a los que eran acusados o denunciados. En los años post conciliares, se abre en Europa la discusión sobre el tema. En algunas de las iglesias históricas, llamadas protestantes, se ha aceptado que ministros de culto tengan una pareja homosexual. Pero en otras ha habido reacciones furiosas al respecto y en contra de la posibilidad de legalización de uniones y matrimonios homosexuales.
En el campo católico se experimentan las mismas tensiones. Las iglesias de los países desarrollados esperaban que en el Sínodo sobre la Familia (2015) se diera algún reconocimiento a las parejas homosexuales. Las iglesias del África no quisieron oír hablar del tema. Y el catecismo de la Iglesia, aunque da un avance al considerar a los homosexuales como dignios de todo respeto humano y proclama defender sus derechos elementales, frena esta posibilidad de vivir la propia sexualidad. Ya no considera que la homosexualidad sea una perversión, pero se la trata como “una inclinación objetivamente desordenada”. Los homosexuales tienen que vivir su condición con una resignación religiosa, como los ciegos o los sordos, aceptando su cruz...
Sin embargo, el Papa Francisco da un paso más adelante con la frase que ha dado vueltas al mundo: “quién soy yo para juzgar a los gay”. Una frase liberadora. La Iglesia tiene por delante la obligación de pensar, iluminada por su fe, una realidad humana que habiendo sido cruelmente soterrada por generaciones, ha emergido en nuestra época con una lucha para abrirse un espacio al interior de una cultura que le ha sido contraria, como un reclamo de amor y justicia merece ser conocido y reconocido a fondo y permitírseles abrirnos el corazón, modificar nuestras actitudes y perfeccionar los criterios para este reclamo tan propio y justo.
El Papa Francisco abre la perspectiva al cambio de los estancados criterios en los que todavía nos movemos por falta de información y por continuar pensando como nuestros abuelos.