Por qué la conexión entre el intestino y el cerebro es tan importante para nuestra salud

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Publicado el 26/05/2025 a las 11h36
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El intestino alberga más de 100 millones de células nerviosas y es responsable de producir el 95 por ciento de la serotonina, un neurotransmisor relacionado con el bienestar. Recientemente, nueva evidencia ha resaltado la importancia de la microbiota intestinal —un grupo de billones y billones de bacterias, virus, hongos y otros agentes microscópicos— para la salud del cuerpo y la mente.

Esto demuestra cómo el intestino y cerebro están conectados y se influyen mutuamente: probablemente hayas tenido una corazonada, sentido náuseas antes de una reunión importante o te hayas irritado durante un período de estreñimiento. Pero ¿cómo se establece esta conexión? ¿Es posible mejorarla para una vida más saludable y feliz?

 

El eje intestino-cerebro

Estos dos órganos están conectados de tres maneras diferentes, explica la doctora Saliha Mahmood Ahmed, gastroenteróloga y portavoz de investigación intestinal del Reino Unido. La primera es el nervio vago, una estructura muy importante del sistema nervioso que conecta directamente el cerebro con varios órganos, como el corazón y los intestinos.

En segundo lugar, están las hormonas que comunican al cerebro con el intestino. Estas sustancias, como la grelina y el GLP-1, son producidas por glándulas y envían señales a todo el cuerpo.

Y la tercera es el sistema inmunitario. “Mucha gente piensa que estas células inmunitarias solo viven en la sangre o los ganglios linfáticos, pero en realidad una gran proporción de ellas operan en el intestino y actúan como mediadores entre el cerebro y todo el organismo”, explica Ahmed.

El doctor Pankaj J. Pasricha, experto en gastroenterología de la Clínica Mayo de Estados Unidos, destaca que esta conexión especial se produce porque el cerebro necesita mucha energía para funcionar y el intestino es nuestra propia fuente de energía.

Señala, además, que el cerebro representa solo el 2% de nuestro peso corporal, pero consume el 20% de la energía del cuerpo. La función del intestino es descomponer los alimentos en moléculas simples y absorberlas para proporcionar “combustible” a todo el organismo.

Pero esta es una relación bidireccional. Es decir, el cerebro influye en el intestino, pero el intestino también influye en el cerebro. Veamos algunos ejemplos de nuestra vida diaria.

Cuando nos enfrentamos a una situación peligrosa o amenazante, o incluso a un evento muy importante como una entrevista de trabajo, una de las primeras respuestas fisiológicas ocurre en los intestinos. Podemos sentir náuseas, calambres estomacales o hasta diarrea.

También nos pasa que cuando estamos enamorados sentimos mariposas en el estómago, o una sensación relacionada con la emoción de estar cerca de alguien que nos gusta mucho.

Y si, por el contrario, estamos estreñidos y no vamos al baño durante varios días, esto nos puede causar irritación y estrés.

 

Un mundo dentro de tu vientre

Nuestro intestino alberga entre 10 y 100 billones de células microbianas provenientes de bacterias, virus, hongos, protozoos y otros agentes microscópicos. Esta cifra supera la cantidad de células humanas que posee una persona.

Los especialistas explican que esta abundante comunidad mantiene una relación simbiótica con nosotros, dado que obtienen nutrientes de los alimentos que ingerimos y nos ayudan a digerir, pero también a descomponer algunos ingredientes que no podemos procesar por nosotros mismos.

En las últimas dos décadas, el conocimiento sobre la microbiota y su influencia en nuestra salud ha aumentado considerablemente.

Ahmed explica que las nuevas herramientas y pruebas desarrolladas por científicos han ayudado a medir los microorganismos que habitan el intestino y a comprender cómo influyen en el desarrollo de ciertas enfermedades.

“Los cambios en el equilibrio de la microbiota, lo que llamamos disbiosis, se han asociado actualmente con casi todas las enfermedades conocidas por los seres humanos”, añade el Pasricha, quien en 2011 dirigió un estudio pionero con ratas que demostró que la irritación gástrica en los primeros días de vida “puede inducir un aumento duradero de la depresión y comportamientos similares a la ansiedad”.

Otras investigaciones demostraron que la disbiosis (o una microbiota intestinal desequilibrada) se asocia con la obesidad, las enfermedades cardiovasculares e incluso el cáncer.

Sin embargo, Pasricha señala que no disponemos de suficiente evidencia para establecer una relación causal clara, ni para determinar si los problemas en la microbiota intestinal son el origen de varias enfermedades.

“Existe evidencia, tanto en estudios con animales como en algunas investigaciones con humanos, de que pueden surgir problemas que comienzan en el intestino y que pueden causar ansiedad o depresión. Pero ¿se deben estas enfermedades al intestino? Aún no lo sabemos”, afirma.

 

Una buena microbiota

Dados los recientes descubrimientos sobre la microbiota y la conexión entre el intestino y el cerebro, ¿es posible lograr un equilibrio perfecto entre los agentes microscópicos que habitan en nuestro intestino? Ahmed explica que es difícil, ya que cada persona tiene una composición diferente de bacterias, virus y otros agentes.

“El microbioma de cada persona es muy diferente. No es como si estuviéramos en el mismo punto de partida que cualquier otro ser humano”, agrega.

Sin embargo, los expertos afirman que existen algunas intervenciones generales que se consideran beneficiosas para la salud intestinal. Llevar una dieta variada y equilibrada, por ejemplo, es un buen comienzo.

También se deben fomentar los probióticos (o alimentos que contienen ciertos tipos de bacterias beneficiosas para el sistema digestivo, como los yogures naturales, el kéfir y la kombucha) y los prebióticos (es decir, ingredientes ricos en fibra que nutren la microbiota, como las frutas y las verduras).

“Diría que la diversidad en la dieta es muy importante, especialmente en la cantidad de alimentos de origen vegetal que se consumen”, dice Ahmed. La gastroenteróloga recomienda considerar la cantidad de fruta, verdura, cereales integrales, legumbres, frutos secos, semillas y especias que se incluyen en cada comida. “No soy vegetariana, pero creo en la necesidad de mejorar la inclusión de plantas en nuestra dieta”, añade.

Ahmed cita estudios que demuestran un microbioma saludable en personas que consumen un promedio de 30 plantas diferentes a la semana. Pero ¿puede un cambio de dieta influir en las emociones e incluso ayudar a combatir enfermedades como la depresión?

Un ensayo realizado en la Universidad de Oxford, Reino Unido, intentó responder a esta pregunta. Los expertos reunieron a 71 voluntarios con depresión y los dividieron en dos grupos. El primero recibió probióticos durante 4 semanas, mientras que el segundo tomó un placebo.

El ensayo fue aleatorio, ni los científicos ni los participantes sabían quién consumía qué.

Durante el experimento, los expertos realizaron varias pruebas para medir factores como el estado de ánimo, la ansiedad, el sueño y el cortisol salival (una sustancia relacionada con el estrés).

La profesora Rita Baião, psicóloga clínica y líder del estudio, explica que las personas con depresión tienden a prestar más atención a los sentimientos y a las expresiones faciales negativas que a los estímulos neutros o positivos.

“Queríamos comprender si el uso de probióticos podía interferir con el procesamiento de la información emocional en el cerebro”, afirma Baião, quien actualmente es profesora adjunta en la Facultad de Ciencias Sociales del Instituto Universitario de Lisboa en Portugal.

“En el grupo que tomó probióticos, observamos una menor tendencia a detectar estímulos negativos en relación con el procesamiento de la expresión facial y otra información emocional”.

Baião cree que los probióticos pueden ayudar a aliviar algunos síntomas depresivos, pero dice que se necesita más investigación.

“Aún necesitamos datos más sólidos, pero hay indicios de que los probióticos pueden tener un efecto positivo con un buen nivel de tolerancia y menos efectos secundarios”, concluye.

Pasricha, por su parte, afirma que puede tomar décadas modificar la composición de un microbioma para lograr algún cambio.

“Y sabemos que es muy difícil mantener ciertos comportamientos para la mayoría de las personas. De lo contrario, no tendríamos una epidemia de obesidad”. “Pero estamos reuniendo piezas esenciales para completar este rompecabezas”, concluye el experto.

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