El lado oscuro de Cochabamba: drogas, jóvenes y amaneceres descontrolados

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Publicado el 16/06/2025 a las 14h45
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En algunos lugares de Cochabamba existen amaneceres que están fuera de control. En los barrios residenciales, adolescentes con mochilas de marca se dirigen al colegio o la universidad, mientras en las esquinas del centro urbano algunos apuran el último trago de alcohol o inhalan solventes para aplacar el frío de la noche. El consumo de drogas, legal e ilegal, se ha entretejido silenciosamente en la vida cotidiana de la ciudad y su área metropolitana, conectándose con otras problemáticas sociales que azotan la región. La violencia intrafamiliar, los embarazos adolescentes no deseados y el trabajo infantil urbano son rostros de un mismo problema social donde la presencia de sustancias psicoactivas actúa como causa y consecuencia.

Cochabamba no es ajena a un fenómeno mundial: la temprana edad de inicio en el uso de drogas y alcohol. En Bolivia, la edad promedio del primer consumo de marihuana se sitúa en los diecinueve años, a menudo en la transición de la adolescencia a la vida universitaria. Muchos jóvenes cochabambinos prueban el alcohol incluso antes, normalizado en fiestas familiares y celebraciones culturales. Un diagnóstico municipal reciente reveló que un 30 por ciento de los adolescentes encuestados había consumido alcohol al menos una vez. Más preocupante aún, el 5 por ciento confesó haber probado marihuana y el 2 por ciento inhalantes (clefa), generalmente por primera vez entre los catorce y diecisiete años. Son porcentajes menores en comparación con las drogas lícitas, pero significativos: detrás de cada cifra hay historias de chicos y chicas que experimentan, por curiosidad o presión social, sin medir las consecuencias. 

Estos datos deben leerse con cuidado. La problemática del consumo de sustancias en Cochabamba se manifiesta de forma distinta en dos grupos poblacionales clave: por un lado, los adolescentes y jóvenes universitarios que aún están en formación; por otro, los adultos fuera de edad escolar, que abarcan desde muchachos que abandonaron sus estudios hasta padres y madres de familia inmersos en entornos laborales precarios. Cada grupo enfrenta realidades diferentes, pero ambos sufren los estragos de la adicción y comparten un entorno social que, en muchos casos, no ofrece alternativas saludables de desarrollo.

 

El nudo de la problemática: jóvenes vulnerables y adultos olvidados

En la juventud cochabambina, el consumo de drogas suele ir de la mano con otras conductas de riesgo. Diversos estudios señalan que factores como la búsqueda de sensaciones, la impulsividad y la conducta antisocial pueden propiciar el inicio en las sustancias ilícitas. No sorprende, entonces, que los adolescentes involucrados en actos de violencia o rebeldía sean también más propensos a consumir droga de forma frecuente. La drogadicción en adolescentes rara vez ocurre en aislamiento: se entrelaza con contextos de maltrato, entornos familiares disfuncionales o ausencia de oportunidades educativas y recreativas.

Cochabamba presenta particularidades que agravan la situación. Según datos del Consejo Nacional de Lucha contra el Tráfico de Drogas, esta región tiene una de las prevalencias más altas de consumo de cannabis del país (casi el 6 por ciento de la población en cierto estudio), sólo por detrás de La Paz. Además, exhibe uno de los índices más elevados de uso de inhalantes (pegamento, thinners y otras sustancias) entre las ciudades bolivianas. Estas cifras, derivadas de encuestas de años pasados, indican que Cochabamba se ha convertido en terreno fértil para ciertas drogas, particularmente aquellas al alcance de bolsillos jóvenes y entornos callejeros.

La realidad de las calles cochalas lo refleja: no es difícil encontrar a chicos de secundaria o a jóvenes trabajadores inhalando clefa bajo puentes o en lotes baldíos. Muchos provienen de hogares rotos o, empujados por la pobreza, han abandonado el aula para vender dulces, lustrar botas o pedir dinero en los semáforos. La calle se convierte en su escuela y también en la puerta de entrada a las drogas, que utilizan para mitigar el hambre, el frío o la soledad.

La normalización cultural del consumo empeora las cosas. “Hoy en día el tema del consumo de drogas y alcohol se ha vuelto muy normal en nuestra población, está casi asumido culturalmente”, advierte Mabel Vargas, directora del Centro de Apoyo Integral a la Familia (CAIF). Sus palabras ponen el dedo en la llaga: durante años se minimizó el problema bajo la creencia de que Bolivia era sólo un país productor y de tránsito de droga con bajos índices de consumo interno. De hecho, organismos internacionales señalaban que la prevalencia del uso de drogas ilícitas en la población boliviana no superaba el uno por ciento, por debajo de los países vecinos. Sin embargo, esa estadística nacional –discutible y posiblemente desactualizada– contrasta con lo que se vive en las comunidades. Las familias cochabambinas han comenzado a sentir el impacto: un hijo que abandona la universidad por la adicción, una adolescente que queda embarazada en medio de fiestas regadas de alcohol, o un padre de familia que pierde el empleo por su dependencia a la cocaína.

La violencia es otro hilo que se entreteje en esta problemática. En muchos hogares, el consumo excesivo actúa como gatillo de agresiones. “El alcohol es un enemigo silencioso que sorbo a sorbo se apodera de tu mente... Cuando es consumido en exceso crea problemas físicos, psicológicos y sociales; produce una onda expansiva que destruye familias” advierte Tatiana Herrera, directora de Género y Generacional del municipio. Los Servicios Legales Integrales Municipales (SLIM) de Cochabamba confirman que el abuso de alcohol –y podemos extender la reflexión a otras drogas– está detrás de numerosos casos de violencia intrafamiliar. La evidencia muestra que el consumo desmedido de sustancias no sólo destruye al individuo; también genera un efecto dominó de conflictos y deterioro en su entorno cercano.

Por su parte, los adultos fuera del sistema escolar viven sus propias tragedias con las drogas, a menudo menos visibilizadas. En zonas periurbanas de Cochabamba es común hallar a padres de familia que comenzaron consumiendo alcohol los fines de semana y terminaron enganchados a estimulantes más duros, o a madres jóvenes que alternan largas jornadas laborales con el uso de anfetaminas o tranquilizantes para sobrellevar el cansancio y la ansiedad. Muchos de ellos no figuran en las estadísticas oficiales de rehabilitación porque nunca buscaron ayuda formal; cargan su dependencia en silencio, por miedo al estigma o por desconocer las rutas de apoyo.

“La problemática de las drogas se extiende en la adolescencia de Cochabamba y también en familias enteras. Esta situación preocupa y requiere ser atendida por las autoridades de todos los niveles”, advertía la periodista Miriam Peñafiel al reportar sobre el trabajo del CAIF. La situación requiere atención urgente. Prueba de ello es que el CAIF –único centro público de rehabilitación gratuito en Cochabamba– atendió a más de ciento ochenta personas sólo en los primeros cinco meses de este año, y la demanda crece cada gestión. Detrás de esos números hay historias de adultos que, en muchos casos, iniciaron su consumo en la juventud y jamás lograron salir del círculo vicioso, hasta que su cuerpo, su familia o la justicia dijeron basta.

 

Políticas públicas y caminos a seguir

Frente a un problema tan complejo y arraigado, las soluciones deben ser integrales. Expertos y activistas coinciden en que no basta con una respuesta policial o esporádica; se requiere un enfoque de salud pública y educación, donde la prevención y la rehabilitación estén en el centro. Bolivia cuenta desde hace años con estrategias y planes escritos muy bien intencionados –por ejemplo, el Plan Nacional de Reducción de la Demanda de Drogas 2013-2017–, pero la aplicación ha sido limitada. Hasta hace poco no existía una coordinación efectiva entre el Ministerio de Gobierno y el Ministerio de Salud para encarar la prevención, e incluso en 2009 el Ministerio de Salud carecía de un presupuesto específico para programas de tratamiento de adicciones. Esto explica por qué la mayor parte de la carga ha recaído en iniciativas aisladas de ONG y de los gobiernos locales.

En Cochabamba se están dando pasos esperanzadores. El Gobierno Municipal lanzó recientemente la campaña “Eres el líder de tu vida y tu futuro”, enfocada en sensibilizar a adolescentes sobre los factores de riesgo y en promover alternativas de ocio saludable para prevenir el consumo problemático de alcohol y drogas. Esta campaña, coordinada con la cooperación internacional a través del proyecto Cambiando de lente (Progettomondo), lleva talleres, ferias informativas y actividades recreativas a unidades educativas y barrios, informando a los jóvenes de forma creativa. Del diagnóstico que dio origen a la iniciativa surgieron datos reveladores: la calle es el principal espacio donde los adolescentes consiguen drogas y un cinco por ciento de los encuestados admitió haberse peleado bajo los efectos del alcohol o sustancias. Visibilizar estas realidades ha sido clave para diseñar mensajes preventivos más certeros.

Otra línea de acción es la apertura de espacios de atención integral. El caso del Centro de Apoyo Integral a la Familia (CAIF) es emblemático. Inaugurado en 2019 con apoyo de la cooperación italiana, el CAIF ofrece terapia gratuita y confidencial a jóvenes y adultos con problemas de adicción o violencia. “La idea es que este centro ayude no sólo a prevenir, sino también a curar”, señala Fernando Meneses, de la Defensoría de la Niñez, enfatizando el doble enfoque del programa. Cada año, cientos de cochabambinos acuden a sus consultorios buscando una segunda oportunidad lejos de las drogas. Siguiendo ese modelo, la Alcaldía ha abierto también el Gabinete de Atención Integral al Estudiante (GAIE) en la zona sur, un espacio seguro donde adolescentes reciben consejería psicológica y orientación en salud sexual y reproductiva. Aunque el GAIE nace principalmente para frenar los embarazos tempranos, cumple una función preventiva complementaria: mantener a los chicos informados, acompañados y alejados de los peligros de la calle, entre ellos las drogas.

Los especialistas sugieren además adoptar estrategias de mercadeo social para llegar de forma más efectiva a la juventud universitaria. En las universidades privadas de Cochabamba, por ejemplo, se han propuesto campañas creativas que involucren a los propios estudiantes como voceros de mensajes antidroga, utilizando redes sociales, aplicaciones móviles y eventos culturales para desmontar mitos sobre el “consumo recreativo” y evidenciar sus riesgos. Se trata de hablar el idioma de los jóvenes, aprovechando su dominio tecnológico y sus vínculos de amistad para generar una corriente a favor de la vida sana. Esta sensibilización de “tú a tú” puede rendir frutos donde los sermones tradicionales no logran calar.

Un aspecto crucial es la revisión del marco legal y la política nacional de drogas. La Ley 1008, vigente desde 1988, no distingue entre un consumidor ocasional y un narcotraficante: todo consumo de sustancias controladas se considera per se problemático, y cualquier tenencia puede derivar en internación forzosa o incluso en cárcel. Bajo esta normativa, muchos jóvenes con dosis mínimas han terminado en la cárcel de San Sebastián con la etiqueta de “delincuentes” pero sin ningún abordaje de salud. Por ello, especialistas y colectivos ciudadanos abogan por actualizar estas leyes bajo un enfoque de derechos humanos, descriminalizando al consumidor de drogas ilícitas y estableciendo mecanismos para derivarlo a rehabilitación voluntaria. La consigna es clara: la adicción es un tema de salud, no de cárcel. Romper el miedo al “qué dirán” –y al castigo legal– permitiría que más personas busquen ayuda antes de tocar fondo.

Finalmente, cualquier política pública debe ir de la mano de la familia y la comunidad. La prevención más efectiva comienza en casa: con diálogo, afecto y límites claros. “La ausencia de un entorno familiar cálido, donde la agresividad se ha naturalizado, es uno de los principales causantes de la inclinación al consumo”, afirma Jenny Rivero, secretaria de Desarrollo Humano del municipio. Recuperar ese calor de hogar, reforzar valores y brindar ejemplos de vida saludables es una tarea de todos. En los barrios urge reconstruir el tejido comunitario, ofreciendo espacios de desarrollo (culturales, deportivos y educativos) para que la juventud encuentre su identidad y felicidad en el arte, el deporte o el estudio y no en la próxima dosis.

Cochabamba, la Llajta, enfrenta el desafío de evitar que su juventud se pierda en el laberinto de las drogas. La batalla es compleja, pero hay luz: se vislumbran políticas locales más humanas y una ciudadanía más consciente. Como en ese amanecer valluno, tras la penumbra de la noche, la sociedad busca un nuevo día donde sus hijos crezcan sanos, libres de violencia, con un futuro por el que valga la pena luchar.

 

 

Fuentes consultadas: Diagnóstico sobre consumo de sustancias psicoactivas en adolescentes, Gobierno Autónomo Municipal de Cochabamba (2023); Plan Nacional de Reducción de la Demanda de Drogas 2013-2017 (Ministerio de Gobierno y Ministerio de Salud); informe “Consumo y consumidores de droga en Bolivia” (Gloria Achá, Revista Ciencia y Cultura, UCB, 2015); artículo “Consumo de drogas: centro ayuda a prevenir, pero también a curar” (Miriam Peñafiel, Los Tiempos, 12/11/2023); diagnóstico “Factores de Riesgo y Protección en Adolescentes”, Proyecto Cambiando de lente – Progettomondo (2024); estrategia de marketing social en universidades privadas de Cochabamba (Karen Calvo Canedo et al., UNIFRANZ); estudio “Influencia de la conducta antisocial en el consumo de drogas ilegales” (M. J. Muñoz Rivas et al., Adicciones, vol. 14, 2002); testimonios y datos proporcionados por CAIF, GAIE, SLIM y la Defensoría de la Niñez.

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