Miguel Díaz-Canel abre un nuevo capítulo en la historia de Cuba
John Paul Rathbone
Tras la caída de la Unión Soviética, Miguel Díaz-Canel se desplazaba en bicicleta por las calles de su ciudad natal de Santa Clara, lo que lo ayudó a pulir su imagen popular como líder del partido provincial, pero también le dio la capacidad para aparecerse sigilosamente en los centros de trabajo para verificar que nadie estuviera robando los escasos bienes.
Treinta años después, esta semana, Díaz-Canel fue escogido como el relevo de Raúl Castro para la presidencia de Cuba en una sucesión cuidadosamente manejada del Gobierno de los hermanos Castro.
Sin carisma ni credenciales revolucionarias, el apparátchik de 58 años necesita de nuevo la buena voluntad popular y el sigilo para hacer frente a los retos que enfrenta la isla socialista.
De forma similar a cuando la URSS puso fin a las generosas subvenciones, la economía cubana de estilo soviético está en serias dificultades. La retórica y las acciones estadounidenses aumentan, los aliados tradicionales como Venezuela están en crisis y el gobernante partido comunista de Cuba enfrenta un futuro incierto.
Díaz-Canel, de cabello plateado y hombros anchos, nació en el seno de una familia obrera en Santa Clara, en el centro de Cuba. Su gusto por la música rock, la promoción de los derechos de las personas LGBT y el uso de un iPad aparentemente lo muestran como un modernizador.
Su juventud y el hecho de que a menudo en funciones públicas se hace acompañar por su segunda esposa, Lis Cuesta, también contrasta con la gerontocrática “generación histórica” que encabezó la revolución de 1959 y que ha gobernado el país desde entonces. Ése es un cambio crucial para los cubanos más jóvenes, quienes ya no responden a las cansinas historias de héroes revolucionarios y pomposas exhortaciones al sacrificio.
Pero Díaz-Canel no es liberal. A menudo de semblante serio y con una reputación de eficiencia gerencial, se abrió paso en el Partido Comunista diciendo y haciendo todo lo correcto hasta que se convirtió en vicepresidente en 2012. Encabezó la delegación cubana a los Juegos Olímpicos de Londres ese año y se reunió con Kim Jong Un en Corea del Norte en 2015, pero su perfil público es tan bajo que hasta hace poco muy pocos cubanos lo conocían.
De cierta forma, su relativa oscuridad es la razón de su designación. El primer nombramiento de un civil al cargo de presidente representa la continuación de la transición cubana del Gobierno caudillista de Fidel Castro, a la institucionalización cautelosa de la revolución bajo Raúl Castro, y de la cerrada economía de estado a una apertura gradual.
“Díaz-Canel ha sido preparado como un candidato interno, algo así como el futuro director ejecutivo de una gran compañía”, dijo Arturo López-Levy, un exanalista de inteligencia del Gobierno cubano, actualmente profesor de la Universidad de Texas.
Los aliados de Díaz-Canel dentro de la burocracia del partido (como Roberto Tomás Morales Ojeda, nombrado la semana pasada como vicepresidente del poderoso Consejo de Estado) serán cruciales conforme intenta imponer su autoridad sobre el impasible aparato institucional cubano.
Esto se cumple especialmente porque Castro, de 86 años, seguirá siendo primer secretario del Partido Comunista hasta 2021 y quizás comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, las cuales controlan la mayor parte de la industria turística cubana.
Los cambios necesarios en Cuba incluyen acelerar las reformas económicas, poner fin al sistema de doble moneda del país, fomentar la inversión extranjera, permitir que las empresas extranjeras contraten a sus propios trabajadores, permitir los mercados mayoristas y ampliar la restringida lista de actividades y negocios por cuenta propia.
El partido comunista teme que esto pueda debilitar su control, lo cual obstaculiza la probabilidad de semejantes reformas. Asimismo, el deterioro de las relaciones con Estados Unidos bajo el mandato del presidente Donald Trump podría detener las reformas.
“La élite del partido estará observando con atención para ver si Díaz-Canel puede movilizar a los cubanos alrededor de la bandera”, dijo López-Levy.
Si esto suena similar a la historia de Cuba en los últimos 60 años, no es casualidad: la continuidad, no el cambio, es fundamental para la ascensión cuidadosamente planeada de Díaz-Canel.