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ay del ciudadano que cuestione, ay del ciudadano que interpele, ay del ciudadano que exija una institucionalidad seria, responsable, eficiente y transparente
Remitiéndonos a la investigación de Charles W. Arnade, recordemos que en el siglo XIX inauguramos nuestro Estado nacional a partir de las maquinaciones de los “dos caras” que, más por conveniencia y ambición particular, concibieron a Bolivia como un Estado independiente. En lo posterior, no es novedad que elites ociosas, acomplejadas y acostumbradas al consumo suntuario a costa del pongueaje, reinaron en medio de las turbulencias de los Gobiernos de cuartel.
Las reformas que derivaron de la Revolución de 1952, no evitaron que, aunque sin éxito, se buscara ejercer una hegemonía partidaria al más puro estilo del PRI mexicano, rompiéndose este proceso por la incursión de nefastas dictaduras corregidas y aumentadas por la “Doctrina de Seguridad Nacional”.
El retorno a la democracia, respecto al manejo de la gestión pública, no incluyó cambios trascendentales, más aún pensando en que moros y cristianos cruzaron ríos de sangre para participar del festín de pegas, favores y beneficios que trae, para algunos, la administración pública en Bolivia.
Hoy, a 10 años del llamado “proceso de cambio”, cabe inquirir si algo se ha transformado. Porque más allá de los simbolismos y retórica vacía, en cuanto a la administración pública, como Sísifo y su martirio, arrastramos las repetidas taras que aparentan estar tatuadas en la cultura política boliviana. Es decir, no ha mutado la improvisación, la pésima planificación, la tendencia al caudillismo, las actitudes con tufillo autoritario, la corrupción, la mediocridad, el clientelismo y, por si fuera poco, la percepción conservadora y retrógrada de la realidad.
La pregunta es cómo los ciudadanos en Bolivia continuamos soportando décadas de deficiente administración pública. ¿Tendrá que ver con que fuimos criados en el meollo de esa podredumbre y por eso la hemos asimilado como normal? ¿Será que una mayoría adolecemos de atributos que conllevan a las taras antes descritas? ¿No tenemos pálida idea de lo que involucra el bien común y, por tanto, no asimilamos que lo que se rifa son nuestros bienes y recursos compartidos?
Lo cierto es que parecemos tan sumisos, acríticos y conformistas que dejamos cortos a los personajes de “Los supermachos” (por aguantadores) del caricaturista mexicano, Rius. Un síntoma de ello es que solemos tragar fácilmente los actos demagógicos con que nos “premian” las “autoridades” a diestra y siniestra. ¿Se entrega una miserable canchita? ¿Se construyen baños para un colegio (¡plop!)? No faltan cientos de personas dispuestas a chupar las medias al jerarca de turno, lleno de guirnaldas. ¿Se hace un distribuidor vehicular mal planeado, sin ficha ambiental, sin transparencia en la adjudicación de la obra? Se arma un escándalo mediático, se reúne a masas de seguidores ovejunos que aclaman a la “autoridad” y ¡hasta se llega al extremo de que se peleen los bandos partidarios por entregar el bodrio!
De esa forma, podemos comprender la recurrencia de proyectos no sólo de dudosa utilidad, sino que envuelven una abierta violación a los derechos colectivos a mediano y largo plazo. ¿Qué otra cosa son, por dar unos ejemplos, las plantas hidroeléctricas de Santa Rosita y El Bala? ¿Qué implican los proyectos urbanísticos que, poco a poco, desertifican a esta pobre tierra? ¿Qué significancia tienen los grises mamotretos de cemento y calamina que, cual hongos, van proliferando por el territorio nacional?
Y ay del ciudadano que cuestione, ay del ciudadano que interpele, ay del ciudadano que exija una institucionalidad seria, responsable, eficiente y transparente, porque no faltará la bandada de llunk´us que lo tilde de “traidor”, de “apátrida”, de “extremista”, de “intransigente”, como si se profanara el altar de alguna secta religiosa.
La autora es socióloga e “intransigente”.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA