Ser “clase a medias” en nuestros tiempos
Evo suele bromear evocando a la “clase media”, en sus discursos, como “clase a medias”. Aunque no hay una relación clara entre aquella ironía del Presidente y la situación política específica, rara vez olvida reiterarla en toda cumbre o encuentro político de los movimientos sociales, nacionales y extranjeros, afines al proceso de cambio, sin duda, detalle que no ha pasado inadvertido para quienes acostumbran oír los discursos de Morales.
Por supuesto, ningún politólogo con pretensiones cientificistas admitiría una expresión tan imprecisa en el léxico conceptual de la disciplina. En efecto, la expresión “clase a medias” dice todo y nada al mismo tiempo. ¿Qué significa pertenecer a una “clase a medias”? Evidentemente, la pregunta admite varias respuestas heterogéneas, e incluso contradictorias entre sí, según cómo definamos a las clases sociales. Tal vez, o al menos, cabe inferirlo, la broma constituye parte de la herencia ideológica que los cocaleros del trópico cochabambino han adquirido del sindicalismo minero, luego de la relocalización de 1985.
Para Marx, la relación del sujeto con la propiedad de los medios de producción determina su clase social. Un proletario es proletario, es decir, “partícula” de la “clase obrera”, porque la propiedad de los medios de producción no es suya, ni siquiera en el caso del modo de producción, su propia fuerza de trabajo. De hecho, mientras la subsistencia de la clase obrera implica vender su trabajo al capital —no posee otra cosa—, la burguesía, como propietaria de los medios productivos, incluido, por supuesto el trabajo obrero, se apropia del valor adicional que éste genera durante su consumo en la producción, siendo la creación de valor, es decir, la “plusvalía”, una cualidad distintiva y única de la mercancía trabajo.
No obstante, la configuración empírica de la clase media contradice la estructura hipotética que cabría observar, aplicando tipologías basadas en la propiedad de los medios. A diferencia del proletariado común, la burocracia técnica y administrativa de la industria participa en cierta medida sobre la propiedad de los medios: el conocimiento técnico, por ejemplo, es suyo, cuestión que los títulos de grado académico precisamente acreditan, ahí el porqué de su emisión; aún así, sus ingresos dependen del empleo que oferta la burguesía, aunque cada vez menos en las denominadas “sociedades del conocimiento”.
Además, y más importante, la posición del sujeto en la estructura de la producción no garantiza la transición de la “clase en sí”, a la “clase para sí”, es decir, de la asimilación en su conciencia de los intereses que le corresponden, y por los que debe luchar, según su relación con los medios de producción: la dictadura del proletariado en el caso de la clase obrera, por ejemplo.
Viendo el ingreso, o sea, la canasta familiar, aparecen revueltos en el mismo estrato: burgueses innovadores acogotados por la banca, campesinos autosuficientes, consultores, ingenieros, etc. Soy de clase media, mi vecino también, pero mi vecino es chofer de micro y dirigente de su federación a nivel Cercado ¿Ambos seríamos de la “clase a medias”, pero, al margen del ingreso, ¿qué otro atributo o interés tendríamos en común?
Candidatear a casi todos los cargos públicos sigue siendo un privilegio de los que pueden pagar por ello o comandan algún sindicato relativamente fuerte. Las opciones de cualquier sector de la “clase a medias”, por ejemplo los científicos, muy a pesar del proceso de cambio, se reducen a dos, como siempre: 1. Colarse al enjambre de intelectuales de algún magnate con antojos mesiánicos como adulador eficiente a cambio de “incentivos selectivos” 2. Adular a los jefes del MAS, sin escatimar medios, o dicho vulgarmente, bajándose los pantalones y, en última instancia, los calzoncillos, a cambio de alguna prebenda.
El autor es economista.
Columnas de JUAN JOSÉ ANAYA GIORGIS