De la espuma del consumo a los ríos de la productividad
El tiempo y el metalenguaje de la política generalmente se concentra en la descripción de las fotografías de la historia económica corta. En 2017, la economía crecerá en cerca de 4,7% y será el mejor indicador de América Latina. O en el periodo 2006 y 2016, el crecimiento promedio fue de 4,9%. Click la foto está lista para el Photoshop de la propaganda y a las redes sociales. Entender la economía como una sucesión de selfis, como dijo Fernando Braudel, “es concentrarse en la espuma de la historia”, es decir, la sucesión de hechos más visibles pero menos significativos. Cuando se sobreenfatiza, en el análisis económico, el crecimiento del PIB y no se habla del desarrollo integral de la sociedad estamos viendo la superficie y no los profundos ríos que circulan en la estructura económica, social y cultural. No estamos viendo la película de desarrollo.
Para zambullirnos en las aguas de la estructura del desarrollo nacional utilizaremos dos referencias, analizaremos: a) los avances en transformaciones estructurales vinculadas al aumento de la productividad (capital o mano de obra); y b) los cambios se han producido en los fundamentos del desarrollo, a saber: acumulación de capital humano o calidad de las instituciones que impulsan el desarrollo integral y lo hacen sostenible medioambientalmente. Nos focalizaremos en el primero, viendo el tema de educación.
Cuando se evalúa el profundo río de las reformas estructurales, uno de los indicadores más importantes, no el único, es la productividad de todos los factores de producción capital, tierra y trabajo pero sobre todo de este último. Rodrik, Macmillan y Verduzco, en un reciente libro han mostrado –comparando varios indicadores de productividad y optando por una perspectiva de largo plazo– que existen dos modelos de reformas estructurales. Por una parte, existiría un cambio estructural reductor del crecimiento que sería en caso de América Latina y por otro, tendríamos un cambio estructural inductor del crecimiento económico, que sería el ejemplo de Asia. En este último, la calidad de la educación es fundamental y en el primero, invertir en educación tiene un retorno cercano a cero.
Bolivia está en el primer grupo y haré una explicación preliminar del porqué de esto. Desde una perspectiva de largo plazo, la economía boliviana ha mantenido un modelo primario exportador independiente del tipo de gobierno, nacionalista o neoliberal, y por lo tanto tiene una estructura económica poco diversificada, los niveles de pobreza son aún altos, no obstante lo avanzado, para los parámetros latinoamericanos. Entre 1961 y 2016, el crecimiento promedio ha sido 3,16%, en cuanto la población crecía al 2%. Los niveles de pobreza han bajado al 17,8%. Gran parte de la explicación para este crecimiento y mejores niveles de desarrollo está en los booms de precios de las materias primas que produce una hinchazón del sector servicios y comercio. En el pasado, los auges externos duraban entre 4 y 6 años. La bonanza desde el 2006 al 2014, nueve años, fue la más larga y la que más recursos extras generó, en torno de 60 mil millones de dólares. Sin embargo, los booms económicos no son acompañados por aumentos en la productividad promedio. Según datos obtenidos del Griningen Growth and Development Centre, entre 1961 y 1993, la productividad total de los factores de producción (PTF) habría crecido al mismo nivel de aumento del producto per cápita boliviano. A partir del 1994, se abre una brecha, la PTF creció levemente (en promedio 0,13%) y se estancó durante más de 20 años, en cuanto el PIB per cápita subió significativamente, 2,34% al año.
Dentro de este agregado, también es conocido que la productividad laboral es muy baja también. Según la economista Beatriz Muriel, sería un tercio de los países desarrollado y la mitad del promedio regional. Quiere decir, que si en los países desarrollado hacen una silla en un día, en Bolivia, un trabajador promedio se tarda tres jornadas.
De una manera más general, durante el auge del modelo primario exportador se crea un círculo vicio que le serrucha el piso al desarrollo económico en el largo plazo. Con la entrada de dinero a los sectores intensivos en capital, como ser hidrocarburos, electricidad, agua, comunicaciones, transporte, se elevan sus niveles de productividad laboral parcialmente, pero sólo representa el 20% del empleo, entre tanto servicios como construcción, comercio, restaurantes o sectores como la manufactura y la agricultura –que emplean al 80% de la gente, la mayoría en actividades informales– registran niveles muy bajos de productividad laboral y contribuyen con el 50% en la creación del PIB. En esta situación, el crecimiento económico de largo plazo se explica por el efecto precio/ingresos, y no por saltos en productividad, que sería lo deseable, para que se genere desarrollo sostenible. Además, al concentrarse el grueso del empleo en el sector servicios y comercio de muy baja productividad, esto manda una señal negativa al mercado de trabajo y desvaloriza uno de los fundamentos del desarrollo: el capital humano. Este tiende a empeorar en calidad porque en el mercado laboral de los sectores no transables (mercado interno e informalidad) no se exige educación. Lykke Anderson muestra que los ingresos ganados por hora han bajado dramáticamente en 15 años. En 1999, una año adicional de educación implicaba un 11% de mayores ingresos por hora, en el 2014, esto bajó al 4,3% para un trabajador promedio. En suma, tener 12 años de escolaridad no rinde mayores ingresos, excepto honrosas excepciones como la de los bachilleres que nos gobiernan.
Así la película del desarrollo nos cuenta que cambios estructurales que consolidan niveles bajos de productividad y que deterioran uno de los fundamentos del desarrollo como es el capital humano confirman la hipótesis de que las transformaciones, vinculadas al boom de materias primas, son reductoras de crecimiento y desarrollo integral.
El autor es economista.
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.