De engaños y cosas mucho peores
La semana ha pasado con un escandalete sancochado. Me refiero a la impostura académica de Su Excelencia, el señor Vicepresidente; ahora más claro que nunca está que él no sólo no había terminado sus estudios, sino que casi no había llegado a cumplir la mitad de la currícula. Quien escribe estas líneas es también alguien que jamás se pudo acomodar a los requerimientos académicos. No logré cursar la carrera que me había propuesto, aunque nunca dejé de interesarme por ese campo del conocimiento.
Eso sí, nunca pretendí ser lo que no era y mucho menos me hice pasar por historiador, aunque creo que hubiera podido enseñar algunas materias con bastante solvencia. Lo cierto es que uno escoge su destino y asume sus decisiones y las limitaciones que estas implican, a menos que uno sea un gran mentiroso.
La impostura en la Bolivia actual es moneda corriente y es por eso que tal vez este tema pase la semana próxima al olvido.
Y sin embargo esta columna no la quiero dedicar a este asunto, sino a uno con el que me siento comprometido hasta el tuétano. Tiene algo que ver con lo arriba mencionado, pero va mucho más allá. Vivimos en una sociedad que no sólo es indiferente a ciertos engaños, sino también a injusticias enormes; me refiero al caso de Jehry Fernández, el médico que trabajaba en el orfanato donde pasó buena parte de su triste vida el niño Alexander y que no sólo ha sido incriminado, sino que ha sido condenado por una espantosa acción, que no ha sucedido.
Si usted sigue mi columna, de seguro que pensará que estoy desvariando o que estoy sin tema, porque hace sólo dos semanas he salido con la misma historia, y en realidad no hay nada nuevo al respecto. Bueno, de eso se trata, de la angustia que me causa el hecho de que una persona sea acusada de una manera tan “chambona”, y que haya pasado por lo que pasó el galeno en cuestión, y que no haya ni señas de que se esté yendo a una rectificación.
Me pregunto: ¿qué hace la oficina de derechos humanos respecto a este tema? ¿No debería ser este casi un tema primordial? ¿No podría doña Amparo Carvajal siquiera llamar la atención al respecto? Pienso en el Defensor del Pueblo, que aunque este tema posiblemente exceda sus obligaciones, podría hacer un llamado de atención. Pero pienso ante todo en quienes en general tienen una voz pública, comentadores, colegas columnistas, editorialistas y también actores políticos.
Mirar con indiferencia una injusticia del calibre que ha sido inferida al señor Fernández es algo que simplemente no es aceptable entre la gente de bien.
La naturaleza tiene sus estrategias maravillosas, los bebés inspiran una ternura tal, que conmueven a todos los corazones, aun a los más feroces; eso hace que las criaturas puedan sobrevivir, el ser humano se siente conmovido no sólo ante sus propios hijos, sino ante cualquier recién nacido.
Es por eso que la idea de que una persona pudiera vejar sexualmente a una criatura de un año de edad es algo absolutamente repulsivo. Es precisamente por eso que la acusación de semejante extremo debe ser hecha con la mayor seguridad y con las más prístinas pruebas, porque acusar de una monstruosidad de ese calibre a una persona inocente convierte en monstruos a quienes lo hacen y a quienes lo toleran.
Reitero mi intención de no dejar pasar este asunto en mi columna a riesgo de tornarme reiterativo y eventualmente aburrido, pero creo que es algo que atañe no sólo a la víctima, sino a toda la sociedad.
El autor es operador de turismo.
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ