Los años 60 en Bolivia
En la actualidad hay indicios parecidos a los de aquel tiempo. Y a semejanza de las placas tectónicas submarinas y los volcanes con sus pausas cíclicas, se van acumulando factores que en algún momento pueden explotar hacia fuera. Varias causas indujeron a los jóvenes a asumir la rebelión. Es el tiempo de los hippies, de la minifalda, de la disconformidad con todo y con todos; el de la crisis existencial y metafísica, el de la ciencia que hizo del mundo “un manicomio de muros cromados”.
Por definición, los jóvenes son rebeldes. Y conste que ser joven no es ostentar los años tiernos de la edad. La juventud es más un concepto cualitativo que no se relaciona necesariamente con los “veinticinco abriles que no volverán”. Hay jóvenes por fuera y viejos por dentro. Hay viejos que conservan en el alma la frescura juvenil, y hay también jóvenes que cargan dentro la decrepitud de la vejez. Esa juventud que sacudió el mundo en los años 60 ha debido ser de aquellos, por eso ansiaban construir otro destino. Eran idealistas al modo del caballero de la Mancha, dispuestos a batirse con los gigantes de los molinos de viento.
No son de esta última clase esos que se reúnen en congresos o asambleas para apoyar a los tiranos y dictadores; tampoco de los que se suenan con palos y sillas rotas por disputar un liderazgo eventual. Menos, de esos que se enfrentan como apaches en las elecciones universitarias, en apoyo de algún candidato que quiere ser rector o dirigente de la FUL. Nada que ver con éstos los jóvenes que protagonizaron las jornadas de lucha en París o en Praga. Desdichado el país donde su juventud sigue pasivamente la huella rutinaria de los viejos, viejos de edad y de espíritu.
En aquellos años las instituciones, las normas tradicionales y las mentalidades representativas sufrieron los embates de la rebelión juvenil. Los tabúes, los prejuicios, los dogmas fueron zarandeados sin contemplaciones. Ni el imperialismo capitalista ni el comunismo dictatorial, a ambas corrientes dijeron ¡fuera! ¿Cómo repercutió todo esto en Latinoamérica y en Bolivia? Circularon intensamente las ideas, pero no promovieron en los jóvenes la misma voluntad de acción. Es que la realidad era otra. Había otras urgencias de orden regional.
Sin embargo, en 1967 la presencia del Che Guevara fue el acontecimiento de mayor trascendencia. Como se sabe, éste no vino a combatir sino a instalar un campamento de entrenamiento para guerrilleros en Ñancahuasu. Al ser descubierto en ese afán, emprendió la huida sin rumbo; aniquilado después, en diferentes circunstancias, más que por la efectividad combativa de los boina-verdes, por la traición delatora de los Chingolo, de los Honorato Rojas, de los que revelaron la presencia del jefe en la quebrada Del Churo.
De todas maneras, la causa antiimperialista generó en Bolivia una actitud de solidaridad con el guerrillero. En 1970 se repitió la experiencia en Teoponte, pero sólo sirvió para testimoniar, una vez más, que el intento de imponer una ideología por las armas en Latinoamérica, como pretendían Castro y Guevara, no funciona. Después del “foquismo” fracasado vino la falacia de la “revolución democrática y cultural”.
El autor es pedagogo y escritor.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS