La otra cara de la medalla
No tengo gran simpatía por Bolívar. Y estoy seguro de que mi alter ego del siglo XIX hubiera quedado estupefacto cuando algunos le cambiaron el nombre a su país y le pusieron el de ese general caribeño. Por eso la medalla de Bolívar no me conmueve. Me parece además una joya extraña, engarzada con diamantes en un país que, aún ahora, luego de tantos años de bonanza, sigue siendo muy pobre.
Que se hubiera diseñado algo así, para que lo usara un hombre –porque esta era una sociedad que no pensaba en una mujer como presidente– hasta me sale poco varonil. Para colmo, sabemos que la joya fue parte de los halagos que se hizo al Libertador, en parte para lograr su aquiescencia para la creación del país, y en parte gracias a los llunkus de siempre, que no son un invento del gobierno del MAS.
No. Si la medalla en cuestión hubiera desaparecido para siempre en la puerta de un burdel de bajísima categoría, no me hubiera rasgado las vestiduras. Es más, casi lo habría visto como un “final feliz” de la pieza de marras.
Por supuesto, tampoco soy tan insensible como para no entender que para muchos esa medalla tiene un gran valor. De hecho, su antigüedad y su historia le dan brillo. Sea como fuere, aunque su origen no sea muy kosher, es nuestra. Es parte del patrimonio y de la historia de este país. Y debería ser tratada con mayor cuidado. Si se quiere, con respeto.
Posiblemente lo más escandaloso en esta inverosímil historia sea que la joya haya reaparecido tan rápidamente. Y es que se ha puesto en evidencia, o por lo menos se puede sospechar, que algunos mandos de la Policía tienen contactos directos con los ladrones que pululan por las calles de ciertos distritos de nuestras ciudades.
Ahora bien... lo sucedido puede ser, (excepto para quienes han perdido su pega y/o su carrera), algo que podemos catalogar de jocoso. Al fin de cuentas, no hay muertos ni heridos ni desaparecidos. Ni siquiera pérdidas económicas. Y tengo que decir que no dejo de sentir una cierta empatía por el joven teniente que no pudo controlar sus hormonas y que ha terminado con su carrera por seguir los impulsos de la naturaleza.
Juan de Dios Ortiz no es obviamente un ejemplo para nadie. Pero no deja de ser el suyo un tema interesante para analizar la naturaleza humana. El impulso sexual es tan fuerte que un hombre es capaz de arriesgarlo todo por, a veces, unos contadísimos minutos de placer carnal.
Eso lo sabían los antiguos a ambos lados del Atlántico. Pienso en los inmensos falos de ciertas cerámicas mochicas o en toda la construcción mítica griega de faunos y otros personajes. Todos ellos encontraron soluciones a este tema. Y seguramente redujeron, pero que nunca lograron solucionarlo.
Dicen que el Teniente tardó dos horas en hacer la denuncia. Me lo imagino, esas dos horas, en medio de una desesperación de pesadilla. Me traicionan mis lecturas de la juventud y no puedo dejar de pensar en el Teniente Gustl de Schnitzler y su terrible noche en el Prater de Viena. Y ojo: no se me malinterprete, ni se malinterprete a Schnitzler. El suicidio por honor del Teniente es una crítica al sistema Austrohúngaro de “honor militar”. Está bien que nuestro tenientito no haya decidido lanzarse desde el último piso del palacio de Evo para lavar su honor.
Queda pendiente un estudio de los lenocinios que atienden a jóvenes que no tienen otra opción para descargar su sexualidad y que son atendidos por jóvenes y no tan jóvenes mujeres, cuyas historias son en muchos casos terribles vidas de miseria y explotación. Ese es un capítulo importante pero que no hace un todo en los impulsos sexuales (casi) animales del ser humano.
No dejo de sonreír, sin embargo, cuando alguien como el Presidente Clinton, o el Actor Hugh Grant o, en nuestro pequeño tercer mundo particular, un teniente de la guardia presidencial no puede evitar ese llamado tan burdo de la naturaleza. Creo que el teniente debe ser dado de baja, obviamente. Pero su detención es un exceso. Por lo demás, es posible que, indirectamente, su calentura nos ayude a desmantelar una banda de ladrones socapados por policías en la ciudad de el Alto.
El autor es operador de turismo.
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