Políticas: ¿para el Estado o con la gente?
En un artículo anterior planteamos la necesidad de diferenciar dos tipos de políticas públicas, las diseñadas para la burocracia, y las diseñadas para la gente. Y sostuvimos que debe prestarse mayor atención a estas últimas porque son mucho más exitosas.
Ahora ilustraremos ese planteamiento en base a un ejemplo general para luego explorar opciones específicas para el país.
Supongamos que un descubrimiento inesperado sobre los beneficios de un producto aumentan súbitamente la demanda del mismo, que por eso empieza a escasear y aumentar de precio. Una política típicamente gubernamental sería crear una comisión que estudie el problema y, mientras tanto, ordenar que se mantengan los precios al nivel anterior controlando las ventas. La comisión sugerirá un plan de producción y hasta es posible que proponga la creación de una oficina o empresa para tal fin, asignándole recursos y autorizándole a contratar deuda y a firmar convenios con las universidades para mejorar la tecnología. Por supuesto, se emitirán nuevas leyes y decretos y se inaugurarán obras y lanzarán proyectos. Si todo marcha bien, en pocos años habrá aumentado la oferta. Si todo marcha bien.
A diferencia de la descrita, la política con la gente permitiría que los precios suban pero al mismo tiempo facilitaría las gestiones de los productores que quieran abastecer ese producto, tal vez encarecido por impuestos muy altos o falta de infraestructura pública. Con precios más altos seguramente habrá varios interesados en producirlo o traerlo de otro lado y la demanda será satisfecha mucho más rápido, porque varios habrán participado explorando también alternativas diversas y poniendo sus propios recursos y compromiso para resolver el problema, proponiendo incluso nuevos productos o nuevas maneras de satisfacer esa necesidad.
Es un ejemplo sencillo pero podríamos aplicarlo a temas que son más específicos y que requieren de acciones urgentes en el país.
Comencemos por la educación.
Hemos hecho varias reformas y nuestra educación es aún de las peores. La tendencia ha sido la de ampliar continuamente el rol de los organismos públicos en este campo, creando un sistema cada vez más rígido, monótono e ineficaz, que responde de manera cada vez más lenta a los cambios, que en la sociedad del conocimiento se van haciendo más rápidos e impredecibles.
Si por ejemplo el 2018 diseñáramos con el método gubernamental una nueva educación, entre formar a los maestros e introducir nuevos métodos y contenidos, y cambiar la infraestructura, incluso si tuviéramos éxito estaríamos produciendo los “nuevos” bachilleres el año 2032, que para entonces serían sin duda ya obsoletos.
Una política con la gente, la que llamamos de participación, sería la de la establecer parámetros mínimos pero exigentes y solo en los temas centrales (lectura y escritura, operaciones matemáticas, cívica y moral), acreditando su cumplimiento con exámenes a los estudiantes cuando tienen que pasar de uno a otro nivel. Los exámenes acreditarían a los alumnos pero también a los centros educativos (el promedio es la calificación del establecimiento) y dicha información, sumada a la que los padres de familia obtienen por su cuenta, orientará sus decisiones. Obviamente, aumentará la demanda para los colegios con mejores resultados, y hacia ellos se tendrán que dirigir también los recursos. Ya sea mediante asignación presupuestaria por alumno o, aún mejor, mediante la entrega de talones o vouchers a los padres de familia, si es que se incluye en la política el respaldo a la educación con preferencias hacia grupos desfavorecidos o en desventaja.
Las escuelas, sobre la base de los mínimos cumplidos, podrán diferenciarse entre sí y explorar otras opciones, pero lo fundamental es que competirán entre ellas para atraer a los alumnos. El sistema será mucho más abierto y diversificado, con mayor capacidad para adaptarse a las condiciones cambiantes del medio y, por supuesto, de satisfacer las expectativas de la gente.
Tendremos unas escuelas dedicadas a formar técnicos y otras a formar artistas, habrá escuelas para cultivar las humanidades y otras para desarrollar la curiosidad por la biología, la salud, la ecología y la agricultura. Y seguramente encontraremos escuelas que aprovechan totalmente las ventajas de la internet y el celular en el aula, mientras otras mantienen métodos basados en la escritura manual y la experimentación directa. Por supuesto, algunas tendrán más éxito que otras y eso generará competencia, e pulsación y transferencia de experiencias pedagógicas. Todo el sistema se enriquecerá.
Lo mejor de todo es que esto empezará a dar resultados de inmediato. Claro que para ello será necesario eliminar los privilegios corporativos del magisterio y trabajar mucho en dar transparencia a la información para evitar engaños y abusos.
En la próxima entrega ensayaremos pensar otras politicas, como las del arte y la cultura, y la salud.
El autor es director del Ceres.
Columnas de ROBERTO LASERNA