Filipo, el maestro
En nuestras vidas, hay personas que nos marcan, que significan y representan mucho. Se dice que no es por casualidad que nos encontramos en la vida con ciertas personas. Es así que me siento afortunada de haber tenido el papá que tuve, que me crió como una hija más, junto a los tres que ya tenía. Hace dos años exactamente, un Día del Maestro, Filemón Escóbar partió mientras veía las noticias, su vida se fue apagando poco a poco. Fue así, el cáncer de pulmón nos ganó, y a sus 83 años, nos lo arrebató. No fue fortuito que se haya marchado un día tan representativo y especial.
Filipo, como lo conocían sus amigos, “papá” en casa, y para sus nietos “papá abu”, siempre fungió como maestro. Autodidacta y aprendiz de una vida intensa como la que le tocó vivir. Más allá de la vida política, me quedaron grabadas enseñanzas cotidianas, que son las que reflejan la calidad de persona que era Filipo. Algunas de ellas son:
1. Los animales. Recuerdo que en la casa, quien se ocupaba de los animales principalmente era él. Tenía cuatro perros, para quienes en persona cocinaba cada día, con la idea de que debían comer exquisito, sazonaba la sopa de los canes, y claro está el ingrediente principal era el cariño que le ponía cuando les servía la comida. Nos repetía que “quien no ama a los animales, no podía amar a las personas”.
2. La familia. Me enseñó a valorar la familia. Tal vez porque él desde muy temprana edad perdió a su mamá y papá, y tuvo que crecer en un orfanato, no se cansaba de jactarse de la familia que había construido. Resaltaba con cierta alaraca que “los hijos le habían salido de primera”, y ni qué decir, de sus nietos de quienes destacaba el carácter peculiar de cada uno. Su esposa había estado siempre a su lado, en todo momento, valoraba sobremanera lo que a ella le tocó vivir, principalmente en etapas en las que él estaba clandestino, perseguido, deportado, en huelga de hambre, o lejos de casa. Formó una familia de 16 miembros a quienes nos reunía y en fiestas familiares, era constante el orgullo y agradecimiento que expresaba por tenerla.
3. Gusto por la música. Desde pequeña, recuerdo la casa siempre llena de música, de vida, y los acordes se intercalaban entre Joan Baez, Charles Aznavour, Joan Manuel Serrat, Gardel, los tres tenores, y así se fue. En su funeral en la casa, lo despedimos escuchando sus clásicos infaltables.
4. Honestidad con uno mismo. Por la experiencia política y las múltiples situaciones que vivió, repetía que si bien uno puede engañar, mentir, a los demás, fingir filantropía bajo determinados argumentos, no puede engañarse a uno mismo, pues en el fondo uno sabe las intenciones, las principales razones y motivaciones que mueven nuestras acciones y palabras, en definitiva solo uno sabe de qué madera está hecho. Hoy de este maestro, nos queda el recuerdo de sus enseñanzas.
La autora es socióloga y antropóloga
Columnas de GABRIELA CANEDO VÁSQUEZ