La vergonzosa política exterior
El tema de la vergüenza, el avergonzarse por algo o de algo, debiera ser tomado muy en cuenta, y estudiado, en estos tiempos que hay tanto, y en constante aumento, por lo que sentir vergüenza.
El sentimiento de vergüenza puede ser desde muy general (vergüenza por el género humano después de los campos concentracionarios, las cárceles castristas, etc.) o ser muy puntual, de orden personal ante determinadas situaciones, así como también puede abarcar lo local (vergüenza por la ciudad que sistemáticamente maltrata los árboles) o abarcar mucho más, expandirse en cualquier sentido, y suele sentirse, incluso, “vergüenza ajena” cada vez que una lumbrera de alto cargo abre la boca.
No habría mucho que dudar, me imagino, antes de encontrarle a la vergüenza incluso cierto carácter filosófico, una callada disensión ante lo irremediable, a la cruza de hecho del mal con ideologías y condenas, palabras y juzgados.
Pero así como el mal puede asomar su rostro en muchas cosas que provocan vergüenza, lo vergonzoso también puede ya también alojarse en lo trivial, en cualquier nido que le ofrezca la sociedad del espectáculo. En una frase lapidaria, en una entrevista, Gilles Deleuze decía que al ver un programa de variedades en televisión sentía vergüenza por el género humano. ¿Era una exageración?: depende de cuán alto o bajo se ponga el listón de lo humano aceptable y pasable.
Lo peor es, justamente, cuando la política se constituye en otro programa de variedades, aunque esta vez los escenarios ya no son los sets televisivos sino grandes salones, hoteles, viajes, declaraciones. Y el mismo, o peor, nivel de estupidez.
Justo cuando hay una cruenta persecución y represión de las mujeres en Irán, al gobierno masista boliviano se le da por firmar dudosos y peligrosos papeles con el país de los siniestros ayatolas. Sin ninguna vergüenza, ellos. Y a estrechar relaciones con esa otra dictadura anómala, en un cartel internacional de las naciones parias y de ademanes delincuenciales.
Y si ya es una vergüenza que las peores autocracias latinoamericanas, ultracorruptas y represoras, expulsoras de sus ciudadanos, tengan en Bolivia activas embajadas, personal militar o turbios intercambios, eso todavía es poca cosa ante la mayor de las vergüenzas, el fondo absoluto de todo el cretinismo: ¡putinistas! Firmando tratados militares con aquellos que, ahora mismo, son los milicos más indignos y repulsivos del planeta.
Mezclarse con criminales de guerra, o mezclarse con quienes ejecutan crímenes de lesa humanidad contra su ciudadanía (Cuba, Venezuela, Nicaragua): a eso se dedicó la política exterior boliviana desde que Evo, 14 años antes de su —vergonzoso— fraude, se hiciera con el poder.
A la hora de los sinvergüenzas, hay de qué sentir vergüenza.
Columnas de JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN E.