Charles Chaplin “Me gusta la tragedia. No me gusta la comedia”

Cine
Publicado el 24/12/2017 a las 0h00
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TEXTO: Harry Carr

FOTOS: Revista Liberty

Una de las mayores genialidades del cine nació de casualidad y en cuestión de minutos. Corría enero de 1914 y un actor británico de varietés recién llegado a Hollywood, de nombre Charles Spencer Chaplin (1889-1977), tenía el tiempo contado para componer un personaje que conformara al exigente director Mack Sennett. “En el camino al guardarropa pensé en usar pantalones bombachudos, grandes zapatos, un bastón y un sombrero hongo. Quería que todo fuera contradictorio: los pantalones holgados, el saco estrecho, el sombrero pequeño y los zapatos anchos. Estaba indeciso entre parecer joven o mayor, pero recordando que Sennett quería que pareciera una persona de mucha más edad, agregué un pequeño bigote que, pensé, agregaría más edad sin ocultar mi expresión. No tenía ninguna idea del personaje pero tan pronto estuve preparado, el maquillaje y las ropas me hicieron sentir el personaje, comencé a conocerlo y cuando llegué al escenario ya había nacido por completo”, contó décadas más tarde sobre el nacimiento de su personaje Charlot, el propio Chaplin en su autobiografía.

Este episodio pinta de cuerpo entero a un artista que durante la entrevista se esmera en convencer a Harry Carr, uno de los periodistas más influyentes de Los Ángeles, que su obra era más fruto del instinto que de elaboraciones intelectuales. El disparador del diálogo es la más reciente película de Chaplin por esos días, “La quimera de oro”, un filme que en las década de 1990 sería elegido por el American Film’s Institute como una de las 10 mejores películas de la historia.

La cinta era protagonizada por Charlot, un personaje que 10 años después de creado ya no se limitaba a los gag de golpe y porrazo sino que había ganado más espesor dramático, al igual que el Chaplin que estaba sentado frente a Carr esa noche. El cineasta era por entonces la mayor estrella del cine pero su vida pública había causado no pocos revuelos, en especial por su tendencia a casarse con mujeres extremadamente jóvenes. En 1918 desposó a Mildred Harris, de 16 años, de la que se separó en 1920. Un año antes de la entrevista, en 1924, había tropezado con la misma piedra al contraer matrimonio con Lita Grey, de 17 años, con la que tuvo una tormentosa relación que comenzó mal y que terminaría en los juzgados en 1927. Pero la seriedad que aflora en la entrevista con Carr parece estar ligada a cuestiones más profundas y es por eso que, para sorpresa del entrevistador y del lector, Chaplin confiesa más apego a la tragedia que a la risa. El payaso melancólico estaba esa noche a flor de piel.

 

La entrevista

Una figura ligeramente encogida y de aspecto cohibido se deslizó en el comedor casi vacío en el que casi todo Hollywood había estado almorzando. Quedábamos dos o tres, para el disgusto evidente de los camareros.

Era Charlie Chaplin. Nos saludó tímidamente y se sentó en el borde de la silla. De alguna manera era un momento para las confidencias. A la espera de una noche de luna llena, no hay nada mejor que un café medio vacío.

 Alguien lo felicitó por “La quimera del oro” (1) y Charlie dirigió su mirada hacia mí. “Usted hizo algunos comentarios duros y otros favorables sobre mi película”, dijo; y agregó esbozando una sonrisa: “Y en ambos casos tuvo toda la razón”.

De pronto se le ocurrió algo más. “Excepto cuando dijo que me estaba volviendo algo sofisticado”.

 

Harry Carr - ¿Acaso no es cierto?

Charles Chaplin (C.C.) – (Charlie sacudió la cabeza). Sofisticado, nunca –contestó–. No soy nada sofisticado. Suelo leer en la prensa que hago las cosas por tal o cual motivo, pero se equivocan. Lo mío es puro instinto, instinto dramático. No lo pienso; simplemente sé si está bien o mal.

 

Carr - Pero fue tan sofisticado en “Una mujer de París” (2) que la película fue un fracaso.

C.C. - “No creo que fuera para tanto. Recaudó 100 mil dólares…”

 

Carr - ¿Le parece que no fue un fracaso? Fue la película que cambió la industria cinematográfica y sin embargo esto no se vio reflejado en la taquilla.

C.C. - No fue por demasiado sofisticada, fue porque en ella la esperanza no tenía cabida. Como sucede en la vida. Lo que el público hubiera querido era que el muchacho no se suicidara y que la chica volviera con él y vivieran felices para siempre.

 

Carr - En otras palabras, era una tragedia.

C.C. - Sí, era una tragedia. –Charlie dudó unos instantes y luego continuó–: Me gusta la tragedia. No me gusta la comedia.

 

Carr - ¿Cómo dice? ¿Que no le gusta la comedia?

C.C. - No. Me gusta la tragedia, es algo hermoso. La única comedia que vale la pena es aquella en la que hay belleza. Es todo lo que hay que buscar en la vida: la belleza. La encuentras y lo tienes todo. El problema es que es difícil de encontrar.

 

Alguien le preguntó si sus obras no habían tenido más éxito en Europa, por ejemplo, “Una mujer de París”.

Esta pregunta súbitamente despertó el interés de Charlie.

C.C - Me gustaría hablar sobre este tema, sobre cómo son recibidas mis obras en los distintos lugares de Europa. Supongo que a todos les pasa lo mismo, pero lo que yo sé es lo que pasa con las mías.

Rusia, por ejemplo, es prácticamente el lugar en donde mis obras tienen más éxito, aunque los rusos no me encuentran nada gracioso. Me han escrito diciéndome que el público sale llorando de ver “El peregrino” (3). En Rusia me consideran un intérprete de la vida. En Alemania sólo les interesan mis obras desde una perspectiva intelectual. En Inglaterra mis obras gustan por lo que tienen de payasesco, la forma graciosa de caminar.

 

Charlie no lo dijo, pero me han comentado que en Rusia han colocado estatuas de él en los nichos antes ocupados por figuras de santos y zares. Es considerado un estudioso de la vida tan profundo que un escritor ruso escribió un libro en el que compara su estilo con el elaborado estilo de los filósofos alemanes.

La conversación volvió a las películas.

 

Periodista - Charlie, –preguntó alguien de nuestro grupo–, ¿qué está pasando con las películas? Son cada vez peores.

C.C. - No, no lo son. No hay nada malo con las películas, excepto por esto: ya se han repetido hasta el cansancio todas las situaciones dramáticas posibles. Se han hecho millones de veces.

 

Carr - ¿Cuál es la salida? ¿Qué se puede hacer al respecto?

C.C. - El nuevo rumbo que tomará el cine es el del relato: las películas de episodios que se han estado evitando. Obras como “La quimera del oro”, que es simplemente la historia de un pobre muchacho que está solo con su alma en Alaska tratando de salir adelante. Las obras serán estudios de personajes como ese.

 

Carr - ¿Por qué no surgen nuevos grandes actores, por qué los grandes actores son los veteranos de siempre?

C.C. - Porque todos se copian unos a otros. Los nuevos actores que podrían triunfar por sus propios méritos imitan a alguna estrella a la que admiran. – Charlie dejó vagar la mirada, perdido en sus pensamientos y luego agregó–: “Uno de estos días surgirá un nuevo genio de la pantalla y cambiará al mundo. No sé quién será, pero estoy dispuesto a apostar que será un tipo duro.

 

Carr - Le pregunté a Charlie qué le parecía lo mejor de “La quimera del oro”.

Después de una breve pausa, contestó que era la escena en la que la chica del “music hall” mira desesperanzada entre la muchedumbre, en busca de un verdadero hombre. Y el pobre muchacho piensa que la chica lo está mirando a él y de pronto se da cuenta de que mira más allá; ese fue el mejor momento, dijo.

 

Le pregunté cuál era para él su mejor obra y sin dudar respondió que era “Charlot en la calle de la paz”.

 

Carr - ¿Y la mejor escena?

C.C. - Bueno… – vacilaba y no parecía muy contento–. No lo sé, pero creo que fue una de las escenas de “El pibe”.

 

Le pregunté cuáles eran, en su opinión, las mejores películas de todos los tiempos y me enumeró estas: Griffith (4) estará contento: “El nacimiento de una nación”, “Intolerancia”, “Corazones del mundo”.

 

Una de las mayores genialidades del cine nació de casualidad y en cuestión de minutos. Corría enero de 1914 y un actor británico de varietés recién llegado a Hollywood, de nombre Charles Spencer Chaplin (1889-1977), tenía el tiempo contado para componer un personaje que conformara al exigente director Mack Sennett. “En el camino al guardarropa pensé en usar pantalones bombachudos, grandes zapatos, un bastón y un sombrero hongo. Quería que todo fuera contradictorio: los pantalones holgados, el saco estrecho, el sombrero pequeño y los zapatos anchos. Estaba indeciso entre parecer joven o mayor, pero recordando que Sennett quería que pareciera una persona de mucha más edad, agregué un pequeño bigote que, pensé, agregaría más edad sin ocultar mi expresión. No tenía ninguna idea del personaje pero tan pronto estuve preparado, el maquillaje y las ropas me hicieron sentir el personaje, comencé a conocerlo y cuando llegué al escenario ya había nacido por completo”, contó décadas más tarde sobre el nacimiento de su personaje Charlot, el propio Chaplin en su autobiografía.

Este episodio pinta de cuerpo entero a un artista que durante la entrevista se esmera en convencer a Harry Carr, uno de los periodistas más influyentes de Los Ángeles, que su obra era más fruto del instinto que de elaboraciones intelectuales. El disparador del diálogo es la más reciente película de Chaplin por esos días, “La quimera de oro”, un filme que en las década de 1990 sería elegido por el American Film’s Institute como una de las 10 mejores películas de la historia.

La cinta era protagonizada por Charlot, un personaje que 10 años después de creado ya no se limitaba a los gag de golpe y porrazo sino que había ganado más espesor dramático, al igual que el Chaplin que estaba sentado frente a Carr esa noche. El cineasta era por entonces la mayor estrella del cine pero su vida pública había causado no pocos revuelos, en especial por su tendencia a casarse con mujeres extremadamente jóvenes. En 1918 desposó a Mildred Harris, de 16 años, de la que se separó en 1920. Un año antes de la entrevista, en 1924, había tropezado con la misma piedra al contraer matrimonio con Lita Grey, de 17 años, con la que tuvo una tormentosa relación que comenzó mal y que terminaría en los juzgados en 1927. Pero la seriedad que aflora en la entrevista con Carr parece estar ligada a cuestiones más profundas y es por eso que, para sorpresa del entrevistador y del lector, Chaplin confiesa más apego a la tragedia que a la risa. El payaso melancólico estaba esa noche a flor de piel.

 

La entrevista

Una figura ligeramente encogida y de aspecto cohibido se deslizó en el comedor casi vacío en el que casi todo Hollywood había estado almorzando. Quedábamos dos o tres, para el disgusto evidente de los camareros.

Era Charlie Chaplin. Nos saludó tímidamente y se sentó en el borde de la silla. De alguna manera era un momento para las confidencias. A la espera de una noche de luna llena, no hay nada mejor que un café medio vacío.

 Alguien lo felicitó por “La quimera del oro” (1) y Charlie dirigió su mirada hacia mí. “Usted hizo algunos comentarios duros y otros favorables sobre mi película”, dijo; y agregó esbozando una sonrisa: “Y en ambos casos tuvo toda la razón”.

De pronto se le ocurrió algo más. “Excepto cuando dijo que me estaba volviendo algo sofisticado”.

 

Harry Carr - ¿Acaso no es cierto?

Charles Chaplin (C.C.) – (Charlie sacudió la cabeza). Sofisticado, nunca –contestó–. No soy nada sofisticado. Suelo leer en la prensa que hago las cosas por tal o cual motivo, pero se equivocan. Lo mío es puro instinto, instinto dramático. No lo pienso; simplemente sé si está bien o mal.

 

Carr - Pero fue tan sofisticado en “Una mujer de París” (2) que la película fue un fracaso.

C.C. - “No creo que fuera para tanto. Recaudó 100 mil dólares…”

 

Carr - ¿Le parece que no fue un fracaso? Fue la película que cambió la industria cinematográfica y sin embargo esto no se vio reflejado en la taquilla.

C.C. - No fue por demasiado sofisticada, fue porque en ella la esperanza no tenía cabida. Como sucede en la vida. Lo que el público hubiera querido era que el muchacho no se suicidara y que la chica volviera con él y vivieran felices para siempre.

 

Carr - En otras palabras, era una tragedia.

C.C. - Sí, era una tragedia. –Charlie dudó unos instantes y luego continuó–: Me gusta la tragedia. No me gusta la comedia.

 

Carr - ¿Cómo dice? ¿Que no le gusta la comedia?

C.C. - No. Me gusta la tragedia, es algo hermoso. La única comedia que vale la pena es aquella en la que hay belleza. Es todo lo que hay que buscar en la vida: la belleza. La encuentras y lo tienes todo. El problema es que es difícil de encontrar.

 

Alguien le preguntó si sus obras no habían tenido más éxito en Europa, por ejemplo, “Una mujer de París”.

Esta pregunta súbitamente despertó el interés de Charlie.

 

C.C - Me gustaría hablar sobre este tema, sobre cómo son recibidas mis obras en los distintos lugares de Europa. Supongo que a todos les pasa lo mismo, pero lo que yo sé es lo que pasa con las mías.

Rusia, por ejemplo, es prácticamente el lugar en donde mis obras tienen más éxito, aunque los rusos no me encuentran nada gracioso. Me han escrito diciéndome que el público sale llorando de ver “El peregrino” (3). En Rusia me consideran un intérprete de la vida. En Alemania sólo les interesan mis obras desde una perspectiva intelectual. En Inglaterra mis obras gustan por lo que tienen de payasesco, la forma graciosa de caminar.

 

Charlie no lo dijo, pero me han comentado que en Rusia han colocado estatuas de él en los nichos antes ocupados por figuras de santos y zares. Es considerado un estudioso de la vida tan profundo que un escritor ruso escribió un libro en el que compara su estilo con el elaborado estilo de los filósofos alemanes.

La conversación volvió a las películas.

 

Periodista - Charlie, –preguntó alguien de nuestro grupo–, ¿qué está pasando con las películas? Son cada vez peores.

C.C. - No, no lo son. No hay nada malo con las películas, excepto por esto: ya se han repetido hasta el cansancio todas las situaciones dramáticas posibles. Se han hecho millones de veces.

 

Carr - ¿Cuál es la salida? ¿Qué se puede hacer al respecto?

C.C. - El nuevo rumbo que tomará el cine es el del relato: las películas de episodios que se han estado evitando. Obras como “La quimera del oro”, que es simplemente la historia de un pobre muchacho que está solo con su alma en Alaska tratando de salir adelante. Las obras serán estudios de personajes como ese.

 

Carr - ¿Por qué no surgen nuevos grandes actores, por qué los grandes actores son los veteranos de siempre?

C.C. - Porque todos se copian unos a otros. Los nuevos actores que podrían triunfar por sus propios méritos imitan a alguna estrella a la que admiran. – Charlie dejó vagar la mirada, perdido en sus pensamientos y luego agregó–: “Uno de estos días surgirá un nuevo genio de la pantalla y cambiará al mundo. No sé quién será, pero estoy dispuesto a apostar que será un tipo duro.

 

Carr - Le pregunté a Charlie qué le parecía lo mejor de “La quimera del oro”.

Después de una breve pausa, contestó que era la escena en la que la chica del “music hall” mira desesperanzada entre la muchedumbre, en busca de un verdadero hombre. Y el pobre muchacho piensa que la chica lo está mirando a él y de pronto se da cuenta de que mira más allá; ese fue el mejor momento, dijo.

 

Le pregunté cuál era para él su mejor obra y sin dudar respondió que era “Charlot en la calle de la paz”.

 

Carr - ¿Y la mejor escena?

C.C. - Bueno… – vacilaba y no parecía muy contento–. No lo sé, pero creo que fue una de las escenas de “El pibe”.

 

Le pregunté cuáles eran, en su opinión, las mejores películas de todos los tiempos y me enumeró estas: Griffith (4) estará contento: “El nacimiento de una nación”, “Intolerancia”, “Corazones del mundo”.

 

Chaplin nos miraba a la defensiva, como si estuviera preparado para resistir hasta el final, y dijo que también consideraba al film de Sternberg, “Salvation Hunters”, una de las mejores películas de todos los tiempos.

 

C.C. - Fue criticada porque sus personajes no eran reales, pero justamente allí radicaba la grandeza del filme. No se pretendía que fueran personajes reales. Eran símbolos, pensamientos.

 

Conversamos sobre el futuro de Charlie. Dijo que tan pronto como consiguiera dinero suficiente como para arriesgarlo, tenía intenciones de concretar su largamente postergado filme sobre la triste vida de un payaso. Sabe que a mucha gente no le gustará, pero lo va a hacer de todos modos.

Y Charlie tiene otra gran ambición. Es un secreto a voces que la desagradable publicidad que recibió su matrimonio interrumpió su plan de filmar “La vida de Cristo” de Papini. En algún momento se pensó incluso en que Charlie prestara su maravilloso arte como actor para el papel principal.

Charlie habló de la figura de Cristo. Ni la literatura ni el teatro han logrado representar adecuadamente a Cristo.

 

C.C. - Para mí, la obra más profundamente trágica e interesante que se ha escrito jamás es la de Sadakichi Hartmann, mitad alemán, mitad japonés. Su libro “The Last Thirty Days” fue la mejor obra jamás escrita sobre Jesucristo.

 

Charlie dijo que su concepto de Cristo se aparta de la figura generalmente piadosa, solemne y de mirada triste que se ve en los escenarios.

 

C.C. - Cristo fue sin lugar a dudas un hombre encantador, con sentido del humor. Lo vemos en la Biblia invitado a cenar en hogares ricos y pobres, siempre como invitado de honor. Era lo que llamamos una persona sociable, sin embargo, siempre estaba solo. Intentó dar su mensaje al mundo y nadie lo comprendió. Esa fue la tragedia suprema.

 

Carr - Charlie, ¿vale la pena vivir?

C.C. - A veces.

 

Carr - ¿Por ejemplo?

C.C. - Por ejemplo, me acuesto boca arriba en la playa y miro el cielo y dejo de pensar, en una especie de éxtasis. Hasta que mi estómago me recuerda que es hora de comer, y como. Luego me vuelvo a tumbar sobre la arena. Y siento que vale la pena vivir.

 

Epílogo

La entrevista de Harry Carr está lejos de ser un estudio del personaje, sin embargo, esa noche Charles Chaplin se mostró particularmente abierto y en sus apuradas reflexiones se vierten, como al pasar, algunas de la claves de su obra. Para empezar, pese a no llegar a los 40 años, este Chaplin, es muy diferente a la máquina de filmar de los primeros años. Sus películas eran cada vez más espaciadas en el tiempo, iban ganando mayor profundidad dramática y, con el tiempo, un sentido más político, lo que le terminaría provocando su exilio en los años del macartismo al ser acusado de comunista.

El cineasta siempre negó toda filiación ideológica con las ideas socialistas, aunque nunca ocultó su afinidad con los más necesitados y débiles. Nadie entendió a los pobres como él y pocos denunciaron el egoísmo de los ricos como este hombre que, pese a la fama, nunca olvidó sus miserable infancia en Kennington Cross en Londres.

Chaplin fecha en aquellos días de hambre los orígenes de su arte. En su aclamada autobiografía el actor y director recuerda que cerca de su destartalada casa londinense se encontraba un matadero y fue gracias a ello que presenció el momento en que una oveja escapó de sus captores. “Algunos intentaban atraparla, tropezando entre ellos. Me reía, encantado de su pánico y de sus ágiles saltos… Cuando atraparon a la oveja y se la llevaron al matadero me di cuenta de la realidad de la tragedia... Me pregunto si aquel episodio no puso los cimientos de mis futuras películas: la combinación de lo trágico y lo cómico”.

Estas palabras las escribió ya anciano en 1964, pero en 1925 sentado ante Carr, Chaplin ya estaba obsesionado con la idea de la tragedia, motivos no le faltaban: estaba entrando en la madurez, su madre estaba cada día más loca, había perdido un hijo a días de haber nacido, su matrimonio era un desastre y su futuro en el inminente cine sonoro era todo un interrogante. Sin embargo, nada haría cambiar la calidad ni el alcance universal de su obra, quizá porque había encontrado la clave en una fórmula, aparentemente contradictoria, que al final de su vida reveló con particular claridad al decir “mirada de cerca, la vida parece una tragedia; vista de lejos, parece una comedia.”

 

C.C. - Fue criticada porque sus personajes no eran reales, pero justamente allí radicaba la grandeza del filme. No se pretendía que fueran personajes reales. Eran símbolos, pensamientos.

 

Conversamos sobre el futuro de Charlie. Dijo que tan pronto como consiguiera dinero suficiente como para arriesgarlo, tenía intenciones de concretar su largamente postergado filme sobre la triste vida de un payaso. Sabe que a mucha gente no le gustará, pero lo va a hacer de todos modos.

Y Charlie tiene otra gran ambición. Es un secreto a voces que la desagradable publicidad que recibió su matrimonio interrumpió su plan de filmar “La vida de Cristo” de Papini. En algún momento se pensó incluso en que Charlie prestara su maravilloso arte como actor para el papel principal.

Charlie habló de la figura de Cristo. Ni la literatura ni el teatro han logrado representar adecuadamente a Cristo.

 

C.C. - Para mí, la obra más profundamente trágica e interesante que se ha escrito jamás es la de Sadakichi Hartmann, mitad alemán, mitad japonés. Su libro “The Last Thirty Days” fue la mejor obra jamás escrita sobre Jesucristo.

 

Charlie dijo que su concepto de Cristo se aparta de la figura generalmente piadosa, solemne y de mirada triste que se ve en los escenarios.

C.C. - Cristo fue sin lugar a dudas un hombre encantador, con sentido del humor. Lo vemos en la Biblia invitado a cenar en hogares ricos y pobres, siempre como invitado de honor. Era lo que llamamos una persona sociable, sin embargo, siempre estaba solo. Intentó dar su mensaje al mundo y nadie lo comprendió. Esa fue la tragedia suprema.

 

Carr - Charlie, ¿vale la pena vivir?

C.C. - A veces.

 

Carr - ¿Por ejemplo?

C.C. - Por ejemplo, me acuesto boca arriba en la playa y miro el cielo y dejo de pensar, en una especie de éxtasis. Hasta que mi estómago me recuerda que es hora de comer, y como. Luego me vuelvo a tumbar sobre la arena. Y siento que vale la pena vivir.

 

Epílogo

La entrevista de Harry Carr está lejos de ser un estudio del personaje, sin embargo, esa noche Charles Chaplin se mostró particularmente abierto y en sus apuradas reflexiones se vierten, como al pasar, algunas de la claves de su obra. Para empezar, pese a no llegar a los 40 años, este Chaplin, es muy diferente a la máquina de filmar de los primeros años. Sus películas eran cada vez más espaciadas en el tiempo, iban ganando mayor profundidad dramática y, con el tiempo, un sentido más político, lo que le terminaría provocando su exilio en los años del macartismo al ser acusado de comunista.

El cineasta siempre negó toda filiación ideológica con las ideas socialistas, aunque nunca ocultó su afinidad con los más necesitados y débiles. Nadie entendió a los pobres como él y pocos denunciaron el egoísmo de los ricos como este hombre que, pese a la fama, nunca olvidó sus miserable infancia en Kennington Cross en Londres.

Chaplin fecha en aquellos días de hambre los orígenes de su arte. En su aclamada autobiografía el actor y director recuerda que cerca de su destartalada casa londinense se encontraba un matadero y fue gracias a ello que presenció el momento en que una oveja escapó de sus captores. “Algunos intentaban atraparla, tropezando entre ellos. Me reía, encantado de su pánico y de sus ágiles saltos… Cuando atraparon a la oveja y se la llevaron al matadero me di cuenta de la realidad de la tragedia... Me pregunto si aquel episodio no puso los cimientos de mis futuras películas: la combinación de lo trágico y lo cómico”.

Estas palabras las escribió ya anciano en 1964, pero en 1925 sentado ante Carr, Chaplin ya estaba obsesionado con la idea de la tragedia, motivos no le faltaban: estaba entrando en la madurez, su madre estaba cada día más loca, había perdido un hijo a días de haber nacido, su matrimonio era un desastre y su futuro en el inminente cine sonoro era todo un interrogante. Sin embargo, nada haría cambiar la calidad ni el alcance universal de su obra, quizá porque había encontrado la clave en una fórmula, aparentemente contradictoria, que al final de su vida reveló con particular claridad al decir “mirada de cerca, la vida parece una tragedia; vista de lejos, parece una comedia.”

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