“Ready Player One”, El Spielberg que quiere ver la gente
Lo hemos dicho una y mil veces. Hay más de un Spielberg cuando el director de “E.T.” y “La lista de Schindler” se pone detrás de cámara. Es un maestro de la narración, sea que cuente una historia de aventuras o se base en algún hecho histórico, pero Spielberg, a sus aún jóvenes 71 años, evidentemente se siente más cómodo con el tipo de relato que le permite “Ready Player One”.
Esto es: acción, suspenso, humor y aventura en estado puro.
“Ready Player One” -la frase que acuñó Atari cada vez que empezaba uno de sus videojuegos- es también una película de aliento ochentoso.
Es 2045, y en un Ohio distópico Wade (Tye Sheridan) vive, como tantos otros, entre el hacinamiento -en una edificio torre semiderruido- y esa realidad virtual que el filme imagina que ha atrapado a todo el mundo.
Al fallecer el creador de Oasis (Mark Rylance, nuevo fetiche de Spielberg), éste deja ocultas tres llaves para alcanzar una meta y convertirse en el dueño de las acciones de la empresa. Por supuesto que hay buenos y malos, y Wade, cuando juega con su avatar, Parzival, tiene amigos virtuales que no conoce en la vida real. Y hay malvados capaces de hacer lo que sea necesario para apoderarse de Oasis.
El desafío de Spielberg fue contar estos dos mundos, el “real”, casi apocalíptico y futuro, y el virtual, igualmente increíble, empardarlos y hacer que el espectador se sienta cómodo, a sus anchas, tanto en uno como en otro.
La película tiene un comienzo alucinante, casi arrollador.
Pero también “Ready Player One” ofrece material para el análisis. Los que juegan en Oasis lo hacen para escapar de la realidad que los circunda. Y hay muchos temas comunes al cine de Spielberg -personajes sin padres, los chicos siendo más sensibles, inteligentes y dúctiles y sinceros que los adultos, la cultura pop, que aquí estalla en mil colores-.
Porque ¿qué es lo más importante en un juego? ¿Divertirse con amigos o vencer al ocasional contrincante? De eso trata también “Ready Player One”, del placer de compartir una aventura cinematográfica, como las que sabía contar Spielberg cuando éramos chicos.