“Paterno”, Al Pacino, en la piel de un DT salpicado por abusos de menores
El estreno de Paterno no podría ser más oportuno y pertinente y HBO la estrenó ayer a las 21:00. Con el tema de las acusaciones por abusos sexuales en varios clubes de fútbol, la historia -real, apenas ficcionalizada- de Joe Paterno, el entrenador de fútbol americano universitario que se vio envuelto en un escándalo precisamente por abuso sexual de menores, llega como si su debut hubiera sido planeado.
Paterno tiene también otros motivos que atraen. Es Al Pacino quien se pone en la piel del entrenador, que alcanzó un récord al ganar 409 partidos de manera consecutiva, pero que vio cómo su estrella -y su estatua, a la entrada del campo de jugo de la Universidad de Pensilvania- se desmoronaba.
En verdad, Paterno no abusó de ningún menor, sino que no dijo lo que vio, o lo que sabía. La película, original de HBO, toma dos semanas en la vida del personaje, por 2010, justo antes de que se destape el escándalo y lo que sigue.
Barry Levinson, director ganador del Óscar por Rain Man, va mechando mientras sigue el desarrollo del escándalo. La caustrofobia que le causa el scanner en el hospital le trae a la mente el evocar esas alusiones. Es cierto que hasta el principal acusado -Jerry Sandusky, encargado en el equipo de coordinar la defensa- no tiene un desarrollo que permita desde el sillón de casa elucubrar nada acerca de sus actitudes y atropellos. Simplemente es mostrado, pero parece no haber más espacio que para Paterno y para la periodista que había comenzado a tirar del hilo meses antes e investigó el asunto.
Y es que Sara Ganim es tenaz como les gusta a los estadounidenses verse reflejados en estos docudramas basados en hechos de la vida real. Nadie la escucha al comienzo, pero persevera y triunfa. La verdad, claro.
Pacino echa mano a manierismos que le conocemos desde hace cuatro décadas. Escondido debajo de un peluquín, maquillado y con anteojos de grueso armazón cuadrado y vidrios casi aptos como para Mr. Magoo, el actor compone a un personaje decidido y criteriosamente dejado como “borroso” a la hora de señalar con el dedo las responsabilidades.